OPINIÓN | Energía femenina: Avanzando con la nueva constitución hacia una vida digna
Cada día se nos vuelve más desafiante nuestra relación con la energía. Si bien, la aprovechamos para nuestras labores domésticas y productivas, mantenerla se ha convertido en una fuente constante de preocupaciones y estrés: los precios de la electricidad, los cortes de suministro, ante una lluvia, son más frecuentes y extensos, la temperatura sigue bajando mientras los combustibles suben, etc. Día a día dentro del hogar debemos tomar decisiones sobre la gestión de la energía que nos permitan sostener y equilibrar las constantes presiones sobre el presupuesto.
Acciones tan básicas como conservar y preparar nuestros alimentos, abrigarnos, comunicarnos, además de tener un rato de ocio se hacen cada vez más costosas. Ciertamente la carga mental de estas decisiones recae usualmente en las mujeres, quienes realizan de forma no remunerada las tareas domésticas y de cuidados del hogar.
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Estas labores cotidianas imprescindibles se extienden incluso más allá de los límites del hogar, junto a las exigencias y necesidades de mejorar las relaciones de las personas con las energías los territorios que cohabitamos. Cada día más mujeres son las encargadas de cuidar los recursos de sus comunidades o de movilizarse cuando los proyectos en sus territorios afectan la integridad de sus habitantes. Actualmente, gran parte de las causas de las movilizaciones ciudadanas se deben a los impactos de la producción de energía (¡incluso la energía renovable!) sobre los territorios, los recursos, la cultura y salud de las personas. Pese a lo anterior, las mujeres siguen conformando minorías en los espacios asamblearios, participativos, de tomas de decisión, así como en los cargos bajos, medios y altos del sector energético, omitiendo sus saberes sobre la gestión de la energía y los cuidados ante los impactos de su producción y consumo.
Tanto en los hogares como en los territorios, mujeres cargan con tareas de cuidado de nuestros recursos energéticos, debiendo administrar la provisión de energía para labores fundamentales y mediar para que esta provisión de energía no afecte la salud de las personas y el medio ambiente. A escala del hogar y de los territorios se vuelve necesario velar por una disponibilidad tal que, por un lado, garantice que las personas cuenten con la energía que una vida digna requiere y, por otro, deje de impactar y poner en riesgo a los ecosistemas y habitantes de un territorio. El ejercicio de abordar estas necesidades es reducir la sobrecarga sobre los presupuestos, nuestros territorios y nuestro planeta, aliviando a su vez el peso extra que recae en quienes llevan las tareas de cuidado.
La nueva constitución nos posibilitaría abordar estas necesidades. En su artículo 59.1 presenta el derecho a un mínimo vital de energía que sea asequible y segura, de acceso equitativo y no discriminatorio. Acorde al artículo 59.2 el Estado tendría el rol de garantizar una energía que al menos nos permita las condiciones para alcanzar una vida digna dentro de los hogares, sin requerir un esfuerzo adicional que merme el bienestar de las personas. A su vez, el artículo 59.3 de la constitución también nos presenta los conceptos de matriz energética distribuida, descentralizada, diversificada, basada en energías renovables y de bajo impacto ambiental. En el artículo 59.4 la infraestructura energética sería de interés público y finalmente en el artículo 59.5 el Estado protegería a las cooperativas y el autoconsumo, por lo que permitiría reducir la demanda de protección a los territorios y reconocimiento de las labores que actualmente recaen y necesitan valorarse de parte de muchas mujeres.
Una energía femenina, en coherencia con el cuidado, reparación, valorización y resiliencia de nuestros territorios es y ha sido crucial. Las mujeres y sus conocimientos como usuarias finales, como preservadoras, cómo autoproductoras, mantenedoras, reparadoras nos permite conectar sus conocimientos y saberes de manera activa, desde sus distintos habitares. Queremos seguir aprendiendo para preservar una vida que valga la pena ser vivida, por lo tanto, su consagración en la constitución es una oportunidad que no podemos desaprovechar.