Crónicas australianas: #1 Nothing Compares 2 U
Al llegar a Hong Kong después de 12 horas de vuelo reviso los resultados del Mundial. ¿Cuándo hubiese pensado que iría a Australia a ver fútbol? Canguros, cocodrilos y koalas, claro, pero ¿fútbol? Y de mujeres, claro, porque si el Mundial sigue siendo el de hombres; el de mujeres tiene que ser “el de mujeres” o “femenino’ O “femenil”. Quizá eso cambie antes que muera, vaya a saber uno. Quizá el fútbol cambie con ello, para mejor y deje de ser –entre tantas cosas—una muestra de machismo y nacionalismo violentos y pase a ser un juego donde el nacionalismo es más una risa y un abrazo y el machismo se desvanezca donde las arañas tejen el nido.
El vuelo a Sídney sale en dos horas. Sinéad canta de nuevo en mi cabeza. Reviso los resultados del mundial de hoy: Estados Unidos empató con los Países Bajos. Mi hijo está un tanto decepcionado. Mi hija dice que no importa, que igual van a ganar. Esto de tener hijo e hija gringos, me río medio perdido, como en un sueño como si fueran ya siete días y quince días desde que iniciamos este periplo.
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¿Qué hora es? Estos primeros días en Sydney han sido surreales: entre la belleza del mar y de las velas de la ópera, los hinchas que salpican un poco algunos rincones, el Fan Fest con ambiente familiar (en el que brasileños y colombianos se destacaron tanto en la hermosa derrota ante las francesas como en el épico triunfo frente a las teutonas), y la incertidumbre del sueño que va y viene en oleadas.
La publicidad del mundial atraviesa la ciudad, banderas por todas partes, pero, ciertamente, no hay un ‘ambiente mundialero’. Ayer, en un bar donde veía a The Ferns (las helechos, las jugadoras de Nueva Zelandia) quedar eliminadas, la mitad de las pantallas transmitía un partido de fútbol australiano. El taxista del aeropuerto, un flaco de la India que lleva dieciséis años por estos lados, me dice que algo hay, algo de gente ha venido. Anuncios en las calles avisan de posibles tacos debido a un partido en la tarde.
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Aprovechamos andar perdidos en el tiempo para ir de noche al observatorio de la ciudad. Pero la noche no está estrellada y no es el cielo sino la ciudad la que se estrella ante nuestros ojos. Arriba, tal vez, alguien canta y pienso que mañana es el gran día para las Matildas que se enfrentan a Canadá para decidir si siguen con vida en el campeonato. Mi hija, que lleva una camiseta con el arce dibujado, me dice: “quiero que los dos ganen”. Sonrío y, por un segundo, pienso que aquí (y ahora) eso es posible.