Urruticoechea y el pasado
Cristóbal Ignacio de Loyola Urruticoechea Ríos es un diputado del Partido Republicano electo por el Distrito 21 con un 11,62% de los votos. Estudió en el Colegio Tabancura y siguió cursos de Derecho en la Universidad del Desarrollo. Finalmente se tituló como diseñador gráfico publicitario en el INACAP. No parece una vida en especial conectada con los sentires populares, precisamente. Pero eso no lo exime de hacer un esfuerzo serio si va a tratar de legislar, me parece.
Ha sido sorprendente su proyecto de ley para restablecer la sanción penal del aborto en caso de violación. La sorpresa no proviene tanto del hecho mismo de que pretenda encarcelar a una mujer que aborta después de haber sido violada, que es una conducta propia del fundamentalismo religioso que anima todavía a un buen sector de nuestra sociedad. Esta mezcla de fe religiosa, certeza absoluta de poseer la verdad revelada por el mismísimo Dios y de intolerancia frente a las opciones morales de los demás es, aunque sea triste, parte del escenario habitual de nuestros días. De hecho, denomina a la actual legislación como “Ley de Herodes”, prueba inequívoca de que es uno de esos elegidos a los que Dios les susurra al oído lo que debemos hacer todos los demás. Un profeta, qué podemos decir.
Lo realmente llamativo en el discurso de Urruticoechea reside en su intento de justificar su proyecto de ley en un argumento como este: que el aborto no podría “desviolar” a una mujer. Al margen de la creación de una palabra deplorable e irrespetuosa que seguramente la Real Academia Española no acogerá en futuras ediciones de su diccionario, el argumento es de una pobreza intelectual alarmante. No digo que el diputado sea tonto, porque ello significaría un estado permanente; lo que digo es que el argumento es tonto. No es lo mismo. Aunque el diputado debería cuidarse de reiterar argumentos de esta clase, para cuidar el prestigio, digo yo.
Veamos el argumento: según el diputado, como abortar no eliminaría la violación, no hay que permitirle a una mujer violada abortar.
Aunque parezca increíble, al menos una mujer que fue víctima de violación lo ha apoyado. Se llama Ruth Hurtado, presidenta interina del Partido Republicano y ex convencional. Señaló haber sido violada los 14 años y compartir el razonamiento de Urruticoechea, expresando que “lamentablemente no se cura la violación con el aborto”.
Uno aprende siempre de personas tan sabias, pues la verdad es que yo no sabía que alguien hubiese planteado al aborto como una medida terapéutica o sanadora de la violación. No sabía que hubiese teorías que hablan del aborto como una cura o tratamiento para sanar, con espectaculares efectos retroactivos, las violaciones. Pero seguramente la señora Hurtado sabe más que yo de estas cosas. Y Urruticoechea también, pues ha descubierto que las violaciones no desaparecen cuando se aborta, cuestión que yo, tan escaso de mollera, no había detectado.
Dicho de otro modo, ambos nos invitan a pensar en algo en lo que quizás nunca habíamos reparado: el pasado no se puede cambiar. Es una idea audaz, hay que admitirlo. Y esto lo cambia todo.
Claro que este descubrimiento nos genera algunos problemas pues, en rigor, nada de lo que hagamos en el presente puede hacer desaparecer algo que haya ocurrido en el pasado. Por lo tanto, no tendría sentido condenar a una pena de cárcel a un homicida, pues sólo agregaría un sufrimiento más y, sin duda, no provocaría la resurrección de la víctima; tampoco tendría sentido que pidamos perdón por las ofensas injustas que hayamos cometido, pues el sufrimiento causado con ellas tampoco desaparecerá; de igual manera, no habría sensatez alguna en indemnizar a las víctimas de violaciones a los derechos humanos, porque ese esfuerzo económico para el Estado no va a eliminar los sufrimientos padecidos. La impunidad es lo más lógico y sensato. “Dar vuelta la página”, como suelen decir nuestros negacionistas.
Siguiendo la línea plateada por Hurtado, una violación “no se cura” gracias al aborto. En este caso, se le dice a la mujer violada algo como “da vuelta la página, persiste en tu embarazo y celebremos la vida”. Si escuchamos que cante la vida de Alberto Plaza de fondo, podemos darle un tinte más alegre a estas tétricas palabras.
Pero algo no anda bien con la propuesta. La verdad es que con la condena de un homicida, la cárcel de un violador de derechos humanos, la indemnización estatal a las víctimas de violaciones a los derechos humanos y con el aborto autorizado a una mujer que fue violada nunca se ha pretendido que se pueda resucitar un muerto, restablecer los derechos humanos violados o hacer desaparecer una violación. Y no se ha pretendido porque se trataría de una pretensión infantil, por no juzgarla con más severidad, pues todos sabemos que el pasado es inmodificable (lo que es una suerte para los historiadores y la historiografía, que estarían en serios aprietos si no fuera así). Lo que pretendemos hacer en el presente es transformar o modificar las consecuencias injustas y actuales que derivan de una situación ocurrida en el pasado.
Por eso nos parece justo encarcelar a un homicida y a un violador de derechos humanos; nos parece justo indemnizar a una víctima de violaciones a los derechos humanos; y nos parece justo, también, que una mujer que ha sido violada pueda abortar. No encarcelar a los primeros, no indemnizar a los segundos y obligar a terminar su embarazo a la última nos parecen actos de extrema injusticia en el presente.
Las palabras de Urruticoechea, además de basarse en un precario razonamiento, muestran una crueldad e insensibilidad frente al sufrimiento ajeno que sin duda explicará por qué probablemente nunca lo veremos elaborando proyectos de ley para indemnizar a las víctimas de la brutal represión de la dictadura militar (quisiera equivocarme, pero gozo de precognición en algunas áreas) o por qué se horroriza si una mujer pretende abortar después de ser violada pero no se inmuta por la suerte que corrían los niños durante esa dictadura. Se estima que hubo al menos 400 niños torturados en Chile (ver la tesis de pregrado de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile Las pequeñas víctimas de Pinochet, de Martina Venegas Grifferos, en chrome-extension://efaidnbmnnnibpcajpcglclefindmkaj/https://repositorio.uchile.cl/bitstream/handle/2250/116789/Venegas%20Martina_2014.pdf?sequence=1).
A Urruticoechea le preocupan más las mórulas y blastocitos –sin un sistema nervioso central propiamente tal y sin un desarrollo suficiente como para afirmar su individualidad, conforme lo explica muy bien el Dr. Fernando Zegers en diversos artículos especializados– que los niños de carne y hueso que fueron –y de adultos siguen siendo– víctimas de la dictadura militar.
Por supuesto, el proyecto de ley del señor Urruticoechea no prosperará. Con algo de suerte, seguiremos avanzando hacia la humanización de nuestro ordenamiento jurídico y lograremos escapar de los fundamentalismos religiosos y de la tradicional insensibilidad con que se trata a las mujeres en nuestro país, entre otros males. Con suerte, los susurros de Dios a los oídos de Cristóbal Ignacio de Loyola no los tomaremos en serio, sino como lo que son: las peligrosas alucinaciones auditivas de un fundamentalista.