Filósofo Javier Agüero: “Creo en una memoria subversiva que se revela contra la oficial”
Doctor en Filosofía y académico Universidad Católica del Maule, Javier Agüero analiza los tópicos en tensión que vienen aparejados con lo sucedido en nuestro país el 11 de septiembre de 1973, como la defensa de los derechos humanos y el modelo neoliberal. “A 50 años aún no hay verdadera justicia con muchos criminales y cómplices civiles de la dictadura”, asegura.
-¿Cómo consideras que el golpe cívico militar de 1973 ha influido en la identidad política y social de Chile durante estos 50 años?
Ha sido determinante, no solo por los efectos de una dictadura feroz que violó los derechos humanos de manera brutal sino porque, además, fue una dictadura con un proyecto de sociedad completo que se basó en la instalación forzosa del modelo neoliberal, que no es solo un sistema económico, sino que una forma de relación social (por parafrasear a Marx respecto al capitalismo), transformándonos en sujetos desafiliados, sin sentido de lo común y náufragos en el mar de la individualidad. Esto trasciende la dictadura y se profundiza con los gobiernos transicionales y que ha seguido intensificándose hasta hoy.
-En términos filosóficos, ¿cómo evalúas el balance entre la estabilidad política y la violación de los derechos humanos que caracterizó el período de la dictadura militar en Chile? ¿Ves posible una reconciliación completa de la sociedad con un pasado tan traumático o sería algo más bien político-simbólico?
Es decir, lo que llamas estabilidad política no fue sino la expresión de un totalitarismo –aunque el término no sea el preciso si seguimos a Hannah Arendt–, de una tranquilidad exigida por la represión, la persecución, la tortura, en fin. “Estabilidad política” es un par conceptual muy tenso, no pienso que haya existido algo así, sino la ponderación calculada y monitoreada del terror.
Sobre la reconciliación no creo que eso sea posible. La reconciliación es una palabra fundamentalmente transicional que se desplegó para normalizar la situación social y política en un momento que Pinochet estaba todavía muy presente, activo y con el ejército cuadrado completo. Ya ves que al día de hoy los discursos revisionistas y negacionistas están a la orden del día, incluso justificando el Golpe. Mientras esto no cambie radicalmente y se genere en Chile una suerte de consenso en torno a la barbarie que ocurrió, la palabra reconciliación no será otra cosa que un cliché.
-¿Cuál es tu opinión sobre el papel de la memoria histórica y la importancia que tiene la verdad y la justicia?
Pienso a la memoria, desde un cierto punto de vista filosófico, no como la tradicional referencia al pasado, tampoco como un puro presente asediado por slogans políticos o como un forzoso despunte hacia el futuro, sino que como un acontecimiento. Es decir, como aquello que no puede ser calculado y cuya temporalidad es equívoca, o bien, no tiene arraigo ni se traduce en forma alguna, operando como una fuerza desestructurante. Creo en una memoria subversiva que se revele contra lo oficial. Entonces, quizás y solo quizás, se abra la posibilidad para algo así como la verdad y la justicia.
-Chile ha experimentado una transición a la democracia desde 1990. ¿Qué lecciones filosóficas se pueden extraer de este proceso en cuanto a la reconciliación, la justicia y la consolidación democrática?
Como te decía más arriba y como bien lo señalas, la palabra reconciliación es un dispositivo transicional, justamente. En este sentido se ha utilizado e instrumentalizado para favorecer el tránsito hacia la estabilidad social y política posterior a la tragedia. Lo mismo ocurre con palabras como “perdón” o “comisiones de verdad y justicia”, en fin. No obstante, si observamos el devenir de la historia de Chile desde el 90 hasta hoy, nos daremos cuenta que son solo léxico, motes vacíos de significación histórica real. Todavía hay desaparecidos, ausencia de información, etc. A 50 años aún no hay verdadera justicia con muchos criminales y cómplices civiles de la dictadura. Frente a eso, lo que llamas “consolidación democrática” no ha sido sino el índice falaz de una buena conciencia. Sin justicia para las víctimas, sin la recuperación de los paraderos de sus familiares, todo el resto no es más que verbo.
-¿Cómo ves el estado actual de la política en Chile en términos de participación ciudadana, representación y responsabilidad gubernamental? ¿Tiene que ver este estado con lo ocurrido 50 años atrás?
Hay un potente sentimiento anti-partidos. Y en esta línea, la relación entre política y sociedad civil, por decirlo de alguna forma, está rota. Hemos sido testigos de cómo la clase política (como la llama Gabriel Salazar) ha secuestrado procesos sociales de enorme magnitud como la revuelta de Octubre –con mayúscula por favor porque, en tanto disrupción histórica, es un sustantivo propio– transformándolos en artefactos constitucionales espurios y, al día de hoy, fuertemente representados por la extrema derecha. De cara a eso, el lazo entre sociedad y partidos políticos está cortado. Y creo que esto sí tiene que ver con el Golpe, en el entendido que lo que la dictadura y los primeros gobiernos transicionales intentaron despolitizar, desideologizar y, de esta manera, dejar que la lógica neoliberal penetre y se profundice sin mayores contrapesos.
-En relación con los derechos humanos, ¿cómo considera que Chile ha avanzado desde el fin de la dictadura en la protección y promoción de estos derechos? ¿Persiste ese desafío en la actualidad?
Se ha avanzado, no se puede negar. No es lo mismo el año 91 que el 2010, por ejemplo. Sin embargo, los derechos humanos deben siempre estar abiertos a su indeterminación, es decir a la persistencia, a la insistencia y a la necesidad siempre justa de que jamás es suficiente. Como te señalaba más arriba, a 50 años todavía hay cientos, sino miles, de personas que buscan a sus familiares y eso es vergonzoso. Criminales, como el asesino de Víctor Jara que se suicidó hace poco, murieron libres. En Chile no es raro que un torturador y un torturado/a se crucen por la calle. Te repito, siempre hay que insistir en los derechos humanos y en la búsqueda de la verdad, jamás será suficiente, nunca; por eso son indeterminados y expansivos en su historia. De lo contrario solo serán un slogan. Hay que sacarlos de ahí, de la propaganda y hacerlos carne en la búsqueda y la insistencia por una cierta justicia.
-Finalmente, ¿cuál es su visión filosófica sobre el papel de la educación, el rol de las universidades y la cultura en la construcción de una sociedad más democrática y respetuosa de los derechos humanos en Chile?
Es clave, pero no se trata simplemente de que las escuelas o las universidades pasen asignaturas sobre formación ciudadana y educar entendiendo que los derechos humanos son inalienables, sino que al mismo tiempo hay que generar masa crítica, consciente de su historia, atenta al hecho de que lo que ocurrió en Chile fue una tragedia de enormes proporciones. Enseñar, atender al currículum simplemente y pasar los conceptos, de poco sirve sino impulsamos la formación de sujetos conscientes y responsables con la historia.