"Tesis pedófilas": un ataque de la agenda discursiva de ultraderecha
La viralización de los dos documentos académicos no buscó condenar su contenido, ni siquiera problematizar la teoría; más bien, pretenden la cancelación de una institución. Que los grupos de ultraderecha la saben de relevancia ético-política a nivel nacional, que reconocen su impronta crítica y la importancia de muchas de las discusiones que ahí se dan. Y, como si fuera poco, ad portas de las postulaciones de ingreso a la Universidad. Han llovido las declaraciones públicas, unas mejores que otras, autoridades hablando, algunas personas del aparato gubernamental, estudiantes con espanto y una chorrera de twitteros patriotas que siguen en su festín.
Ahora, como contracara, les recordamos que en la Pontificia Universidad Católica de Chile, estudió el mismísimo Guzmán. Sí, Jaime Guzmán Errázuriz, la materia gris de la dictadura cívico-militar, esa que torturó, desapareció y exilió. Y junto a él otros importantes personeros que han pasado por el Parlamento, además de ser coroneles en sus respectivos partidos. Ni siquiera por haber apoyado la tortura y la desaparición de personas, se les ocurrió a estos sectores juzgar a dicha institución. Y en gran medida, no porque Osvaldo Lira haya realizado clases en la misma durante varias décadas, podríamos llegar a pensar que todas las personas que transitan por esa casa de estudios se subjetivan como gremialistas, hispanistas, nacionalistas, tradicionalistas y/o integristas.
Los orgullosos patriotas, tampoco se acordaron de los Casos de Spiniak y de Karadima, Jovino Novoa incluido –coautor de la tesis con Guzmán– y de sus andanzas. Parece que al Enemigo se le olvida, o bien, tal como busca con la filosofía, pretende borrar la(s) historia(s) y toda memorización colectiva posible. No por casualidad, hace poquísimo, desde el Parlamento buscaron desfinanciar las instituciones de derechos humanos; no por nada, todavía no hay alguien a cargo de la Fiscalía Nacional. No son situaciones azarosas –sino revisen la actual situación española–. Es un proceso de desmocratización, en gran parte, silencioso y con solapadas conexiones transnacionales.
En fin, claramente, la ultraderecha con estas acciones no busca la condena de la pedofilia, que es lo realmente importante tanto a nivel teórico como práctico –no hay una separación más que analítico-descriptiva entre estas aristas–. Entonces, les recomiendo también revisar tesis de Derecho en la Universidad de Guzmán, y vean la (escasa) relevancia que tienen los derechos humanos en ciertos trabajos, o también tesis de Filosofía y ver algunos de los fundamentos tomistas de nuestra democracia contra-revolucionaria impuesta a sangre y amedrentamiento –y el consenso postdictatorial, no cambia un ápice de su pecado original–. Sí, al Enemigo, ese que tanto defiende la Vida –de los suyos, claro está–, siempre cabe preguntarle a qué refieren con ese concepto. Parece que hay muchísimas vidas precarizadas que no (les) importan, esas que pudieron denominar como humanoides [sic].
Por eso, el llamamiento sería a desenmascarar las redes de prostitución infantil, de la trata de personas y las teorías que la sustentan, pero háganlo de manera constante y no antojadizamente para embestir contra la Universidad de Chile. Y si tanta repulsión le tienen, al menos pongan el mismo ímpetu en atacar a sus queridas Congregaciones eclesiales –¿acaso se olvidaron cuáles han sido las cunas de pedofilia en el país durante las últimas décadas?–. Si van a luchar por defender a la(s) infancia(s), háganlo frente a todas las instituciones, no misteriosamente contra una universidad pública. Sabemos que el Enemigo detesta la Casa de Amanda Labarca. Les invitamos a escudriñar las redes de pedofilia que vinculan algunos de sus propios enclaves políticos y religiosos, y reformulen las precarias instituciones estatales que tenemos para “proteger” las infancias populares.
Parece fácil que bots pagados tiren desde Twitter unos pantallazos de unos trabajos universitarios para terminar rayando en el frontis de la principal universidad del país que es cuna de pedofilia, es demasiado lineal para que el pueblo les compre. Cientos de millones de interacciones –como han expuesto otras publicaciones en este mismo medio–, con escasa lectura, pueden hacer tambalear a toda una institución. Ya lo intentó el gobierno bolsonarista y su intervención en las escuelas, como también en la Educación Superior, y les aseguro que en nuestro país seguiremos viendo acciones de este tipo, especialmente frente a instituciones que consideran cultivo de lo que han denominado marxismo cultural.
Y aquí estamos, nuevamente, conversando de sus malditos temas, a su modo. Aquí hay una clara estrategia política para desprestigiar espacios declarados enemigos, mediante una sutil batalla cultural y, en ningún caso, por un loable interés por mejorar algún aspecto de nuestras vidas. Esta acción, como tantas otras que vienen promoviendo los y las ultraderechistas, sin problematizar hondamente el asunto, sólo consigue seguir desmoronando la (escasa) democracia que tenemos. Veremos cómo, misteriosamente, aparecen pronto como salvadores del asunto, veremos que emergerá nuevamente la Tradición, los verdaderos valores de la Civilización, y cuanta cosa puedan vincular. Todo este espectacular debate es una estrategia discursiva que vemos en otras latitudes, también promovida, claro está, por movimientos ultraderechistas.
Cabe construir un discurso colectivo contra el abuso sexual infantil, perseguir la pedofilia de manera tajante, desbaratar las redes de prostitución infantil, mejorar las instituciones que “cuidan” las infancias y un largo etcétera; mas no caer en este jueguito de la ultraderecha. Con esto, no lograrán lavar su imagen de anti-demócratas. Vayan al meollo del asunto, y si tanto detestan la pedofilia como dicen, les incito a poner más energía en mejorar el Servicio Nacional de Menores. Además, parecen haber olvidado que Jovino Novoa Vásquez, militante de la UDI y fundador del gremialismo, estuvo implicado en casos de abuso sexual infantil. O que el mismísimo Marcial Maciel, fundador de sus queridos Legionarios de Cristo, estuvo acusado por abuso sexual de más de medio centenar de menores.
Por otro lado, cabe recordar que hace poco más de un año, dos diputados entonces de Renovación Nacional, Cristóbal Urruticoechea y Harry Jürgensen (Rundshagen), comenzaron la inquisidora propuesta de oficiarle a distintas universidades públicas –entre ellas, claro está, la Chile– para “individualizar a docentes que estén a cargo” de los “estudios de género, ideología de género, perspectiva de género, diversidad sexual y feminismo”. Por lo mismo, no es azaroso, en ningún caso, que mantengan sus ataques a estos posicionamientos políticos y su férreo descrédito a la Universidad de Chile. En 2021, distintos departamentos de la Casa de Bello sacaron comunicados haciendo un contraataque a la ultraderecha. Hoy se repite la disputa.
La misma dupla, ahora como diputados republicanos, hace un par de meses, propuso proscribir el aborto, es decir, revertir la existente ley de aborto en las tres causales. Y, como si fuera poco, agregar a las mujeres que aborten un castigo de “presidio mayor en su grado mínimo”, además de inculpar a quienes pudieron ser apoyo médico y/o cooperaron con dicha acción. Y usando la misma frase de Agustín Laje –conservador cordobés, cercano al Opus Dei–, el diputado Urruticoechea cierra con un profundo análisis, asegurando que “abortar, no desviola” [sic], lo que no sólo reitera, sino que incluso busca profundizar su argumento en un matinal televisivo.
Este afán inquisitorial no es novedoso, claramente. No será la primera ni la última vez que nos encontremos con esta construcción discursiva. La barra brava del Twitter aprovechó, incluso, de atacar a Foucault como responsable, quien, como se sabe, también fue vilipendiado hace un tiempo por un académico francés de dudosa procedencia. Algo que Agustín Laje junto a Nicolás Márquez, en su libro sobre las nuevas izquierdas (2016) ya mostraban como estrategia para las “nuevas derechas” –de nuevas, poquísimo– y así atacar con diversas tácticas a lo que denominan “ideología de género”. En esta línea, iría tanto la precaria y selectiva condena a la pedofilia de los grupos de estas derechas como la fuerte inquisición a la Universidad de Chile –y la educación pública chilena en su conjunto–.
En este sentido, queríamos esclarecer rápidamente uno de los ejes de la producción discursiva que está utilizando la ultraderecha, no sólo chilena sino transnacional. Con ello, su capacidad de resonancia y de rápida influencia en el mundo público. En gran medida, esta composición que logra la ultraderecha no es una práctica aislada, es parte de su Manual a nivel global –palabra que tanto detestan–. Lo que pretende, en esta situación específica, es desprestigiar la educación pública de calidad que imparte la Universidad de Chile. Y, en mayor medida, tiene como horizonte destruir la democracia e imponer sus términos en la agenda mediática para imponer una sensación de desolación colectiva que posibilite el advenimiento de un populismo galopante.