La Democracia Cristiana y el centro político
Los partidos políticos tienen un momento histórico que posibilita su irrupción en la vida política, y posteriormente su vigencia. Surgen cuando son la expresión de un sector de la sociedad en un momento dado, representando sus demandas e intereses. Los partidos políticos que forjan raíces en la sociedad no son una creación de algún cerebro iluminado. Estamos hablando de los partidos políticos que prevalecen, no de las agrupaciones o colectivos que aparecen y desaparecen sin rastros.
Es la característica de los grandes partidos, de los que han jugado un papel en la historia política del país. El Partido Radical surge desde el interior del Partido Liberal en la segunda mitad del siglo XIX, representando a nuevos sectores sociales, primero a la burguesía minera y más tarde a los nacientes sectores medios, por muchos años.
El Partido Comunista surge en 1912 (como Partido Obrero Socialista, fundado por Recabarren, que en 1922 pasa a llamarse propiamente “Comunista”), cuando en Europa se expanden las ideas socialistas, y en Chile se consolida el proletariado de los sectores mineros y urbanos, apoyando su organización y sus luchas. Más tarde, en 1933 surge el Partido Socialista, y logra agrupar a sectores del proletariado y de la intelectualidad, con su sello propio, que se distancia de la vinculación internacional del Partido Comunista.
A fines de la década del 80 surge el Partido por la Democracia (PPD), en plena lucha por la recuperación democrática bajo la dictadura de Pinochet. Logra interpretar a los más vastos sectores sin partido, pero que anhelan el término del pinochetismo.
En suma, los partidos políticos surgen en un momento de la historia interpretando a diversos sectores sociales. Es el caso también, de un gran partido en Chile: la Democracia Cristiana (DC).
Condiciones que dan origen a la Democracia Cristiana
La DC surge en 1957 como fusión de la Falange Nacional (liderada por Eduardo Frei Montalva), el Partido Conservador Social Cristiano (escisión del tradicional Partido Conservador) y corrientes del Partido Agrario Laborista (que agrupa a partidarios del general Carlos Ibáñez).
El mundo en que surge la DC en 1957 es el mundo de la Guerra Fría, con una lucha política implacable entre dos sistemas opuestos: socialismo y capitalismo. Las dos grandes potencias de entonces, la Unión Soviética y Estados Unidos, se disputan la supremacía, defendiendo y expandiendo en todos los continentes sus esferas de influencia. A esa contienda no armada se le denominó Guerra Fría. En ese contexto, la DC surge como tercera vía, y plantea otro mundo posible. Frente a la falta de libertades democráticas del universo socialista, y a las grandes injusticias y desigualdades del capitalismo, abraza el camino de la doctrina social de la Iglesia católica, y postula una sociedad que llama comunitaria, como un camino intermedio.
No pretende alianzas ni con izquierdas ni con derechas, tiene su propio norte, al contrario de como antes gobernara el Partido Radical, partido de centro que actuaba como bisagra tanto hacia la izquierda como hacia la derecha. La DC gobierna entre 1964 y 1970 como partido único, siguiendo lo que ellos llaman “camino propio”. Es un centro político autónomo, como lo define el autor Arturo Valenzuela (1989).
Entre esos dos polos opuestos e irreconciliables de la Guerra Fría tiene sentido histórico el centro político autónomo. Es un camino alternativo entre dos extremos, que se justifica y se hace posible en ese escenario político.
Trayectoria de la Democracia Cristiana
Así se entiende su afamado lema durante su gobierno en la década del 60: “la Revolución en Libertad”. Su contenido es reformar las estructuras de dominación conservadoras, manteniendo las libertades democráticas.
Emprende su camino propio, enfrentando a la oligarquía terrateniente, efectuando la Reforma Agraria en el campo por medio de la expropiación de los grandes latifundios, para entregar la tierra a los campesinos en sociedades cooperativas. Promueve la sindicalización campesina, organizando a los trabajadores del campo, apoyándolos con créditos, y superando una economía agraria semi feudal. Su reforma agraria es más avanzada que la reforma agraria que acomete la Revolución Cubana en sus inicios, expropiando fundos desde 80 hectáreas en vez de 400 hectáreas de la revolución castrista. En las ciudades impulsa la llamada “Promoción Popular”, desarrollando la organización de los pobladores y de las juntas de vecinos. Es un gobierno transformador, sin lugar a dudas. La Democracia Cristiana se convierte en el principal partido político de Chile.
En 1970, tras el triunfo de Salvador Allende, luego de superar enconadas resistencias internas, finalmente permite, con sus votos en el Congreso Pleno, que Allende asuma la Presidencia. Para ello exige un Estatuto de Garantías Democráticas, que es aceptado por la nueva coalición gobernante. Junto con el nuevo gobierno, surge una acentuada división entre sectores progresistas y conservadores al interior del partido. Durante el proceso del gobierno de izquierda, estos últimos terminan dominando, conformando alianza con los sectores de derecha que tienen sus propios objetivos de derrocamiento del gobierno. Participan en crear un clima de ingobernabilidad, necesario para los planes de la derecha. Este proceso tiene su punto cúlmine en agosto de 1973, con la histórica declaración de la mayoría de la Cámara de Diputados que acusa de ilegítimo al gobierno, otorgando así el último apoyo que esperaban los militares y la CIA norteamericana para dar el Golpe de Estado unos días más tarde. (Para una más acabada comprensión de este periodo, ver La vía insurreccional al socialismo y la vía política de Salvador Allende, 2021, de quien escribe esta columna).
Visto con retrospectiva, el papel de la DC no es muy decoroso. Pretendiendo defender las libertades democráticas supuestamente amenazadas por el gobierno transformador de Allende, su política termina con la instalación de una dictadura, sirviendo a la estrategia golpista de la derecha y de la CIA norteamericana, como está demostrado en documentos oficiales de la Inteligencia de Estados Unidos.
Consumado el golpe militar, a los pocos días, solo un puñado de 13 altos dirigentes de la DC condenan el Golpe en una histórica declaración, en defensa del régimen democrático.
Durante la dictadura, la DC juega un papel relevante en la lucha por la recuperación democrática. Sus dirigentes fueron perseguidos, apresados, exiliados y algunos dirigentes intermedios, asesinados. Hasta hoy persiste la incógnita acerca de si su figura histórica principal, Eduardo Frei Montalva, fue o no asesinado por el régimen.
Para el 1° de mayo de 1978, se produce un hito a nivel sindical. Dirigentes gremiales de la DC, en coordinación con dirigentes del PC, organizan la primera celebración pública del Día de los Trabajadores, en los alrededores de la Plaza Almagro en Santiago. Participaron, entre otros, los dirigentes DC Manuel Bustos, Ernesto Vogel, J. Manuel Sepúlveda, y los dirigentes del PC Héctor Cuevas y Alamiro Guzmán. Son reprimidos y dispersados, logrando algunos llegar hasta la iglesia de San Francisco, en donde se realiza el temerario acto de libertad. Hubo 600 detenidos, entre ellos Bustos, Vogel, Clotario Blest (ver, de Rolando Álvarez, Desde las sombras, 2001).
En junio del mismo año 1978, se organiza la Coordinadora Nacional Sindical, en plena dictadura. Presidida por Manuel Bustos (DC), e integrada, entre otros, por Alamiro Guzmán (PC). El organismo juega un papel relevante en la defensa del mundo sindical, con dirigentes que arriesgaron sus vidas en defensa de las libertades democráticas. En esta columna, rendimos homenaje a la memoria de Manuel Bustos.
El 27 de agosto de 1980, en el teatro Caupolicán de Santiago, se realiza un histórico acto unitario de toda la oposición a la dictadura: el único acto que se permite a los opositores al plebiscito convocado para aprobar la Constitución de 1980. Se había resuelto en conjunto que el único orador sería el ex Presidente Frei Montalva. Habló en nombre de la mayoría nacional. Dijo: “Después de tantos años, nos encontramos aquí reunidos. Representamos hoy la continuidad histórica de Chile y la voluntad de la inmensa mayoría de chilenas y chilenos”. En su discurso repudia el proyecto constitucional de la dictadura, y propone de inmediato un Gobierno de Transición, para luego elegir una Asamblea Constituyente, u otro organismo representativo, para elaborar un proyecto de Constitución.
Al retornar la democracia en 1990, la Democracia Cristiana lidera la oposición al régimen, y el primer Presidente de Chile del nuevo periodo es Patricio Aylwin.
Oportunidad histórica perdida: regreso al camino propio
Durante los siguientes 30 años, la DC sufre un paulatino deterioro en sus resultados electorales y en su influencia política. Son los años de gobierno de la Concertación. La recuperación democrática fue un proceso complejo. Con los militares respirando en el oído, senadores designados hasta el año 2005, sistema binominal, leyes de quorum calificado, Constitución imposible de reformar, etc. Hubo avances sustanciales en la rotunda disminución de la pobreza, en el nivel de crecimiento alcanzado, y muchos otros. Pero los actores políticos gobernantes se acostumbraron a gobernar con la camisa de fuerza institucional, se impuso la inercia, y demandas relevantes de la ciudadanía no fueron atendidas. Se mantenían las mismas caras, y cero renovación de liderazgos. Surgen casos graves de corrupción en distintos ámbitos, uno tras otro, incluyendo los partidos políticos. El abismo entre las élites políticas y la ciudadanía se va profundizando.
Con el segundo gobierno de Michelle Bachelet surge una oportunidad. El programa se propone iniciar un ciclo de cambios, a nivel del sistema tributario, el sistema educacional, el sistema electoral binominal, las leyes laborales, un proyecto de nueva Constitución. Nada muy escandaloso: eran reformas democráticas. Pero dirigentes de la DC declaran “no haber leído el Programa (de Gobierno”). Acusan a las reformas de refundacionales, instalando así esta expresión, después muy repetida por la derecha hasta hoy. En todas las reformas marcan su distancia, su disidencia, planteando lo que denominan “matices”. La derecha encontró así un aliado anti reformas al interior del propio gobierno.
Concretamente, boicotearon los cambios. Dividieron y debilitaron al gobierno. La directiva del partido no apoyó el proyecto de cambio constitucional, como sí lo hicieron cuadros profesionales destacados y militantes de base. El entonces diputado Fuad Chahín se abstuvo en la votación en comisiones del proyecto constitucional. Así, el partido boicoteó las reformas, y fue perdiendo la confianza de sus propios aliados de la centroizquierda.
La DC quiso perfilar su identidad, según declaraba, lo que es una necesidad de todo partido político. El problema es que su orientación pudo ser a nuestro juicio completamente al revés. Era la oportunidad de volver a sus raíces, de liderar los cambios dentro del gobierno, de ser los principales impulsores. Para eso tenía líderes valorados y capaces de ponerse a la cabeza, como los senadores Francisco Huenchumilla, Yasna Provoste o la ministra Alejandra Krauss. Allí estaba el siguiente Presidente de Chile. Los demás partidos de centroizquierda no habían desarrollado líderes de recambio. No es aventurado pensar que, iniciado un ciclo de cambios relevantes con Bachelet II, y continuado con la misma fuerza por un líder DC, enfrentando las desigualdades, tal vez no habría ocurrido el estallido social de 2019.
Pero el partido se encuentra a la deriva, muy lejos de la oportunidad histórica que ni siquiera ven. Muy al contrario: la DC insiste en su vía a la irrelevancia, e inicia un retorno al antiguo camino propio en las elecciones presidenciales siguientes del año 2017. Pero el mundo es otro, no hay cabida para dicha estrategia, y su candidata Carolina Goic termina en quinto lugar con el 5,8 % de los votos. Un desastre.
Al inicio del segundo gobierno de Piñera (2018-2022), intentan conformar la presidencia de la Cámara y del Senado con la derecha. Cada vez más distantes de sus antiguos aliados. Durante los dos primeros años de este gobierno derechista, insisten en su camino propio, lejos de la oposición de izquierda y centroizquierda de entonces, apoyando iniciativas gubernamentales, negociando directamente con este, enterrando cada vez más profundamente su impronta reformista original. Así llega el 18 de octubre de 2019. Si el estallido social conmovió a todo el país, a la Democracia Cristiana le estalló en la cara.
Para la elección de constituyentes de la Convención Constitucional, eligen solo uno. Para las elecciones parlamentarias 2021 disminuyen su votación en diputados y senadores, siguiendo la tendencia de los últimos años. El siguiente cuadro muestra la variación del número de senadores DC desde 1990:
Senadores de la Democracia Cristiana
1990 | 1994 | 1998 | 2002 | 2006 | 2010 | 2014 | 2018 | 2022 | |
Total senadores |
47 |
47 |
49 |
49 |
38 |
38 |
38 |
43 |
50 |
Senadores DC |
13 |
13 |
16 |
14 |
6 |
9 |
6 |
6 |
5 |
% | 27.6 | 27.6 | 32.6 | 28.5 | 15.8 | 23.7 | 15.8 | 13.9 | 10.0 |
Fuente: Datos Servel y Senado, El Mercurio 28/10/22.
En las elecciones presidenciales del año 2021, nominar a la candidata DC fue un complejo y poco edificante proceso interno. Primero nominan una candidata y después otra. Finalmente, en alianza con los partidos de la Concertación, más liberales, la candidata DC Yasna Provoste llega en quinto lugar en la primera vuelta, con el 11,6 % de los votos.
Punto de quiebre: el plebiscito constitucional
El plebiscito constitucional torna imposible superar las diferencias internas. En este caso, no hay una tercera alternativa: las opciones son Apruebo o Rechazo, blanco o negro. En un periodo de 18 meses el partido ha tenido 4 presidentes, la ingobernabilidad se hace patente. Al decidir internamente, por medio de los mecanismos establecidos en sus estatutos, votar Apruebo en el plebiscito se desencadena un irreversible proceso de desintegración. La naturaleza del plebiscito, con sus únicas dos opciones, y su importancia política para el país, impiden una transacción interna. La definición es hacia la centroizquierda o hacia la centroderecha, sin puntos intermedios. Es un callejón sin salida para las dos almas de la DC.
La definición oficial de la mayoría de apoyar el Apruebo resulta imposible para los sectores conservadores, quienes de todas formas optan por el Rechazo, quebrando el partido en ese momento.
Viabilidad del centro autónomo en las actuales condiciones históricas
Después del fin de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín, en 1989, la economía de mercado se torna hegemónica en todo el universo. Se imponen sus políticas privatizadoras y de Estado mínimo, sin contrapeso. Desaparecen los países del socialismo real. La izquierda se queda sin banderas. Junto con ello, desaparece la izquierda de la insurrección armada, salvo sus vestigios. Los programas de izquierda en todo el mundo pretenden ser transformadores, y el conflicto político se plantea en los marcos del régimen democrático. Este es un factor esencial que resta espacios al camino propio de cualquier centro político.
Un centro autónomo adquiere su identidad política esencial en un mundo bipolar que ya no existe. Ese es el camino que recorrió, y con éxito, la Democracia Cristiana.
Desde luego, después de la Guerra Fría los sectores del centro político siguen vigentes. Pero ya no como centro a secas, que se planteen un camino independiente y con sus propias banderas. Pasan a formar parte de coaliciones, hacia la derecha o hacia la izquierda. Son agrupaciones políticas que se configuran como de centroderecha o de centroizquierda. Los proyectos de centro a secas tienen corta vida, como la Unión de Centro Centro, Ciudadanos, Amplitud, Evópoli, que termina votando por José Antonio Kast. Posiblemente, será el destino de Amarillos y el Partido Demócrata en formación. Buscarán el votante moderado, los nuevos votantes, los apolíticos. Allí están los votos, pero no los militantes, y los partidos los hacen los militantes. Allí no encontrarán convicciones políticas. Entonces ofrecerán cargos, y de allí a los proyectos personales y luego a la corrupción, hay menos que un paso.
Un partido político requiere adecuarse a los nuevos escenarios; esos son los partidos que prevalecen. Por tanto la DC, siendo un partido de centro, en el mundo actual o es de centroizquierda o es de centroderecha. Hacia la centroderecha, pierde su vocación transformadora y con ello algo esencial de su identidad desaparece. Las banderas del progresismo serían exclusivas de la izquierda. Disputaría el mismo electorado de la derecha, con un discurso escasamente distinguible de la derecha. Tal vez podría ser el camino más rápido hacia su desaparición.
Hacia la centroizquierda, pero sin asumir su identidad transformadora, carece de espacio para jugar un papel relevante. Es lo que ha ocurrido en estos años. No es que la DC haya perdido identidad junto a la izquierda. Simplemente no ha asumido su identidad transformadora. Aquella identidad que está en sus orígenes, la de la “Revolución en Libertad” cuando enfrentó a la derecha latifundista, la de la recuperación democrática cuando se enfrentó a la dictadura. Son los mejores momentos de la DC, cuando ha liderado la transformación de la sociedad.
Si nos ponemos en el centro político, ¿cuál sería la propuesta de la DC distinta a la centroizquierda o a la centroderecha en cualquier política pública? Ninguna, a nuestro juicio. Cualquier alternativa será asumida como parte de la centroizquierda o la centroderecha, dentro del proceso de negociación política.
Para ser o volver a ser un partido histórico, se requiere tener una visión del mundo y un programa que ofrecer. Ese programa debe hablarle al mundo actual, no al de 50 años atrás. La Democracia Cristiana requiere resolver su identidad histórica: centroizquierda o centroderecha, o centro autónomo, siendo este último posiblemente el camino del aislamiento y la desaparición.