Tierra, indio y mujer: Gabriela Mistral y la Constitución de Chile
En el año 2000 un bello libro, escrito por Lorena Figueroa, Keiko Silva y Patricia Vargas, dio cuenta del pensamiento humanista de Gabriela Mistral a partir de tres experiencias originarias: la tierra, las culturas indígenas y las mujeres (Tierra, indio, mujer. Pensamiento social de Gabriela Mistral, Lom Ediciones). La obra identificó los especiales deslumbramientos de Gabriela en el modo tan suyo de amar y reconocer la convivialidad humana.
Gabriela apunta a la originalidad de la tierra como fundamento insustituible de nuestra vida. No se trata del verbo divino. “Los hombres tenemos que decir al revés de San Juan el Evangelista: ‘En el comienzo era la tierra’, y no ‘En el comienzo era el Verbo’” (Conversando sobre la tierra, 1931). Las culturas urbanas y metropolitanas apartan del contacto mágico con la tierra. “En las grandes ciudades el envilecimiento es peor. Las ventanas de cuarto de niño dan a una calle hedionda, si es pobre, o un muro bárbaro y ciego de almacén o de oficina, si es burguesito” (Infancia rural, 1928). Mujer rural de cuerpo entero, Gabriela alienta al amor de la tierra, las formas de la vida campesina. Hasta desaconseja la actividad minera: “La peor tradición que puede heredar un pueblo es la de la riqueza minera […]. Y yo he acabado por odiar la mina, como quien odia a un enemigo de su familia, como quien aborrece a la Hidra de Lerna, comedora de poblaciones, con un odio personal” (Una provincia en desgracia: Coquimbo, 1925). Nos espera en la intimidad de la vida aireada de árboles y bosques: “Una paganía congenital vivo desde siempre con los árboles, especie de trato viviente y fraterno: el habla forestal apenas balbuceada me basta por días y meses” (El oficio lateral).
La segunda fuente de vida y de plenitud humana para Gabriela es la cultura y la convivencia indígena, los pueblos de la tierra. Hay que reconocer y amar en su modo de ser la raíz de la humanidad americana, liberándonos de la “fiebre de adoptar lo occidental a tontas y a locas con un braceo de asimiladores atarantados” (Estampa del indio americano). “Desconocemos terriblemente nada menos que el tronco de nuestro injerto, al saberlo tan poco del indígena fundamental, del que pesa con dos tercios en la masa de nuestra sangre” (Origen indoamericano, 1931). Lo indígena es una herencia de sangre, de espiritualidad, que baña y alumbra por completo nuestra condición humana. “El indio no está fuera nuestro: lo comimos y lo llevamos dentro. Y no hay nada más ingenuo, no hay nada más trivial y no hay cosa más pasmosa que oír al mestizo hablar del indio como si hablara de un extraño” (Algunos elementos del folklore chileno, 1938).
La experiencia de la mujer consuma el sentido de la vida y del pensamiento poético de Gabriela Mistral. La empresa y el artificio colonial se organizaron desde el predominio de una masculinidad avasalladora. A contracorriente dice Mistral: “Tengo a la mujer como más saturada de sabiduría de vida que el hombre común” (Recado a Carolina Nabuco, 1941). Las mujeres remiten a un habla distinta a la comunicación patriarcal: “Tal vez el pecado original no sea sino nuestra caída en la expresión racional y antirrítmica a la cual bajó el género humano y que más nos duele a las mujeres por el gozo que perdimos en la gracia de una lengua de intuición y de música que iba a ser la lengua del género humano” (Tierra, indio, mujer, p. 90). Como mujer Gabriela aspira a una convivencia de paz: “Mi posición moral de pacifista es la reacción normal que la guerra levanta en una mujer, y particularmente, en una exmaestra y en una hispanoamericana” (Oficio sobre su posición política y la paz, Nápoles, 1951).
La poeta se identifica con las mujeres trabajadoras, indígenas y mestizas. Con las de la élite sólo le interesa su comunión espiritual: “Escribí a Iris, escritora espiritualista, de mis mismos pensadores religiosos, no a doña Inés Echeverría, la gran dama, que no me interesa en absoluto en este carácter” (Cartas a Eugenio Labarca, 1915-1916).
El texto de la nueva Constitución Política de Chile, dejando atrás la larga herencia del mundo colonial, monárquico o republicano, precisamente se abre a las dimensiones primordiales de la tierra, los pueblos indígenas y las mujeres. Llama la atención que la naturaleza aparezca nombrada en 74 artículos. Es un vuelco histórico. Recién proclamada la Constitución de 1925, la de Arturo Alessandri y de la clase media urbanizada y consumista, Gabriela le escribe a su amigo Pedro Aguirre Cerda: “Vi una clase media enloquecida de lujo y de ansia de goce, que será la perdición de Chile, un mediopelo que quiere automóvil y té en los restaurantes de lujo” (Carta del 28 de diciembre de 1926).
En estos días febriles es grato descubrir en el texto de la Constitución redactada por la Convención el espíritu de Gabriela Mistral entrevisto en los anhelos más profundos de su escritura. Misteriosamente el sentimiento de la hija predilecta de Elqui se ha adherido a la Carta Fundamental.
Si reflexionamos y dialogamos sin dobleces sobre su contenido, nos quedará la impresión de que desde algún lugar invisible las luminosas y constantes orientaciones de Gabriela nos despiertan y conmueven aquí y ahora. Desatenderlas para nuestro convivir futuro es una inexplicable pérdida de tiempo. Tarde o temprano volveremos a ellas.