Innovar en salud o dejar morir
En estos días, han sido publicadas en la prensa varias columnas dando cuenta de la abrumadora lista y tiempos de espera que afectan dramáticamente a los usuarios y usuarias del sistema público de salud, en particular por consultas y procedimientos especializados, así como por intervenciones quirúrgicas tanto GES como no GES. Algunas de las columnas: “Reducir las listas de espera con tecnología” (El Desconcierto) o “Morir en la fila o endeudarse para vivir” (BioBio).
Es bien conocido que los equipos médicos trabajaron a toda su capacidad para enfrentar la crisis sanitaria provocada por la pandemia, y esto tuvo como consecuencia la suspensión de toda atención y/o prestación de salud que no implicara un riesgo o una urgencia vital. Esto significó, por una parte, dejar de resolver tanto casos nuevos como controles que, previo a marzo de 2020, ya se encontraban en espera de ser atendidos y, por otra parte, no dar espacio a las nuevas interconsultas que habitualmente se van requiriendo mes a mes desde los diferentes niveles de atención de salud.
Si históricamente los pacientes se quejaban de demoras en acceder a una atención de salud, el impacto provocado por la disminución de atenciones en 2020 y 2021 no podía sino traducirse en un crecimiento desmesurado no solo del número de personas que esperan por una atención sino lo que es aún más dramático: el aumento del tiempo que debe transcurrir para que dicha atención se concrete realmente. Si al tercer trimestre de 2019 se informaban 7.600 garantías GES de oportunidad retrasadas, ahora este número asciende a 70.373. En el mismo periodo, el número de personas en espera de una intervención quirúrgica pasó de 240.822 a 290.822, con un tiempo promedio de 584 días, a su vez el número de personas en espera para una consulta nueva de especialidad era 1.688.715 versus las 2.150.796 al corte del 30 de septiembre 2022, con un tiempo promedio de 455 días (https://www.minsal.cl/publicaciones-institucionales-segun-ley-de-presupuesto).
No formamos parte del coro de voces que cuestiona la existencia de listas de espera, ya que sabemos que estas son inherentes al sector público de salud tanto en Chile como en el mundo –la demanda por atenciones sanitarias siempre superará a la oferta, más aún en una población que envejece–. El punto es que actualmente este fenómeno está fuera de control y, frente a esta realidad, la priorización, gestión de casos y, sobre todo, la modernización del sector se vuelve un imperativo ético de relevancia ya que de lo contrario los pacientes se van a morir esperando dichas atenciones.
Dicho lo anterior, sostenemos que la crisis sanitaria post pandemia difícilmente se resolverá con el marco presupuestario actual, y probablemente tampoco si éste aumentase, dada la insuficiente capacidad instalada y las brechas de oferta pública existente. La única forma de resolver oportunamente tanto la demanda acumulada como la futura, considerando la innegable carga de enfermedad y envejecimiento que presenta la población chilena, es hacer las cosas de manera diferente, innovar, pensar “fuera de la caja”. Dicho en otras palabras, no se puede pretender que las cosas cambien haciendo más de lo mismo.
Tal vez el primer gran desafío como sociedad es entender que la salud no es un servicio que se compra para que un especialista se ocupe de ella: es ante todo una corresponsabilidad individual y colectiva de autocuidado, entendido esto como “la capacidad de individuos, familias y comunidades para promover la salud, prevenir enfermedades, mantener la salud y hacer frente a las enfermedades y discapacidad con o sin el apoyo de un proveedor de atención médica” (OMS). De hecho, el cuidado de la salud es considerada una de las “competencias esenciales para el siglo XXI”.
El segundo gran desafío es abrir las puertas a la innovación, en procesos, en enfoques diagnóstico/terapéuticos y en tecnologías sanitarias que ayuden a que los pacientes no se pierdan de vista, especialmente aquellos más vulnerables y más frágiles, y a resolver de forma oportuna y de manera costo/efectiva sus problemas de salud. Recientemente, el doctor Alejandro Mauro publicaba una columna titulada “Algoritmos de Inteligencia Artificial y Postprocesamiento de imágenes implementados en Clínica Alemana de Santiago”, en la que nos da pistas muy interesantes de nuevos abordajes, a través del uso de algoritmos de Inteligencia Artificial (hoy disponibles) que pueden ahorrar muchas horas de especialistas y acortar los tiempos de resolución.
En la red asistencial pública también existen, y no pocas, experiencias innovadoras exitosas. A modo de ejemplos prepandémicos: el Programa de Telemedicina en el Hospital Las Higueras de Talcahuano, el Programa DART de procesamiento inteligente de imágenes de retinografías digitales piloteado en el CRS Cordillera Oriente de Peñalolén, entre otros. Sin embargo, “algo” impide que estas experiencias escalen y se instalen en el resto del sector. El Ministerio de Salud tiene un déficit enorme en transferir y replicar experiencias innovadoras y buenas prácticas. Aquí un ejemplo de una guía de replicación de experiencias innovadoras del Ministerio de Salud de España. Por otra parte, existe en Chile un ecosistema –algo precario aún– de innovación en salud que debe ser fortalecido mediante una política pública robusta e incentivos claros. Algunas instituciones como el CENS, el Centro de Modelamiento Matemático de la Universidad de Chile o los Centros de Innovación pública universitarios, pueden contribuir a atender las necesidades de nuestra población, desarrollando estándares, algoritmos de Inteligencia Artificial, nuevos modelos de atención y de gestión.
En el nivel central también han propuesto iniciativas que buscaban innovar en las prácticas tradicionales de salud. El año 2005 el ministro de la época, Pedro García, puso en funcionamiento el programa “Salud Responde”, una plataforma multicanal que ofrecía atención en salud e información y cuya aspiración original era transformarse en un nuevo Servicio de Salud, uno del Universo Digital con prestaciones tales como monitoreo y atención remota de pacientes. Luego el 2018, el ministro Emilio Santelices impulsó el concepto de “Hospital Digital”, que proyectaba ofrecer un espacio de prestaciones sanitarias digitales. Ambas plataformas aún se mantienen en funcionamiento, pero ninguna ha logrado alcanzar la meta original y han debido sortear infinidad de tropiezos; en el caso del Hospital Digital, probablemente porque en su diseño faltó la integración a la red asistencial, al registro clínico electrónico y a la provisión de apoyo diagnóstico y terapéutico acorde a la realidad territorial de los pacientes atendidos.
En conclusión, cabe formular las preguntas: ¿qué nos falta como país para dar la vuelta de tuerca?, ¿qué tiene que pasar para que asumamos la necesidad urgente e imperiosa de modernizar e innovar en el sector público de salud, de pensar en nuevas formas de proveer atenciones de salud que ofrezcan a nuestros conciudadanos una atención digna, de calidad, pero sobre todo con la debida oportunidad y eficiencia? Dada la envergadura de este desafío, no puede descansar en un profeta: debe formar parte de una política de Estado, que garantice continuidad en el tiempo.