El afiebrado delirio de los huasos de la Alameda
“Por los numerosos retratos o descripciones que conozco de los conquistadores de Chile, puedo asegurar que a lo sumo el diez por ciento de ellos presentan signos de mestizaje con la raza autóctona de España, con la raza ibera; el resto es de pura sangre teutona, como Pedro de Valdivia, cuyo retrato es tan conocido”. Esto es parte de las reflexiones que inician un apartado titulado “El padre de la raza”, de la obra Raza chilena, de Nicolás Palacios, publicada en 1918.
En dicho texto, nos informa de manera irrefutable que la grandeza del pueblo chileno se debe a la alquimia de la sangre goda y la araucana, mezcla que produce una sicología étnica superior, que caracteriza como “sicología viril”. Así, Palacios reconoce en los O'Higgins, en los Mackenna y tantos otros, a gobernantes de origen germano que vienen a engrandecer la patria, la cual no admite mezcla alguna con razas latinas o mediterráneas. Esto, porque la mezcla de razas disímiles sería causa de degeneración, por desequilibrios en las “relaciones nerviosas periféricas de los centros receptores y moderadores cerebrales”, y los mestizos carecerían entonces de “control cerebral”, lo que traería aparejados instintos pervertidos y degeneraciones morales, lo cual quedaría comprobado en la calidad inferior del zambo sobre el “negro fino”.
Para el escritor, la raza chilena, aquella surgida del valiente conquistador español y las sumisas mujeres mapuche entregadas en prenda al calor de la guerra, sería una mezcla virtuosa, gracias a la sangre goda que corría por las venas de los invasores “rubios en su casi totalidad” y la de los belicosos locales. Los primeros, aportaron la valentía, el amor al combate, la nobleza, señales del torrente godo que corre por sus venas, la cual nos llegaría por selección natural, dado que la cruenta guerra en Chile habría provocado que nuestros antepasados fueran los victoriosos de las batallas: los mejores especímenes de esta raza dorada. Lamentablemente, a pesar de este aporte, persistirían vicios en nuestra raza, mestizas, como nuestra suceptibilidad al trago, teniendo el roto chileno curaderas violentas, a diferencia de franceses e italianos.
Este brutal delirio tiene 104 años, y a pesar de ser una defensa de la raza chilena, que concede a los araucanos su valentía guerrera, sigue proponiendo al mestizo como un ser que debe toda sus características buenas a la sangre germana, la cual se expresaría principalmente en sus gobernantes y privilegiados. Su propuesta, basada en etnografía y biología, no resiste absolutamente ningún análisis desde el punto de vista de la ciencia moderna, los hallazgos históricos y el sentido común.
Pero es un caro atrevimiento, puesto que el atropello en plena vía pública de ciclistas por parte de simpatizantes huasos del Rechazo es una bofetada que nos lleva 104 años atrás. Claramente, en Chile existen todavía personas que consideran que son de una estirpe superior, que tiene derecho a violentar a los rotos, confiando en que no existirá ningún tipo de consecuencia, puesto que tanto la vía pública, como la ley, como los rotos mismos, le pertenecen. El daño físico es en ese sentido, deportivo para ellos, puesto que es un modo de expresar esa afición a la guerra de sus ancestros. Es vivir la fantasía de ser todavía un huaso que posee terrenos y esclavos, y que puede disponer de ellos. O quizás, para los más privilegiados en Chile, esos que temen a los cambios, no es una fantasía, lo que queda manifiesto en el despliegue realizado para impedir que avance la voluntad de una nueva constitución que impida la desigualdad y que asegure una forma más equitativa de vivir.
Sin embargo, quienes corrieron por la alameda "palomeando rotos" no son necesariamente los dueños de Chile. Sin embargo, creen que lo son, y seguirán jurando que "eran rubios cuando chicos". Veo en espanto absoluto como el delirio de Nicolás Palacios sigue vigente, 104 años después, y se transforma en una tarea urgente el revertirlo, por los distintos medios de los que dispongamos. Lo que ocurrió en la Alameda es ciertamente un delito, es un atentado contra la integridad de seres humanos, y algunos se apuraron en justificarlo. Precisamente porque son, o más tristemente se creen, patrones.
A las puertas del plebiscito y de las fiestas del dieciocho, hagamos una pausa y revisemos cuánto racismo, clasismo nos queda a cada uno, y cuánto seguimos creyendo en cuestiones tan afiebradas como la existencia de una raza chilena. No vaya a ser que además del traje de huaso, agarremos el rebenque.