Proceso constituyente y grandes transformaciones
A quienes creemos en avanzar en derechos, justicia y respeto, la elección pasada nos dejó una gran preocupación: ¿tendremos que elegir entre la Constitución de la dictadura y la de extrema derecha? Y también muchos cuestionamientos: ¿qué es lo que votaron las personas? ¿Un proyecto político o un discurso disfrazado? ¿Los nulos lograron su objetivo? Y ya que estamos donde estamos, ¿cómo defenderemos los derechos ya ganados? Porque el panorama ya no es hasta dónde podemos llegar, sino cómo hacemos para no retroceder.
Después de todo lo que vivimos como país (la dictadura, la transición y la revuelta social, donde los movimientos sociales alcanzaron su clímax), me es difícil creer que existen 3 millones y medio de personas que piensan que las mujeres merecen menos derechos que los hombres, que el sistema de pensiones está impecable tal como está, o que el sueldo mínimo es más que suficiente.
El Partido Republicano ha sido muy hábil y poco honesto en su relato. Supo aprovechar las emociones de inseguridad y desesperanza, en un contexto donde venimos saliendo de una pandemia, con inflación extraordinaria y con una crisis de delitos más violentos y nuevos crímenes para arrasar en una elección cuyo proceso, no sólo no quieren, sino que además no resuelve las problemáticas que aparecieron en su relato.
También ha sabido instalar noticias falsas y desinformar, y para qué hablar de su audacia para desligarse de toda la responsabilidad que su sector ha tenido en muchas de las problemáticas que nos aquejan, con un discurso impugnador desde la comodidad de una oposición que sólo se dedica a frenar cualquier transformación, como lo ha hecho con la nueva Constitución, con la Reforma Tributaria, la Reforma Previsional, el salario mínimo, las 40 horas y un largo etcétera.
Mientras, desde la izquierda, nos dividimos entre diferentes listas y votos nulos, y permitimos que la ultraderecha gane espacio e instale la agenda.
Entonces, ¿de qué sirve quedarse al margen? Cuando votamos o decidimos no hacerlo, no es la legitimidad de los procesos lo que está en juego, sino la distribución del poder institucional, lo que en cualquier democracia, pero especialmente para un Chile desmovilizado, es fundamental.
Entonces tenemos dos opciones: ser testigos del avance del fascismo o tratar por todos los medios de incidir y que la clase trabajadora avance todo lo que sea posible, siempre.
Así, el argumento de algunas personas para anular, de que el resultado es una crítica desde la izquierda a la derechización del oficialismo, sobredimensiona la representación de la izquierda impugnante y el movimiento social.
Recordemos que la derrota catastrófica de la rechazada propuesta de nueva Constitución está lejos de deberse a “izquierdas derechizadas”.
El desafío va mucho más allá de criticar al Gobierno que esté. Se trata un trabajo “de hormiga” hacia un necesario cambio social, económico y cultural, que apunte a distribuir el poder y la riqueza para mejorar la vida de las personas y que, como consecuencia, recomponga la confianza en el Estado y sus instituciones.
Para eso, tenemos que ser muy conscientes de que la extrema derecha de Kast creció como nunca y no hay abstención ni división que le haga competencia, lo que nos lleva a lo más grave: no vivimos en una sociedad organizada e impugnadora del orden establecido, sino en una que ya tiene suficientes problemas como para preocuparse de la política, mayoritariamente descontenta, individualista y legítimamente desconfiada, con la rabia, el hastío y el miedo como emociones predominantes, las que el Partido Republicano acuñó, no con el objeto de resolverlas, sino de disfrazar su discurso para que no se note que quieren mantener todo como está.
¿Cómo explicarse si no que candidatos que dicen que no quieren una nueva Constitución obtengan esta mayoría? ¿O es que la mayoría ya no quiere una nueva Constitución?
Cuando el pueblo no se moviliza, cuando la izquierda se divide y cuando se pierde claridad del enemigo de clase, no sólo gana la derecha, sino la ultraderecha.
Y esto es sencillamente porque no somos una mayoría organizada que logre instalar un sentido común. Entonces, ¿vamos a dejar que la historia pase frente a nuestros ojos, triunfe el fascismo y retrocedamos en derechos?
De todas formas, las derrotas del 4 septiembre y del 7 de mayo nos obligan a repensar nuestro proyecto, nuestras alianzas y nuestro relato desde la izquierda. Al parecer, no estamos logrando convocar a las grandes mayorías y la solución no pasa por girar hacia el centro, ese que desapareció en las últimas elecciones.
Debemos replantearnos, si la llave a las grandes transformaciones está en el proceso constituyente o si debemos encontrar y construir otras vías tanto institucionales como no institucionales. No se trata sólo del voto, o sólo de la organización, sino de ambas y en clave de resistencia.