Jorge Rojas y los casetes secretos de Berríos: “Son fundamentales para reconstruir su macabro paso por la DINA”
Berríos no sólo fue Berríos, también fue Hermes Castro y Tulio Orellana, dos nombres o “chapas” que utilizó en su paso por la DINA. El químico encargado de la elaboración del gas sarín, murió probablemente asesinado por saber más de la cuenta. Ese tránsito clandestino que lo llenó en un momento de orgullo, fue también su perdición.
Tras abandonar la policía secreta de Pinochet, el químico inició su propio camino al infierno. Dispuesto a rehacer su vida, buscando emprender o incursionando en la venta de narcóticos, sin éxito, Berríos terminó por sucumbir ante la bohemia ochentera y sus peligrosos personajes.
Así, inseguro de estar vivo al día siguiente, comenzó a grabar sus conversaciones personales con una galería inusual de personajes, desde narcotraficantes a prestamistas, buscando quien sabe qué pruebas en en un estado de absoluta desesperación.
-Lo primero que llama la atención es precisamente el hallazgo. ¿Cómo llegaron a este material inédito?
A comienzos de año, cuatro exagentes de la DINA fueron procesados por el asesinato del conservador de bienes raíces de Santiago, Renato León Zenteno, a quien la DINA mató con gas sarín, surgió una información referente a que la esposa de Berríos, Gladys Schmeisser, en la década del 90, había entregado a la justicia varios casetes donde su esposo se grababa. Ahí comenzó la búsqueda de ese material de archivo, primero intentando dar con la fuente que los tenía y luego haciendo un trabajo de confianza para conseguirlos. Durante varios meses en el CIP nos sumergimos en el expediente policial del caso (más de diez tomos) hasta que obtuvimos las cintas. Luego de escucharlas tomamos la decisión de que este material tenía que convertirse en un podcast, porque era el espacio natural donde estos casetes debían escucharse.
-Como en toda historia de malvados, siempre hay persecutores. ¿Cuál fue la verdadera contribución del policía Nelson Jofré en esta historia?
Nelson Jofré formó parte de un equipo de detectives de la Policía de Investigaciones que a fines de 1991 comenzó a buscar a Eugenio Berríos para llevarlo a declarar ante el juez Adolfo Bañados, que entonces investigaba el asesinato de Orlando Letelier, ocurrido en Estados Unidos en 1976. En el desarrollo de esa búsqueda, Jofré interrogó al círculo cercano del químico -sus padres, su esposa y sus amigos- y cada vez que conversaba con ellos, él grababa esas conversaciones para luego traspasar esa información a las declaraciones. Aquellas cintas, más las que grababa Berríos, nos dieron una perspectiva muy amplia de lo que ocurrió antes y después de su desaparición.
-De Berríos se ha hablado bastante, incluso hay libros sobre su vida, ¿Cuál crees que es la importancia de estos casetes en la reconstrucción del personaje?
Lo primero es que los casetes permiten entrar en la cabeza de un personaje que prestó muy pocas declaraciones. Diría que funcionan incluso como un diario de vida, porque hay mucha intimidad en esos relatos. Este material de archivo fue fundamental para reconstruir la historia del bioquímico en todas sus dimensiones, partiendo, por su puesto, por su macabro paso por la DINA y sus vínculos con grupos terroristas como Patria y Libertad. Lo segundo es que Berríos era una persona que guardaba secretos, de los más oscuros de la dictadura y por eso había sido citado a declarar. Estos casetes permiten asomarnos a lo que Berríos podría haber declarado, porque hay un par de cintas donde habla con algunos conocidos sobre lo que hizo en la casa de Lo Curro junto a Michael Townley. Es decir, estas cintas son el único registro de una parte de los secretos que el químico guardaba. El resto nunca lo vamos a saber.
-¿Por qué crees que Berríos grababa sus conversaciones? ¿Qué hay detrás de esa decisión?
No hay una respuesta concreta. Esa pregunta nos surgió después de escuchar las cintas y sobre eso tenemos interpretaciones. La que más nos convence es que Berríos se grababa para dejar registro de sus acciones porque se sentía perseguido por varias personas. Entre ellas, por ejemplo, un grupo de prestamistas, a quienes Berríos les debía mucho dinero y les tenía bastante miedo. Uno de ellos, de hecho, lo secuestró a comienzos de 1991. La otra razón por la que se grababa es que comenzó a vincularse con una red de narcotraficantes peruanos que comenzaba a operar en Chile, a quienes quiso denunciar ante la DEA a cambio de que lo sacaran del país como testigo protegido, para evitar las deudas. Al final, lo que Berríos quería era eso: abandonar Chile para no pagar.
La historia de Berríos parece articulada por un descenso al infierno. Un mérito del podcast es precisamente relatar ese viaje sin retorno. ¿cómo reconstruyeron el círculo de amistades y fiestas que rodearon al exquímico de la Dina?
Todo está reconstruido a partir de las cintas, las que dan cuenta precisamente de eso: que Eugenio Berríos fue perdiendo el control de su vida de manera sostenida, y eso no solo lo dejó en la ruina económica, sino que en una decadencia estructural. Eso es lo que el podcast desarrolla en los tres primeros capítulos: la caída vertiginosa. A veces uno cree que ya no hay más por dónde el personaje pueda sorprender, pero siempre hay más oscuridad.
“Salvar a un hombre por lo que sabe”
-Hay otro punto interesante que es el abandono del personaje después de trabajar en la DINA y la paranoia constante por una eventual revancha en su contra. Berríos incluso dice no se explica cómo todavía está vivo. ¿Qué piensas de esta sensación que atraviesa durante los últimos años de su vida?
Hasta que desaparece en octubre de 1991, a Eugenio Berríos no le preocupaba lo que la DINA, o lo que quedaba de las cenizas de la dictadura, pudiesen hacer con él. Había sobrevivido toda la década del 80 sin que eso fuese un problema, aun cuando era una persona que no dudaba en contarle a cualquier desconocido todo lo que había hecho para el régimen. El asunto se salió de control precisamente cuando lo llamaron a declarar. Fue ahí que la inteligencia del Ejército no tuvo ninguna duda de que Berríos, que era un civil que no respetaba ningún pacto de silencio, contaría todo lo que sabía a un juez. Y lo hicieron desparecer en una operación de encubrimiento en la que se incluyó a otros agentes que también guardaban secretos.
-Después de participar en la Dina, la vida de Berríos se precipita en un completo tobogán, intentando rehacer su vida económica, gastando más de la cuenta, inventando negocios e incluso llegando a vivir nuevamente con sus padres. ¿Háblame de ese periodo oscuro?
Después de salir de la DINA Berríos queda sin dinero. Era una persona acostumbrada a “vivir a lo grande”: le gustaba comer en restaurantes, invitar a amigos, irse de fiesta con ellos, y consumir alcohol y cocaína a destajo. ¿Cómo financiaba eso? Principalmente con dinero prestado, porque fracasó en cada uno de los emprendimientos que intentó realizar, entre ellos un extracto de boldo que comercializaba como un tónico para problemas gástricos o el aceite de rosa mosqueta. A tal punto llegó su debacle, que intentando escaparse de los usureros, a fines de los 80 se fue a vivir Viña del Mar, a un departamento que le pagaba su padre y luego regresó a Santiago a vivir con él.
-En esa misma etapa, Berríos se introduce en el narcotráfico, empieza a fabricar metanfetaminas y termina contactando a la DEA para transformarse en delator. Son estos hechos los que hablan de su desesperación y su fallida estrategia de subirse a cualquier “micro”.
Sí, la DEA fue su última carta. En la casa de sus padres Berríos comenzó a fabricar anfetaminas, en un laboratorio que instaló en el subsuelo. También se dedicó al menudeo de cocaína. En ese negocio se vinculó con una red de narcos peruanos que comenzaba a asentarse en Chile y a quienes intenta denunciar ante la DEA, con la condición de que lo sacaran del país como testigo protegida. Por supuesto, no le resultó. En las cintas de ese periodo se lo escucha temeroso y desesperado.
-¿Qué fue lo más difícil del trabajo y que valor tiene como experiencia trabajar con material inédito en el marco de los 50 años del golpe?
Fue un proceso complejo, por los tiempos, pero una vez que tuvimos acceso a las cintas todo salió de manera más o menos expedita. Eso ocurrió, en parte, porque hubo que tomar decisiones previas a la escritura de los guiones, que, de alguna manera, fueron acertadas. Por ejemplo, ¿hasta dónde debíamos contar la historia de Berríos? La respuesta siempre estaba en las cintas: contar hasta donde los casetes lo permitiesen. ¿Por qué? Porque ese era el material más novedoso que teníamos, es lo que quieres escuchar.
-¿Y qué sería lo más novedoso del material?
Diría que lo más relevante es que estas cintas permiten contar la historia de Eugenio Berríos con matices, intimidad y bastantes capas de profundidad, lejos de la caricatura. El resultado es un perfil de un hombre siniestro, que permite explicar las macabras prácticas de la dictadura, como matar con gas sarín, pero también la de una persona rodeada de un círculo de delincuentes y charlatanes con los que frecuentaba la bohemia santiaguina ochentera, su decadencia, a ratos incluso con un toque siniestro humor. Y luego, en democracia, las cintas permiten contar como Augusto Pinochet, a través del Batallón de Inteligencia del Ejército, intentó encubrir y acallar cualquier atisbo de justicia que pudiese terminar con él en la cárcel. Al final, cuando Berríos está desaparecido y el policía Nelson Jofré lo está buscando uno se pregunta: ¿por qué hay que salvar a Eugenio Berríos? Y la respuesta es contradictoria: Berríos es un hombre que guardaba secretos sobre los actos más letales de la dictadura, no es salvarlo por qué sí, es salvar a un hombre por lo que sabe.