Consejo Constitucional, ¿una comedia?
Carlos Marx, en el El 18 de brumario, escribe su famosa frase: “La historia se repite, la primera vez como tragedia y la segunda como farsa o comedia”.
Hay similitudes preocupantes entre lo ocurrido en la Convención y lo que está sucediendo en el Consejo Constitucional. Mismo discurso acerca de la necesidad del diálogo y la búsqueda de la unidad del país; aunque sabe Chile por experiencia que cada bando tiene su propia interpretación de qué es dialogar y cuál es el país a unir.
En la Convención la izquierda impuso, con abultado quorum, “sus convicciones” sin considerar a la derecha. En el Consejo es la derecha, con mismo quorum, que impone las suyas sin considerar a la izquierda. La izquierda asumió todos los liderazgos de las comisiones y prescindió de los votos de la derecha. En el Consejo la derecha hizo lo mismo y también puede prescindir de la izquierda.
Pero lo más preocupante se trata de las emergencias identitarias. El quid de los fracasos. Parece aparente la disposición al diálogo, porque en todo caso no comprometen las “convicciones”, dijo la presidenta Hevia del Consejo, agregando tajantemente que donde haya diferencias habrá que aplicar los quorum legales. Lo mismo que la presidenta Loncon de la Convención. “El pueblo se pronunció”, dijeron ambas.
Las identidades exacerbadas por la izquierda (en la plurinacionalidad; en el sistema político; en las diversidades o en el medioambiente) se repiten por la derecha: prohibir el aborto, defendiendo el derecho del que “está por nacer”, es decir, del cigoto, del embrión y del feto; o establecer en un capítulo especial el poder de las FF.AA. en la convivencia interna; o revivir el añejo estado subsidiario o consagrar el fraude de las isapres y las AFP.
Arturo Squella, presidente y mente de los republicanos, rechazó la propuesta de la Comisión de Expertos y señaló que, si ésta imperaba, los republicanos eran partidarios de mantener la Constitución Pinochet & Lagos. Esa es la estrategia de la extrema derecha: ha decidido que, si no le aceptan sus “principios” identitarios, hará fracasar el proceso. Segundo intento que pasaría, entonces, a la historia como “la gran farsa”, así como el fracaso de la Convención pasó como “la gran farra”.
Esta estrategia del engaño en el Consejo Constitucional (disposición al diálogo sólo en los términos de los “republicanos”) es propia de su carácter neofascista. Así como todas las mentiras (Talcahuano, por ejemplo) que propalan diariamente con la complicidad de algunos medios.
Es la estrategia de la demolición de la convivencia civilizada, las libertades y los derechos sociales. Basta mirar cómo en plena crisis sanitaria su único interés politiquero es desarticular el Ministerio de Salud, haciendo acusaciones a destajo. Llegan a acusar al ministro de Educación por su orientación sexual, aunque esto se comprende, ya que los “republicanos” profesa que la diversidad sexual es una enfermedad. Hablan demagógicamente de una economía en el suelo y sin embargo exigen mayores recursos para un cuanto hay, a la vez que se oponen a recaudar más tributos. Incluso exigen bajar impuestos con el afán de demoler el precario Estado de Bienestar que hoy beneficia al pueblo.
Esta estrategia del neofascismo “republicano” considera la clásica máxima extremista de agudizar las contradicciones y “radicalizar” al país creando miedo y confusión, para presentarse como los salvadores de “la patria y la familia” (sic). Cual Hitler, Pinochet y otros, a quienes profesan admiración. Tal cual también, por su lado, la ultraizquierda, cual Maduro, Ortega y compañía.
La derecha no fascista tiene un dilema estratégico por delante: caer otra vez en el juego del neofascismo, tal cual sucedió en la campaña de consejeros que la llevó a su mínima expresión, que es lo que parece ser la opción de Ramírez, Chahuán y otros ultra de la UDI; o distanciarse del neofascismo, y construir con autonomía la derecha democrática y libertaria que le hace falta a Chile.
Concurrir a aprobar una Constitución democrática, minimalista y habilitante, a la vez que facilitar las medidas para aprobar todo aquello que beneficie la seguridad y los avances en los derechos sociales de las mayorías -que beneficie la economía de las familias pobres y de clase media y el emprendimiento como camino al desarrollo- sería una señal en ese sentido.
La izquierda también debe superar la tan errada estrategia de bailar al son de la música del miedo de los neofascistas, como sucedió en la reciente campaña de consejeros, y orientar sus fuerzas a mejorar su diagnóstico estratégico, recuperar la iniciativa política e intentar dar un vuelco a las tendencias políticas que predominan.
Se dice en la literatura que lo político tiene fases bien definidas: existir como fuerza o movimiento político -influir en algunos dominios-, influir decisivamente en lo relevante -determinar sistemáticamente la conducta del adversario-, que es el paso que conduce la conquista del poder. Pareciera que algunos ya se dan por derrotados y no creen posible revertir el proceso, y plantean resignarse al reflujo actual y consolidar posiciones defensivas.
El problema es que la izquierda tiene la responsabilidad de conducir al país por los próximos 33 meses más, dos tercios del mandato del presidente Boric, y las posiciones defensivas llevarían al país al despeñadero, tal como anhela el neofascismo.
Urge rectificar el rumbo, recuperar la iniciativa política, administrar bien los desafíos cotidianos del país, y buscar las alianzas necesarias para avanzar con la Constitución de los expertos y en las transformaciones que Chile necesita, con el horizonte de dejarlas encaminadas para su profundización en el futuro.