Reflexión sobre la conmemoración de los 50 Años del Golpe Civil Militar
Como Fundación Gente de la Calle, que se interesa e involucra respecto a la problemática de la Situación de Calle, promoviendo su erradicación mediante la incidencia en las políticas públicas, articulando redes y generando acciones de protección y resguardo, nos sentimos llamados a exteriorizar nuestra posición ante la conmemoración de los 50 años del Golpe Civil Militar del 11 de septiembre de 1973, en tanto que sus resultados y derivaciones han comprometido los asuntos políticos y económicos, sociales y culturales, más significativos hasta hoy.
La situación de calle, abordada desde distintas perspectivas, siempre presenta un componente común vinculado a fenómenos de carencia material, que se relacionan a procesos de exclusión, desvinculación social y vulnerabilidad, por lo que tiene una significación más allá de no contar con una vivienda. Si bien es cierto que es muy antigua la presencia de personas sin hogar, a partir de las transformaciones estructurales, históricas y subjetivas, tras el Golpe de 1973, las condiciones se abren a nuevas causas, tales como el desempleo, la desindustrialización y las transformaciones del mundo del trabajo, el consumo de nuevas drogas (especialmente el neopren y la pasta base), el quiebre de la familia extendida y el paso a la familia nuclear, así como los valores sociales del, así llamado, “modo de vida americano”, caracterizado por el individualismo, el consumismo, la competencia y el endeudamiento.
De este modo, las causas por las que una persona inicia una trayectoria de situación de calle, se encuentran, a partir del Golpe, propiciadas por una nueva estructura de oportunidades que limita las alternativas de bienes y servicios. El declive del rol del Estado, generó que la población más vulnerable se viera enfrentada a brechas o, directamente, imposibilitada, para acceder a ciertos bienes, servicios y mecanismos de protección, así como sometida a procesos de exclusión social y deterioro psicoafectivo.
Dicho esto, nos encontramos de plano en el ámbito de la interpretación histórica. Precisamente, las distintas conmemoraciones suelen caracterizarse por el rol de la memoria-histórica como elemento fundante y fundamental de toda sociedad, específicamente respecto a la realización de una toma de conciencia en cuanto a responsabilidades individuales y colectivas en torno al Golpe, la dictadura y la violación a los derechos humanos.
Ahora bien; la memoria-histórica no sólo la constituye el “discurso oficial”, sino las, a veces invisibles, aunque nunca intrascendentes, voluntades individuales y colectivas que se expresan en actos culturales, organizaciones de derechos humanos, procesos judiciales, etc. Siendo, además, permeable a los equilibrios y desequilibrios de las fuerzas políticas, así como de actores sociales que se vuelven estratégicos en la medida que tienen la capacidad de ejercer poder.
El debate por la historia y la memoria es de suyo polémico, toda vez que implica que las distintas partes buscan la instalación de una versión legítima de los procesos y acontecimientos. Sin embargo, pueden variar las versiones en torno a las causas y responsabilidades, los objetivos y repercusiones, pero en caso alguno puede negarse y minimizarse el terrorismo de Estado y consiguiente violación de los derechos humanos, con la estela de muertos, torturados, detenidos-desaparecidos, exiliados y exonerados políticos.
A partir del retorno a la democracia, a lo largo de los gobiernos de la Concertación, siempre se terminó por privilegiar, en cuanto a la rememoración del Golpe, la gobernabilidad democrática en construcción y dirigir la mirada “hacia el futuro”, bajo la vigilancia de una “política de Estado”.
Fue sólo en 2013, en la conmemoración de los 40 años, en medio del primer gobierno de derecha tras el retorno a la democracia (Piñera, 2010-2014) y en el contexto de movilizaciones sociales multisectoriales, que se habían fortalecido a partir del movimiento estudiantil de 2011, como los socioambientales, mapuche, de pobladores, feministas, regionalistas, que el eje de la rememoración se puso no tanto en el quiebre democrático y el terrorismo de Estado, sino en el proyecto truncado por el Golpe: la Unidad Popular.
No se trató en ese momento de un esfuerzo por privilegiar solamente la gobernabilidad que impidiera reavivar los enfrentamientos ideológicos que habían escindido al país, estableciendo de este modo una política de reconciliación nacional, sino de legitimar el proyecto de la Unidad Popular como una forma de democratizar el poder político y económico.
Por lo demás, la conmemoración de 2013 desbordó la “política de Estado” a través de múltiples manifestaciones de la propia sociedad. Como no había pasado antes, se habló abiertamente de las víctimas y de los victimarios, del horror y de la impunidad; y a la vez se asoció, por un lado, el Golpe de Estado como el proyecto político de las clases dominantes y, por otro, a la Unidad Popular como el proyecto de los sectores populares.
Los años siguientes a 2013, hasta el denominado Estallido Social de 2019, múltiples sectores actuaron en concordancia con la relegitimación de un proyecto democratizador que tenía como referente a la Unidad Popular. Sin embargo, tras el Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución (noviembre 2019), el inicio de la Pandemia por Covid, los sucesivos fiascos en el intento de redactar la nueva carta magna y el actuar errático de los partidos de izquierda, centro-izquierda y del gobierno, ese ciclo iniciado en 2011 se cerró en torno a un estrepitoso fracaso.
Tras esto, ha habido un retorno a la política de los consensos y el protagonismo de las élites, los partidos y los grupos económicos. Por lo que, consiguientemente, también ha habido un retorno a la supeditación de la memoria-histórica bajo la primacía de la gobernabilidad y la “mirada hacia el futuro”, sobre todo ante un nuevo escenario de reconfiguraciones de sectores denominados de “extrema derecha”, que promueven una cultura política autoritaria y en franca oposición a una sociedad de derechos.
Por este motivo, como Fundación Gente de la Calle, nos resistimos a limitar el necesario ejercicio de la memoria-histórica a un procedimiento de gobernabilidad y a la vigilancia de la “política de Estado”.
Desde nuestro lugar, que consiste en contribuir a la inclusión de las personas en situación de calle, revertir los prejuicios y conductas discriminatorias, y abogar por el reconocimiento y ejercicio de sus derechos humanos y sociales, nos cabe destacar el rol que la sociedad civil ha cumplido en la promoción de un país que logre superar condiciones de pobreza, vulnerabilidad y exclusión, valore la democracia y rechace el autoritarismo.
La sociedad civil ha cumplido durante todo este periodo con una tarea esencial en cuanto catalizadora de procesos que llevan a la generación de políticas públicas que robustecen la responsabilidad estatal y, al mismo tiempo, en la constitución de redes autónomas de solidaridad al interior de la propia sociedad.
Ha sido la sociedad civil la que, en dictadura y también tras la recuperación de la democracia, fue creando conciencia e impulsando acciones para visibilizar y dar respuesta a problemáticas sociales. La política y sus instituciones, no habrían incorporado ni tramitado muchas de las problemáticas que hoy buscan erradicarse por medio de leyes y programas sociales, sin el esfuerzo y coraje de la sociedad civil.
En el caso de las personas en situación de calle, el rol de las fundaciones, iglesias, voluntariados y grupos barriales, ha sido cardinal en la ayuda requerida y recibida, desde la simple y fundamental preocupación, hasta la transmisión de afecto y protección, pasando por la movilización de recursos como techo o vivienda, comida, abrigo, servicios de salud y atención médica, apoyo en trámites y reinserción laboral.
En definitiva, a 50 años del Golpe que, entre otras cosas, cambió el eje de una sociedad Estado-céntrica hacia una sociedad Mercado-céntrica, que es en la que seguimos viviendo hoy en día, el desafío que se nos impone y la única manera de dejar de mirar hacia el futuro dándole la espalda al pasado y, por el contrario, podría llegar a ofrecernos una mirada que contenga en sí misma la presencia del pasado, el presente y el futuro, como condición humana, consiste en la creación de una sociedad Socio-céntrica, donde cada persona, de manera individual y a la vez colectiva, pueda encontrar las formas de su plena realización.