Honestidad brutal
En la reciente edición de la encuesta Criteria, que hizo una radiografía de las principales preocupaciones de los chilenos respecto al crecimiento económico, cuando se le pregunta a los encuestados (un total de 1000 personas) qué debiera privilegiar el parlamento y el gobierno, un 71,2% responde crecimiento económico y un 28% por el cuidado del medio ambiente.
Es decir, hoy la ciudadanía cree que el foco debiera estar más puesto en el crecimiento que en el cuidado del medio ambiente. Del total de encuestados, un 72% considera que se vuelve más atractivo vivir en Chile cuando hay crecimiento económico y solo un 20% no está de acuerdo ni en desacuerdo con lo anterior. En la misma encuesta se devela un alto consenso social que apunta a que, cuando hay bajo crecimiento económico, no se pueden subir los impuestos: 85% de los encuestados dice no estar de acuerdo con subir impuestos cuando hay poco crecimiento y solo un 15% está de acuerdo con subirlos aunque el crecimiento económico sea bajo.
Si uno revisa esta misma encuesta Criteria de mayo del 2019, en la pregunta relativa a si privilegiar crecimiento económico o cuidado del medio ambiente, solo un 48% responde que crecimiento económico, mientras que un mayoritario 52% se inclina por el cuidado del medio ambiente.
No cabe duda que, en estos últimos años, algo cambió en el chip de la ciudadanía a la hora de expresar lo que quisiera que sus legisladores y gobernantes priorizaran en el diseño de políticas públicas y definiciones económicas. El mismo Chile (pre estallido social) que se mostraba crítico al modelo híper capitalista, ahora parece añorar esos años en que el país hablaba de superavit fiscal, colocaba bonos soberanos en Wall Street y se jactaba de ser el que más crecía en un barrio que exudaba inflación y populismo (el Chile de los “30 años”).
No hay que haber estudiado sociología, filosofía o psicología para entender las razones de este cambio en el estado mental y de ánimo de los chilenos. Es cosa de tener recorrido de a pie y conversación fuera de los diminutos (pero influyentes) círculos de intelectuales, artistas, federaciones de estudiantes, carreteras de twitter o de esos oasis de realidad que solía otorgar el voto voluntario: no era una revolución de izquierda, más bien fue un reventón de hipermodernidad.
Y es que junto con las demandas identitarias, universitarias y las minoritarias exigencias por reformas estructurales (como el cambio de la Constitución), el país se enfadó por el aumento de los precios en servicios como el Metro y al parecer, también se sintió defraudado con la administración tacaña de un gobierno que hace solo un año y medio atrás, había ganado con 3.9 millones de votos la elección presidencial (¿cuantos miles de millones de dólares le costó a Chile aquella tacañería del gobierno de Piñera?).
Ha corrido mucha agua bajo el puente en estos cuatro años y con una fuerte corriente que ha hecho cambiar discursos, programas de gobierno y valoraciones ciudadanas. Se trata de una corriente pos ideológica, donde los puntos cardinales de la izquierda y la derecha han tenido que abrir sus oxidadas compuertas para dejar que fluya un desbocado ciudadano que a ratos parece un bolchevique revolucionario, luego un devoto del Tibet, pero en seguida se muestra como el más hereje de los herejes y el más egoísta de los egoístas (véase las más recientes encuestas relativas al fondo solidario de pensiones).
Quizás por lo anterior es que, aprovechando la gira de Boric a Europa, donde los 50 años del golpe son uno de los recursos que ha buscado resaltar el mandatario junto con ratificar los tratados de libre comercio y el CPTPP, es que el ex presidente Piñera, siempre tan oportuno y con esa alegría perversa que otorgan las travesuras a los niños mal criados, salió publicando en su Instagram imágenes en las que posaba con empresarios como Mark Zuckerberg (Meta), Bill Gates (Microsoft), Jeff Bezos (Amazon), Sundar Pichai (Google) Marcos Galperin (Mercado Libre) y Sam Altman (ChatGPT).
Así es, Piñera posando junto a los multimillonarios más conocidos del planeta con quienes compartió en el ultra exclusivo campamento de Sun Valley, al mismo tiempo que la delegación presidencial chilena hablaba de Ucrania, Nicaragua y Venezuela.
Nada queda al azar en las travesuras de Piñera, menos en un presente donde palabras como crecimiento económico, o incluso las fotos que aparezcan como sinónimo de prosperidad y riqueza, pueden generar una especie de nostalgia hacia ese tiempo en que nos apodaban jaguares de Latinoamérica.
Puede que incluso, esa nostalgia de paso a un malestar pero, esta vez, no uno dirigido a los empresarios, sino que apuntando a los políticos que han sido impugnadores al crecimiento económico (esos que hace poco pedían decrecimiento económico o clamaban por meter inestabilidad) o a quienes se han negado a poner entre sus prioridades país palabras como producción, emprendimiento y competencia.
Habría que preguntarse, más allá de las consignas y las bravatas ideológicas, es decir, con la honestidad brutal del sentido común: ¿cual foto rinde más en el país actual? ¿la de Boric con el juez Garzón o la de Piñera con los multimillonarios?