Vivir sin luz: El problema al que se acostumbraron las zonas remotas del sur de Chile
Cada mañana sin falta, María Ahrens se despierta a las siete de la mañana para ir a trabajar. Podría despertarse antes, pero a esa hora la energía recién comienza a funcionar en los hogares de Raúl Marín Balmaceda.
Pese a que en la isla viven solo un poco más de 200 personas, María se encarga de escuchar a cada uno de los vecinos que llegan a diario al Comité de Agua y Luz con dudas sobre los cortes de electricidad, problemas de abastecimiento de combustible o de agua potable.
“Toda la gente se ofusca con esta situación y me llegan a reclamar a la oficina, entonces sus problemas son mis problemas, me entiendes”, cuenta María. Del otro lado del teléfono se la escucha apurada, va camino a la oficina a desenchufar los aparatos electrónicos porque le avisaron hace menos de una hora que iban a cortar la electricidad.
La barcaza que se suponía que tenía que llegar hace cuatro días con el combustible para los generadores no ha podido cruzar el río debido al mal tiempo.
Tiene 41 años y ha vivido en Raúl Marín Balmaceda prácticamente toda su vida. Desde que llegó con sus abuelos con tan solo dos años de edad, ha sido testigo de los desafíos que enfrenta la comunidad en su lucha diaria contra la pobreza energética.
De niña creció con luz de vela y lámparas a parafina, ya mayor tuvo que criar a sus dos hijos con solo algunas horas de electricidad al día y hoy lucha cada día para hacer patria en su amada isla.
A pesar de estar acostumbrados a la falta de luz, los fallos constantes en los generadores y el deteriorado tendido eléctrico son un problema constante. “Ahora último tenemos el gran problema del tendido eléctrico que es demasiado viejo, y generador que traen, generador que se echa a perder. Entonces pasamos días sin luz. No hace más de un año que estuvimos como 11 días sin luz”, relata María.
La localidad de Raúl Marín es uno de los 10 sistemas aislados de la Región de Aysén, los que corresponden a aquellos que tienen una capacidad instalada menor a 1,5 MW y que generalmente se encuentran en lugares apartados.
Pobreza energética
Pese a que en Chile no existen instrumentos específicos para medir la pobreza energética en términos de acceso, calidad y equidad, sabemos que los hogares de Raúl Marín Balmaceda son parte de las 5.086 viviendas que sólo tienen acceso parcial a energía eléctrica (algunas horas al día). Por otro lado, otros 24.556 hogares en el país no tienen acceso a energía eléctrica en lo absoluto, según los resultados del Mapa de Vulnerabilidad Energética 2019.
Según la Red de Pobreza Energética, un hogar se sume en la pobreza energética cuando carece de acceso equitativo a servicios energéticos de calidad, necesarios para el desarrollo humano y económico. La lucha contra esta pobreza se vuelve más compleja en un mundo digitalizado, donde la electricidad es esencial para la educación, la información y el acceso a oportunidades laborales.
A la pobreza energética se suma otro desafío que tiene relación directa: la vulnerabilidad energética territorial. Raúl Marín Balmaceda, emplazado en la desembocadura del río Palena, enfrenta dificultades adicionales debido a su ubicación geográfica aislada.
La dependencia de fuentes energéticas limitadas, combinada con los retos logísticos de su situación remota, aumenta la vulnerabilidad de la comunidad ante los cortes de energía y los problemas en el suministro eléctrico.
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Energía y salud
En cuanto a la salud, los dolores estomacales son comunes debido a que, para que el agua sea bebible, tiene que ser clorada. Sin embargo, para que eso ocurra, es necesario que la corriente eléctrica esté siempre funcionando para que el motor del clorador haga su trabajo.
Cuando no hay luz, el agua no se trata correctamente, lo que puede causar problemas digestivos como diarrea y náuseas. Sin embargo, la gente ya aprendió que debe hervir el agua antes de beberla para prevenir estos problemas.
La posta de salud de la comunidad cuenta con un generador, pero la falta de profesionales y recursos médicos es evidente. Los especialistas como psicólogos y matrones visitan el lugar solo una vez al mes, lo que dificulta el acceso a atención médica adecuada.
“Yo creo que hay mucha gente aquí que sufre de depresión y alcoholismo, se ve harto aquí en la isla y por lo mismo, por estar con tantos problemas, que no te pesquen, todas esas cosas, aquí tampoco hay muchas actividades con las que uno pueda salir a entretenerse, no hay nada”, afirma María.
“Es el sistema el que está mal, nosotros lo hemos peleado con el jefe de salud de la región, lo hemos hablado con él, pero nos dice que eso viene de más arriba, que eso no pasa por él. Es igual que nada, yo por lo menos ya no voy al psicólogo, para qué si no sirve. No sirve que estés dos meses y te lo cambien”.
Energía y educación
Por otro lado, en educación, la inestabilidad en el suministro eléctrico y la falta de tecnologías eficientes dificultan el acceso a recursos educativos y herramientas digitales. Las dificultades en la disponibilidad de luz y acceso a internet afectan la calidad de la educación impartida en la comunidad.
“No hace mucho atrás llegaron unas pizarras inteligentes, que eran bacanes porque el profe indicaba con un puntero, pero no funcionan si no hay luz o el internet, es horrible. Entonces quedaron arrumbadas esas cosas. Siento que los niños quedan más atrasados que el resto porque todas esas cosas se pierden”, opina María.
Esto se hace aún más difícil cuando hoy en día, el acceso a la educación e información está intrínsecamente ligado a la electricidad y la tecnología. Según Catalina Amigo Jorquera, antropóloga social de la Universidad de Chile, como las herramientas esenciales dependen de la energía eléctrica y la pobreza energética limita este acceso, la educación se ve especialmente afectada en un mundo digitalizado.