“Bones and all”: Cine y amor hasta las entrañas
Bones and all. Hasta los huesos. Llegar hasta lo más profundo, consumir hasta la última gota de la experiencia. En otras palabras, todo o nada. La nueva película del director italiano Luca Guadagnino, sigue la senda de sus últimas y extraordinarias entregas, Call me by your name y el remake de Suspiria: una inmersión absoluta a la naturaleza más profunda del ser humano.
Esta vez, la premisa es estridente: la historia de amor y supervivencia de dos jóvenes caníbales, que deben vivir fugitivos para poder sobrellevar su existencia y adaptarse de alguna u otra forma a la sociedad que los condena. Basada en la novela homónima de Camile DeAngelis, la descarnada road movie de Guadagnino, ambientada en los años 80, no se trata solo de carne, sangre y seres humanos que devoran a otros. Es un viaje que representa la esencia del cine, la perpetuidad de la imagen, al mismo tiempo que expone la incomodidad de ser humano que conoce su propia naturaleza, pero no puede dejarla fluir por miedo al rechazo comunitario, a la extradición, al olvido absoluto.
Estamos dentro de las vísceras de la novela de formación, del camino hacia el despertar adulto y todos sus sinsabores. Maren (Taylor Rusell) y Lee (Timothée Chalamet) brillan en su propia oscuridad, mientras se alimentan del flujo vital del otro para formar una de las parejas más naturales y conmovedoras que nos ha dado el cine en los últimos años. Luego de cumplir 18 años y llevar toda una vida luchando contra el impulso visceral de comer carne humana – condición heredada de su madre-, Maren se aleja de su padre, su entorno y sobre todo, su aspiración a ser una joven con una vida normal. Mientras recorre Estados Unidos arriba de un bus y escucha su propia historia en un casete que le grabó su padre, Maren descubrirá que hay otros como ella, que la huelen y la reconocen. Que entre caníbales también se puede subsistir. Primero, el excéntrico Sully (Mark Rylance), quien le revelará verdades incómodas y esenciales; luego, el encuentro con Lee, que como ella carga el peso de un pasado doloroso, la incomodidad de una condición irrefrenable, el ímpetu de la juventud que se confronta al peso de la realidad. Dos seres que quieren devorar la vida hasta los huesos, pero la vida misma no los deja.
Como una suerte de Bonnie and Clyde posmodernos y bañados en sangre, se mueven juntos como un péndulo, avanzan y retroceden, vuelven a sus heridas pasadas y luego miran al futuro. Lo que nos permite también mirar hacia el pasado, a la estética de los 80, los sonidos que todavía resuenan, los objetos desaparecidos, las formas obsoletas de relacionarnos, los sueños que nunca se cumplieron. Así, construye un retrato visceral de la juventud perdida, donde los cuerpos están en su máxima expresión y cada momento es el inicio de algo nuevo, que también se siente como el fin del mundo. Bones and all retrata de manera literal esa forma figurativa de devorar todo, de perderse en el otro, la insaciable necesidad de entender y experimentar lo que nos rodea, aunque las consecuencias puedan ser devastadoras. La vuelta a esa pasión desesperada de la tragedia griega, de Romeo y Julieta o de la misma Call me by your name, donde la única forma posible de vivir el amor en su estado más puro es llevándolo a su opuesto, al dolor, al sufrimiento, a lo imposible.
A pesar de la brutalidad del relato, Guadagnino se reserva una parte del morbo. Los momentos sangrientos se intercalan con la imagen de un paisaje bucólico, una foto familiar de la víctima, el exterior de una casa típica de los suburbios que parece apacible. Quizás como una manera de subrayar que su objetivo no es despertar repulsión o terror, sino transmitir la incomodidad de la naturaleza humana y sus contradicciones. O tal vez demostrar que, ante la tragedia ajena, solemos mirar hacia otro lado, hacer vista gorda y refugiarnos en un lugar feliz. Las imágenes de los que no están, suspendidas en el tiempo y con una sonrisa eterna en la cara, se paragonan a los paisajes (retratados de manera sublime por Arseni Khachaturan) y fachadas de casas perfectas, intactas y ajenas a lo macabro que ocurren dentro de sus paredes. Esos contrastes abruptos son el fulcro de la película, porque construyen una dimensión que vibra con sus contradicciones, con la tragedia y la belleza de la vida.
Así, el cine de Guadagnino se construyen de fragmentos. Instantáneas que no solo forman parte de un todo, sino que se encuadran y se detienen en su individualidad, para resaltar su importancia y la futilidad de su contenido. Ese acto de fe las transforma en imperecederas. En Bones and all, estos pedazos son de carne y hueso, sangre y arterías, organismos que conforman un micro universo con vida propia, cuya naturaleza es la de ser devorado por el espectador.
El propio Guadagnino es un devorador de sus personajes. En cierta forma también es un caníbal, desde el momento en que entrega los cuerpos cinematográficos al espectador, para que los observe, los diseccione y se haga parte de ellos. Así, mientras se desarrolla la película, vivimos a través de los latidos de Maren, de Lee, de la sangre que corre por sus venas, de la vida que los embarga y se les sale por los poros. Bones and all logra transmitir esas sensaciones viscerales, olores, texturas, que lejos de provocar repulsión generan empatía. Esos seres que parecen tan lejanos, que se nutren de las entrañas humanas, que podrían devorarnos vivos si nos cruzáramos en su camino, se transforman en nuestro objeto de afecto. Porque muestran su esencia más profunda, lo que deja en evidencia su fragilidad. Esa lucha que, de alguna u otra forma, todos tenemos, que confronta el deseo de pertenecer con la fluidez de la propia identidad. Y que el cine, como el amor, pueden hacer más llevadera.
- Vea el tráiler acá:
https://youtu.be/Pcr4LgyofyM
Título original: Bones and All
Dirección: Luca Guadagnino
Guion: Dave Kajganich
Novela: Camille DeAngelis
Música: Trent Reznor, Atticus Ross
Fotografía: Arseni Khachaturan
Reparto: Taylor Russell, Timothée Chalamet, Mark Rylance, André Holland, Michael Stuhlbarg, Chloë Sevigny, Jessica Harper, David Gordon Green, Francesca Scorsese, Jake Horowitz
Año: 2022
Duración: 130 min.
País: Italia
Cartelera Centro Arte Alameda (Sala Ceina, Arturo Prat 33)
Artículo publicado en alianza con Culturizarte.
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