“Construcción social del riesgo”: Estudio alertó hace 20 años sobre socavones en Cachagua
La hora de los desastres es también la hora de los recuentos. Así sucede cada vez que un imprevisto termina en alguna debacle y obliga a volver atrás para analizar si las cosas se hicieron bien o no. Fue lo que sucedió tras el colapso del colector de aguas lluvias que dejó al borde del precipicio al edificio Kandinsky, en Concón, y ahora con el derrumbe de un camino al interior de un lujoso condominio en Cachagua.
Y es que luego del desprendimiento de 2.500 toneladas de arena que fueron a parar a la playa, provocadas por la aparente intervención de un colector por parte de un particular, se supo de un estudio que advirtió hace más de 20 años sobre la fragilidad de las dunas de Cachagua y el peligro de construir sobre ellas.
“Indicadores geomorfológicos de la fragilidad de paleodunas” (2001), publicado en la revista Geografía Norte Grande por Consuelo Castro, Mauricio Calderón y Álvaro Zúñiga, habla precisamente sobre los procesos manifiestos de desestabilización por los usos humanos de las dunas antiguas, entre Longotoma y San Antonio.
El objetivo de la investigación fue definir las condiciones de ocurrencia de movimientos en masa y de erosión pluvial en las dunas, para intentar medir el grado de inestabilidad de las laderas. Dos fenómenos claves tras las profusas lluvias en el litoral que terminaron con dos inmensos socavones en Viña del Mar y Cachagua.
Una de las conclusiones del informe es particularmente premonitoria: “La estabilidad potencial de las laderas en dunas antiguas es muy baja debido a sus características intrínsecas y al hecho de estar sometidas a una fuerte presión por el desarrollo de proyectos inmobiliarios y condominios”, dice textual.
Brecha normativa
Para la geógrafa Carolina Martínez, directora del Observatorio de la Costa, el estudio elaborado hace más de dos décadas daba cuenta de procesos erosivos en las dunas, debido a la concentración de lluvias y a la intervención antrópica, dos factores que en la actualidad también se repiten.
“La concentración de precipitaciones, que en ese entonces ya era importante por la marcada estacionalidad entre verano e invierno, empezó a generar procesos erosivos como surcos y cárcavas que se mapearon en ese estudio. Pero, con el paso de los años y efectos del cambio climático, tenemos periodos de precipitaciones aún más concentrados. Y eso está gatillando desprendimientos en ecosistemas mucho más sensibles que hace 20 años”.
Las paleodunas, en efecto, son “formaciones superficiales que generan suelos de gran fragilidad por la naturaleza de sus propiedades físicas, como es su textura arenosa y su estructura de grano simple, su consistencia suelta y profundidad efectiva”, dice el informe.
Respecto a las pendientes de laderas, el estudio constata que se requieren umbrales de valores bajos para el “desencadenamiento de movimientos en masa” y que estos comienzan a generarse justamente en el litoral de Cachagua.
“Algunas obras de infraestructura, y en particular los caminos paralelos al litoral construidos en laderas con cubiertas de peleodunas, afectan la estabilidad de las mismas”, dice el informe.
La construcción de caminos a “contrapendiente” en los taludes y laderas de dunas, en un contexto de peak fluvial, puede gatillar socavones o desprendimientos de tierra en una dinámica que la geógrafa y académica de la Universidad Católica califica de “violenta alteración del campo dunar”.
“Estos caminos en el fondo te cortan la pendiente y eso genera una desestabilización de las laderas que luego deben equilibrarse, movilizando los materiales hacia la base de los taludes”, asegura.
Otro factor a considerar, apunta el estudio, es el uso de suelo permitido por los planos reguladores comunales, que en el caso del último socavón ocurrido en Cachagua permite construir 4 viviendas por hectárea, con superficies de subdivisión de 2500 metros cuadrados.
“La planificación territorial no ha sido lo suficientemente coherente con la dinámica y fragilidad de los ecosistemas marino-costeros. En la mayor parte de los países con modelos de gobernanza exitosa las dunas son bienes públicos que se protegen, pero en Chile no se reconocen como tal y se urbanizan con densificaciones inadecuadas para sostener esas cargas”, asegura Martínez.
La construcción de viviendas, por lo demás, conlleva la creación de infraestructura hidráulica de canalización. Estas obras, en el caso de Cachagua aparentemente alterada por uno de los propietarios, terminó por provocar el desprendimiento que dejó inhabilitada un camino al interior del condominio.
El problema de resolver este tipo de situaciones entre privados, asegura Martínez, es un reflejo de que en nuestro país no existe un reconocimiento del dominio público de la costa. “Se ha hecho caso omiso de los bienes comunes que deberían haber sido resguardados y controlados en sus formas de ocupación. Esa es una brecha normativa que tiene el país”.
El dilema de hacer “la vista gorda” a la ocupación de dunas, agrega la geógrafa, ha terminado por exponer a miles de vidas humanas a grandes desastres, una situación que se ha generalizado tanto que ha permitido una especie de “construcción social del riesgo”.
“En definitiva, no se está tomando en cuenta el problema de fondo”, concluye.
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