Bordado contra lo injusto: lenguaje identitario de chilenas
Hay un movimiento efervescente de arte textil en el mundo de hoy y en Chile hay un gran movimiento de arpilleristas que está, además, vinculado al activismo y el feminismo.
En la erudición contemporánea, una cantidad considerable de investigación sobre la conmemoración del arte textil se ha centrado en las arpilleras chilenas, el movimiento de arte de aplicación y arte postal de renombre mundial desarrollado por mujeres de barrios marginales en la década de 1970.
Los proyectos de arte textil contemporáneo se basan en el trabajo de las arpilleristas originales, evidenciándose una proyección en el espacio público y virtual de las creaciones.
En Chile, los colectivos de arte siguen haciendo arpilleras. En los años 80 la feminista chilena Julieta Kirkwood utilizó la analogía de una red de nudos para tejer una red de feministas. De manera parecida, se habló de la transversalidad de feminismo con diferentes grupos que se conectan y forman un tejido de feminismo. Esa misma metáfora podría describir a su vez el movimiento de arte textil en América Latina, ya que como parte de la gramática del movimiento feminista supranacional estos grupos se conectan en la Sociedad Red cruzando fronteras nacionales, comunicándose por medio de las redes sociales, WhatsApp, correo electrónico y mandando obras por el correo normal.
Los grupos modernos que continúan con el legado de las arpilleristas de la dictadura en Chile, como Memorarte, Bordadoras de Angachilla, Bordadoras en Resistencia, Bordadoras Villa Frei, crean arpilleras sobre temas ecológicos, memoria, feminismo, justicia social, entre otros.
El escenario de la dictadura dio paso en Chile a la puesta en escena de una democracia que con el tiempo evidenció graves fracturas. El bordado de arpilleras se activó en los territorios relevando aquellas fallas en un contexto distinto, pues las redes sociales se vuelven aliadas que permiten divulgar las imágenes, sus demandas y su impronta.
La calle se colmó también de demandas largamente esperadas por la ciudadanía y las expresiones artísticas inyectaron belleza y sentido a las luchas compartidas: las arpilleras pasaron entonces de transitar por las vías de la clandestinidad de la dictadura a tomarse las marchas y las redes sociales denunciando lo inmerecido.
Este lenguaje identitario y patrimonial de las mujeres chilenas se propaga por el continente, cruzando incluso los océanos. La técnica, perteneciente a las artes visuales, se transforma entonces al igual que todas las artes visuales, como lo señala Alfredo Jaar, en un arma de paz en tiempos hostiles.
Es un arma porque confronta, porque interpela, porque emociona y conmociona si es necesario para alertar, para quebrar las realidades que ocultan los dolores de un país desigual donde pocos tienen muchos y muchos tienen poco.
Es un arma porque enfrenta a quienes ostentan el poder y colabora en la instalación de clivajes sociales que pueden generar sin violencia los cambios profundos largamente esperados.
Esa forma de hacer política desde el arte es un recurso de valor público, no solo en Chile, sino para la humanidad.
Es por esto que es un acto de justicia señalar el rol que han tenido a nivel mundial las bordadoras de arpilleras chilenas, pues una parte de la historia también es escrita por ellas con sus hilos y sus agujas.