G80: La memoria fragmentaria de la generación estudiantil que derrotó a Pinochet
1988, el año del plebiscito que pondría fin a la dictadura o la prolongaría hasta marzo de 1997. Las movilizaciones estudiantiles se acrecentaban contra el régimen. La Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago era cada vez más dura con el alcalde designado de la comuna, Gustavo Alessandri Valdés y el ministro de Educación, Horacio Aránguiz.
El jueves 5 de mayo de 1988 se produjo una toma en el Liceo Amunategui, que fue desalojada por Carabineros y provocó que 18 estudiantes fueran heridos y más de 80 detenidos.
El mismo alcalde Alessandri asistió a una Asamblea pública de estudiantes, profesores, padres y apoderados del liceo, mientras, aún, había 15 estudiantes detenidos.
Dino Pancani, dirigente público de las Juventudes Comunistas y estudiante del liceo lo increpó: “¡Trataron a nuestras compañeras de rameras y empleadas domésticas e incluso golpearon a nuestros maestros que nos trataron de proteger. Nosotros pedimos pasaje escolar en el metro y un centro de alumnos democrático y necesitamos 135 becas alimenticias!”.
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La G80
A 35 años de esos hechos, el ahora periodista Dino Pancani lanza el “Cuando te diga NO soy primavera: G80-La generación que derrotó a Pinochet” de editorial Pehuén.
Un relato coral que reconstruye a través de anécdotas e historias conocidas y otras anónimas, las movilizaciones estudiantiles de la época que demandaban cambios en la educación.
"Cada historia que se cuenta es una aventura que podrá haberle pasado a cualquiera de nosotros, son historias sin autores individualizados, pero sí, conocidos. ¿Entonces?, la historia debía contarse de manera coral, pues el libro aspira a ser de todas y todos quienes fuimos jóvenes en dictadura y decidimos combatirla", afirma el académico de la Facultad de Comunicación e Imagen de la Universidad de Chile en conversación con El Desconcierto.
"Porque el estar vivo es un triunfo; porque los mercaderes de la transición hubiesen negociado por menos si no hubiésemos sido quienes fuimos: un grupo de jóvenes que horadamos a una dictadura que quería perpetuarse hasta 1997", reflexiónó en el lanzamiento del libro en la Universidad Católica Silva Henríquez.
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-¿Qué reflexiones saca desde la construcción de estas memorias fragmentadas de lo que fue la lucha estudiantil a la dictadura vista desde hoy?
-Las memorias son siempre fragmentarias y ese rasgo se acentúa cuando hay una generación que sufre una diáspora, que se desvanece en un proceso social en donde no hubo espacios para que siguiera estando constituida. La lucha estudiantil tuvo virtudes que, con el paso del tiempo, pueden aparecer con más notoriedad, por ejemplo: una enorme capacidad de poner los propósitos colectivos por sobre las individualidades, deliberación y disciplina en función de proteger al colectivo al que se pertenecía, “insolencia” ante el poder, la cual se expresaba en su voluntad transformadora. Otra muestra de ese movimiento era la solidaridad con el otro o la otra, condición necesaria para sobrevivir a los embates de la dictadura.
Por último, quiero decir que había mucho entusiasmo y energía puesta en Chile, en pensar Chile, en reconstruirlo.
-¿A qué se refiere con lo de “mercaderes de la transición”?
-No tengo dudas de que el paso de dictadura a democracia fue un proceso difícil, el cual obligó a negociar con los militares y la derecha que sostenía al régimen. Fue el precio a pagar en función de que el crimen y el miedo no siguieran siendo los principales métodos de gobernanza. Sin embargo, en el marco de esa negociación, hubo personajes que se acomodaron rápidamente al modelo de la dictadura y encontraron los espacios para oponerse al cambio que podría haberse producido de manera gradual.
-¿De qué forma se acomodaron?
-Se sumaron a la defensa del sistema económico, vendieron el agua, las carreteras y así podría mencionar los pilares del modelo dictatorial, pero pondré énfasis en la principal especulación que hicieron: negociaron la verdad y justicia para las víctimas de las violaciones a los derechos humanos y eso ha traído no sólo dolor a los familiares y amigos de las víctimas, también es un elemento a considerar cuando el valor de la democracia y los derechos humanos son menos considerados por un sector de la sociedad. Es de esperar que aquel comportamiento no sea el que prime en los actuales gobernantes. En Chile se volvieron a violar sistemáticamente los derechos humanos durante el estallido social y el Estado está repitiendo el mismo comportamiento que tuvo durante la transición; abandonó a las víctimas con ausencia de verdad y justicia.
-¿Por qué decide la construcción de un relato coral colectivo que utiliza lo fragmentario para narrar la experiencia de tu generación?
-Algunas de las ideas preconcebidas que tuve antes de escribir son que no quería que fuese un almanaque, sino más bien una reflexión sobre el periodo como un continuo; quise alejarme de las legítimas querellas que existen al interior de esta generación y concentrarme en una descripción del tiempo y el cómo se habitaba ese ciclo marcado por la dictadura y también por nuestras edades vitales. Destaqué las historias mínimas, pues nos volvían seres cotidianos que teníamos muchas similitudes en la manera de enfrentar las distintas militancias, los amores, los miedos, las incertidumbres.