Juan Elman, periodista argentino: "La derrota más fuerte que sufrió Chile es anímica"
Juan Elman (24) estuvo en Chile a fines del 2021 y escribió: “Santiago, que al menos en las zonas turísticas se destacaba por su prolijidad y limpieza, la digna capital de un país donde las cosas funcionan, ahora tenía toda la basura revuelta por las calles del centro, apiladas en árboles. Me lo explicaron: los contenedores fueron sacados de circulación porque los manifestantes les prendían fuego para las barricadas”.
"Nada será como antes" (Futurock Ediciones, 2022), su primer libro, es justamente el retrato de ese país "con resaca" tras el estallido social. En él logra capturar escenas que van desde la presencia de algunos adolescentes de clases acomodadas en la primera línea, hasta el día que lo echaron de un carrete del barrio alto por poner reggaetón. También está el relato de un estudiante que pagó sus estudios robando o una joven que sentía vergüenza de haber vivido en Ñuñoa.
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Una crónica, pero también, un intento por entender un Chile donde, pese a lo tajante del título, todo pareciera estar volviendo a ser como era antes del 18 de octubre de 2019. De hecho, durante la presentación del libro en la sede del Fondo de Cultura Económica, el politólogo Juan Pablo Luna lo tira como una broma: “Pareciera que estamos asistiendo al funeral de todo eso”.
“Lamentablemente coincido”, reconoce Elman a El Desconcierto mientras se toma la barba que oculta su juventud. Nació en 1998, mismo año que se jugó el Mundial de Francia, y estudió Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires. Es columnista de la Televisión Pública, Futurock y Urbana Play, y ha colaborado con revista Anfibia, Clarín, Infobae, entre otros medios.
“Digo lamentablemente porque, cuando uno escribe una cosa así, siempre tiene ganas de que todo tenga vigencia cuando se publica. Es una idea que lamento que esté, pero en la que estoy de acuerdo. Yo acá estoy hace un mes y recién puedo dimensionar lo que significó la derrota al plebiscito”, dice.
- ¿Qué significó?
Hay un clima social y cultural bien diferente. Me parece que este libro puede hacer pensar cómo las cosas podrían haber sido diferentes. Al mismo tiempo, también entrega algunas de las claves del escenario de ahora, cuestiones que están fuera de la discusión hoy, que se han ocultado y que, por ahí, quizás sería un error pensar que desaparecieron.
- ¿Pero qué fue lo que murió? ¿Al funeral de quién estamos asistiendo?
Creo que la derrota más fuerte que sufrió Chile es anímica. Hay una derrota política también, pero yo lo que veo, lo que más me angustia y me preocupa, es la cuestión del ánimo, de la ilusión, de la esperanza, esta idea de que el futuro será mejor, que el país había vivido algo que para muchos era impensable, donde se habían abierto discusiones que se habían cancelado o que parecían imposibles.
Pero ver ahora cómo personas que hace un año estaban ilusionadas y que creían que el futuro iba a ser deseable, o que al menos valía la pena estar ahí para construirlo, pensar que ahora se fue todo al tacho después de 4 de septiembre, que lo que viene va a ser peor... esa ha sido la derrota más clara.
Ver el estado de apatía, cómo la gente se ha retirado del espacio público y de la conversación. Me gustaría saber realmente cuán duradera va a ser esa desmovilización que hay en Chile ahora.
- ¿En qué momento crees que se empezó a dar vuelta el escenario?
El 4 de septiembre es el último hito. Antes de eso, hubo una merma de la movilización con el acuerdo de noviembre. Ese hito me parece que interrumpe una parte importante del movimiento de octubre, ahí hubo un primer retiro.
No me quiero meter en esa distinción entre noviembrismo y octubrismo, pero sí me parece útil separar lo que fue el ánimo, la calle más heterogénea sintetizada en la marcha del 25 de octubre, y lo que hubo después, la repetición de la protesta por grupos que no se sintieron contenidos por el acuerdo de noviembre.
Después, la pandemia generó una clausura de la movilización. A mí me sorprendió escuchar en el aniversario del estallido, que la protesta no fuera recibida de la misma manera. Se notaba un clima de hastío y cómo en la lectura primaba que la violencia era inaceptable. Esta cosa de "bueno, hasta cuándo se va a seguir protestando, si ya estamos en una Convención y vamos a elegir un nuevo gobierno donde se va a canalizar ese descontento".
- ¿A qué atribuyes eso?
A que el lente estaba puesto en otro lado, en que ya era el momento de que las demandas se traduzcan en algo. Lo interesante es que vos conversabas, por ejemplo, con alguien de izquierda movilizada y te decía "esto no terminó". Y después conversabas con un verdulero de La Pintana y decía "hasta cuándo". También aparecía esa idea de que el conflicto no había terminado.
Solo la gente más cerca de los partidos tenían una idea más clara de que estábamos en una etapa distinta, donde van a haber elecciones, esto se va a procesar y después el nuevo texto constituyente va a terminar de cerrar la etapa de conflicto. Aunque si vos lo veías de otra manera, el conflicto seguía, pero cambiaba de forma. Aunque iba cambiando la agenda, ciertamente no había desaparecido.
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La crisis en Chile: No solo una cuestión de expectativas
- A lo largo del libro también hay un interés por entender la fisonomía de la sociedad chilena. Se cruzan miradas, como la del abajismo, el arribismo, que la clase media no existe o que todos somos clase media. ¿Cuáles fueron tus conclusiones?
Los meses que estuve acá me permitieron complejizar la mirada que hay de Argentina, y de América Latina, sobre Chile. Es decir, entendí que Chile no es un oasis, hay muchas cosas que se le parecen.
Por un lado, el origen de la desigualdad que, en el caso de Chile, es bien estructural, casi no hay oscilaciones en su historia. La Unidad Popular es una, pero la dictadura es otra bien importante, porque más que afectar la distribución del ingreso, cambia la relación entre Estado, sociedad y mercado.
Luego hay otro punto de inflexión con los 90. Desde Argentina solemos hablar de la inclusión universitaria como algo que pasa en el siglo XX. En Chile yo no sabía que pasó de manera muy abrupta, donde hubo una incorporación muy masiva con una peculiaridad, que es el crédito. Esa es la herramienta para ese ascenso generalizado. Eso evidentemente tuvo una consecuencia en términos de expectativas.
Todo esto en un contexto de un sistema político cerrado, con una renovación tardía y un sistema electoral que impide que muchas demandas no sean escuchadas. Y un sistema económico que tampoco logra procesar esos cambios y que en los últimos 10 años muestra un estancamiento claro. Yo en el libro digo que el sistema político y económico empiezan a mostrar déficit casi al mismo tiempo.
- ¿El estallido social se produce por ese desgaste?
El estallido tiene que ver con la desigualdad, seguro, pero qué tipo de desigualdad. No es solo brecha de ingresos. También es entender que el crecimiento económico en sociedades que son estructuralmente segregadas producen otro tipo de conflictos. Es una desigualdad que aparece cuando para mucha gente hay una mejoría, pero que no logra estar a tope con las expectativas que se van generando. Se genera otro tipo de malestar, hay una dimensión más compleja de la desigualdad.
Acá por ejemplo se ha impugnado la desigualdad de trato, esta idea de que alguien que, por estar más arriba, tener más plata o tener un apellido mejor, puede hacerle sentir a otra persona que no tiene acceso a los mismos lugares, sean físicos o simbólicos. Los colegios, el gobierno, la política.
- Hay una tesis sobre el estallido social, que ha empujado esencialmente Carlos Peña, de que la crisis ocurrió porque el modelo chileno no logró cumplir con las expectativas. ¿Adhieres a ese tesis?
Yo discuto con eso. No conozco en detalle el argumento de Peña, pero la idea de que el problema está en las expectativas lleva a que el modelo fue víctima de su propio éxito. Es decir, Chile creció, sacó a mucha gente la pobreza, metió mucha gente en las universidades, pero cuando el crecimiento se detuvo y el sistema económico no puede satisfacer las expectativas, la máquina se rompe.
Yo discuto eso en términos políticos y económicos. En términos económicos, lo dice Aldo Madariaga, el mito del Jaguar no considera que estudiar porque los padres pagan la universidad no es lo mismo a chicos que llegan con una mochila llena de deudas. La calidad de esa inclusión no es la misma.
Llega un momento en que no es solamente una cuestión de expectativas, sino que hay ciertas barreras que no se derriban, que los apellidos siguen pesando, que siguen habiendo escenas de clasismo, incluso en esos ámbitos que, paradójicamente, se hacen más igualitarios por el acceso. Esa tesis no logra ver que, en esos acelerados cambios económicos, también hay problemas.
- ¿Y en términos políticos?
Acá se le ha puesto mucho el foco a la cuestión económica para explicar el estallido, pero se ha hablado mucho menos del problema político. Esto es un sistema político elitista y cerrado. Mucha gente se quedó afuera, sin representación política. Hay gente que no se siente representada por su democracia, eso es muy fuerte.
A vos te puede ir bien, puedes tener una mejoría del empleo, del PBI y de los índices de felicidad inclusive, pero cuando tenés una tasa de abstención del 50%, algo está pasando. Además, esa cifra es engañosa, porque en lugares como Las Condes, Vitacura y comunas ricas, ese porcentaje de participación es mayor. Pero en comunas pobres, lejos de Santiago, la abstención es aún mayor.
Me parece entonces que esa tesis, además de ser incapaz de ver que había problemas vinculados al modelo de desarrollo y la calidad del crecimiento, tampoco dejaba ver los problemas políticos de esos 30 años.
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"La crisis de representación este gobierno no la va a resolver"
- ¿Cuál es la lectura que haces de la élite en Chile? Pensando que existe la clase alta, de familias poderosas y usualmente conservadoras. Pero también hay una élite que se ha ido abriendo camino, como en el Frente Amplio, donde hay jóvenes de familias acomodadas, pero empujando ideas progresistas.
Eso es bien interesante. En el libro tengo un capítulo del Frente Amplio y hablo del estereotipo de Ñuñoa, no para rivalizar o enrostrarle a los líderes del Frente Amplio esa condición, sino porque estaba en el aire, en los medios y en la academia se hablaba de eso, incluso fuera de esos círculos más politizados había una percepción de que esa oferta política representaba a ese mundo.
Me parece que hay una parte importante de esta dirigencia que, si bien tienen quizá un origen menos elitista que otros espacios políticos, aún así han vivido realidades que siguen estando cerca de círculos acomodados, o forman parte de ellos.
Yo cuento en el libro que fui a un carrete en Las Condes, donde apareció esta mirada de la élite más tradicional, de los apellidos y los colegios. Pero ciertas cosas que se le enrostraban a esa élite, sobre todo la endogamia y la segregación, de pronto también aparecen en espacios vinculados al Frente Amplio. Ciertamente con otro lenguaje, otra estética y otro origen. Digo, Boric también viene de espacios acomodados que reproducen esa distancia con la realidad que vive una parte importante de Chile.
- Tomando eso en cuenta, ¿le ves potencial a esa élite para resolver el conflicto que quedó latente tras el estallido?
Sin duda es complejo y estamos viendo justamente esas limitaciones. Creo que la crisis de representación el gobierno no la va a resolver. También es difícil pensar que un gobierno pueda resolverla, requiere de un compromiso que hoy tampoco existe. Tiene que ver con los incentivos, la disposición y la voluntad de otros actores políticos que hoy no están apostando a sanar esta crisis, sino que la están explotando.
Sí me parece que este gobierno tiene mucho potencial para resolver cuestiones más concretas. No creo que tenga todo perdido por delante, va a depender de cómo se reacomode y de la disposición de otros actores políticos de su propia coalición.
- ¿Hay algo de proyección del estallido en este gobierno?
Se ha hablado mucho de la disputa cultural en torno al plebiscito, de cómo se procesa la revuelta y sus efectos. Y ahí hay, si quieres, una conclusión positiva, que tiene que ver cómo en los últimos años en Chile ha habido un acercamiento a la política muy importante. Para muchos pibes, el estallido fue un primer acercamiento a la protesta y a la política. Ahí hay un triunfo que está dado, más allá de lo que pueda pasar en los años siguientes y cómo se pueda vincular eso con el gobierno.
También hay un triunfo cultural en torno a cómo ciertos servicios, que antes eran percibidos como bienes de consumo, hoy son percibidos como derechos. La educación, la salud, etc. Hay una impugnación también a prácticas de clasismo, a prácticas de desigualdad. Creo que esa impugnación es una victoria también.
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Ahora bien, hay unos claroscuros de esa conclusión, algo más gris, que está más espeso, y tiene que ver con lo público. Hay una desconfianza hacia el Estado presente en una parte importante de la sociedad, donde lo público es percibido como algo peor que lo privado, más ineficiente, más indeseable. Los partidos políticos inclusive son percibidos como actores a los que hay que combatir.
El gobierno sí tiene potencial para resolver ese problema. Es lento, pero puede moldear esa percepción con políticas públicas que acerquen el Estado a la gente y que atienda sus problemas.
- ¿Cómo ves el nuevo proceso constituyente que está en ciernes?
Por un lado, confirma la muerte de la ilusión. El contenido de ese acuerdo, las líneas rojas, cómo se comunica... La estética del acuerdo es lo menos sexy del mundo, es lo más gris que podía ser. Y la apatía que veo en gente que piensa muy distinto entre sí es muy sintomática de la muerte del deseo y la ilusión.
Pero al mismo tiempo esta nueva Constitución puede ser mejor que la del 80. Puede ser un primer acercamiento a tener un armado institucional con más capacidad. Esto en el caso de que se apruebe. Por ahí, de pronto puedes entrar en otro laberinto. No estoy tan seguro de que se vaya a aprobar, porque la crisis sigue, la Constitución no iba a resolver todo.
Lo que estamos viendo es que el tren pasó de la estación del duopolio, se le va a la izquierda del Frente Amplio ahora y sigue, no vuelve atrás.
- ¿Cuál es la próxima estación de ese tren? ¿Es la derecha populista o la extrema derecha, como está ocurriendo en varios países?
Sí, creo que este escenario aumenta los incentivos y las probabilidades de éxito de una salida autoritaria, con este condimento anti establishment, populista y anti elitista. Y eso en Chile tiene dos nombres muy claros: Franco Parisi y José Antonio Kast.