26 de Julio: El disparo
Hace medio siglo, al atardecer del jueves 26 de julio de 1973, el presidente Salvador Allende con el Grupo de Amigos Personales (GAP), a cargo de Domingo Blanco Tarrés (Bruno) y su edecán de turno, capitán de navío, Arturo Araya Peeters, se dirigía hasta la Embajada de Cuba en calle Los Estanqueros n° 1875, para conmemorar treinta años del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, hecho que había inauguró el proceso revolucionario en ese país.
En la sede diplomática, Mario García Incháustegui, embajador de Cuba, lo recibió afectuosamente. A la velada también asisten representantes diplomáticos, dirigentes políticos, personalidades del arte y la cultura y amigos de la Revolución. El presidente no estuvo mucho tiempo en la embajada porque tenía varios asuntos por atender. Los GAPs lo trasladaron a la residencia presidencial de Tomás Moro, y el Edecán naval, terminado su trabajo, se fue a su casa de dos plantas en calle Fidel Oteiza n° 1953. Se acuesta…
Minutos después de la una de la mañana, en la intersección de avenidas Providencia y Pedro de Valdivia, a un par de cuadras de la vivienda de Arturo Araya, desde una camioneta, hombres vestidos de negro y encapuchados bajaron neumáticos, y con bombas molotov los encendieron para cortar las calles con una barrera de fuego. Al mismo tiempo, frente a la casa del edecán militantes de Patria y Libertad gritaban, insultaban y disparaban contra el inmueble. El comandante despertó, tomó su metralleta y salió al balcón para repeler el ataque. Los disparos seguían, y el oficial naval cayó herido de muerte. Los civiles desaparecieron. Habían cumplido su misión.
El Edecán en estado grave fue llevado a un hospital cercano. Salvador Allende llegó a tiempo para ayudar en las maniobras de reanimación del oficial. Los esfuerzos médicos fueron infructuosos, su vida se apagó. Amanecía el viernes 27 de julio de 1973. El capitán de navío, edecán naval, Arturo Araya Peeters, uno de los hombres más constitucionalistas de la Armada había sido asesinado.
La lealtad al Gobierno constitucional de Araya había quedado en evidencia el mes anterior en el intento de golpe de Estado llamado Tanquetazo. Esa mañana, mientras en el barrio cívico fuerzas leales a la Constitución, encabezadas por el general Carlos Prats, reprimían la asonada, Salvador Allende y su comitiva de seguridad salieron de Tomás Moro hacia el cuartel central del Servicio de Investigaciones en calle General Mackenna.
Al llegar al recinto aún se escuchaban disparos, al bajar del auto el Presidente pidió que la escolta lo haga sin las armas largas, el Edecán naval, contradiciendo al mandatario por primera vez, ordenó que los GAPs bajen con todas las armas que llevan. Con seguridad, la firme determinación del oficial para defender la vida de Salvador Allende y al gobierno constitucional no pasó desapercibida para Campito, uno de los cocineros de la casa presidencial de Tomás Moro, ojos y oídos de la inteligencia naval en el entorno del presidente.
Días después, en la prensa opositora, apareció la “confesión” de José Luis Riquelme Bascuñán, obrero de una industria filial de CORFO y supuesto militante del Partido Socialista, quien se auto inculpó como autor del asesinato del Edecán, junto a un grupo de GAPs encabezados por Bruno, ex miembros del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y cubanos.
El trabajador había sido detenido y, como se supo después, torturado por Daniel Guimpert, agente del Servicio de Inteligencia Naval (SIN) y Germán Esquivel Caballero integrante del Servicio de Inteligencia de Carabineros (SICAR). Esta versión fue avalada sin cuestionamientos por el Partido Nacional, la Democracia Cristiana y los otros grupos opositores a la Unidad Popular.
Así, el asesinato de Araya habría sido realizado por cercanos al Primer Mandatario, entre ellos Bruno que a la hora del asesinato se encontraba en Tomás Moro con el presidente. La falsa versión divulgada masivamente por la prensa opositora cumplía el objetivo de que la oficialidad naval estuviera dispuesta a levantarse contra el gobierno que había asesinado a su camarada.
Pero la verdad era una muy distinta. A los pocos días, el grupo de tarea que Salvador Allende había formado para investigar el caso, que incluía a los servicios de inteligencia de las FF.AA., Carabineros y al Servicio de Investigaciones detuvo a varios integrantes de Patria y Libertad.
Poco después, capturó a Guillermo Clavería, quien sería el autor material del disparo mortal. La Justicia Naval lo condenó a 20 años de prisión, luego le fue rebajada a tres y a comienzos de los años 80 Augusto Pinochet lo indultó. Años después, se declaró inocente explicando que estuvo en la calle frente a la casa y disparó, pero no hizo la descarga mortal y que, mediante torturas, fue obligado a firmar una declaración inculpatoria que no leyó. ¿Verdad o mentira? Enrique, hijo abogado de Araya, le cree.
Lo más probable es que el tiro que acabó con la vida de Araya fuera realizado por un francotirador desde una institución educacional religiosa ubicada frente a la casa, porque la bala penetro el cuerpo desde arriba hacia abajo. Dos mujeres que estaban en la calle testificaron que dos hombres de negro que llevaban un arma larga salieron del colegio y se subieron a una camioneta que tenía en sus puertas un disco de una institución fiscal. Esta versión no fue investigada por la Justicia Naval. ¿Por qué?
Como queda en evidencia por las maniobras para culpar del asesinato a grupos de izquierda cercanos a Allende realizadas por miembros del SICAR y del SIN, el asesinato de Arturo Araya Peeters, fue una operación en que participaron miembros de la inteligencia naval y Patria y Libertad, cuyo objetivo último era privar a la Unidad Popular de un oficial constitucionalista que, si se requería, como lo había hecho Prats el mes anterior, podría comandar tropas de la Armada para defender el gobierno legalmente constituido.
Hasta hoy no hay certeza de quien, y porqué, asesinaron al capitán de navío Arturo Araya. Lo único cierto es que hace medio siglo, poco después de la una de la mañana del viernes 27 de julio de 1973, de un certero disparo, fue cegada la vida de un marino ejemplar, cuya muerte, como tantas otras, aún clama por verdad y justicia.