Entrevista | “El cóndor es un mensajero que nos habla del estado de nuestros hábitats en los Andes”
La caminata de los investigadores se extendía con cada paso. Anduvieron seis, ocho, diez horas a pie en el páramo del Almorzadero, en la Cordillera Oriental colombiana –avanzando entre los 3500 y 4000 metros sobre el nivel del mar– para buscar un indicio, alguna señal que los llevara al ave emblemática de Sudamérica. “Lo único que recuerdo, por el impacto que me generó, era el sonido del viento atravesando las plumas”, dice la bióloga María Alejandra Parrado-Vargas.
Eso sucedió a la doceava hora. Cuando ya estaban exhaustos y casi rendidos, ahí estaba: el cóndor andino (Vultur gryphus), volando por encima de sus cabezas. Era el año 2015 y ese sonido, si pudiera compararlo con algún otro –describe la especialista– era similar al del motor de un avión.
“Es impresionante”, agrega sobre la primera vez en su vida que vio a la especie. “También recuerdo el color blanco de sus alas que, cada vez que volteaba, brillaba con la luz del sol. Desde ahí, me enamoré”.
Cóndor andino (Vultur gryphus). Foto: Enrique Ortiz.
La bióloga e investigadora de The Peregrine Fund y de la Fundación Neotropical recuerda que después de esa larga caminata, ella y su equipo se quedaron trabajando durante una semana en campo, donde lograron encontrar un nido activo, apenas el segundo en más de 40 años. “Aunque no prosperó el huevo, fue un gran hallazgo”, dice la especialista.
En Colombia, explica Parrado-Vargas, la situación del cóndor andino es preocupante, pues los expertos calculan que no hay más de 130 ejemplares y su hábitat está cada vez más amenazado y reducido. En Mongabay Latam conversamos con la especialista sobre sus más recientes hallazgos.
Hembra adulta cuidando a su huevo. Este es el primer registro de un nido activo en 2015, en la Cordillera Oriental colombiana, y el segundo para Colombia. Foto: Fausto Sáenz
—¿Cómo empezó a trabajar con cóndores?
—En el año 2014, me vinculé desde mi tesis de pregrado a una investigación que se estaba haciendo para el cóndor andino en el país. Intentamos hacer algo demasiado loco, que fue acceder a los sitios de dormidero de los cóndores. Ellos duermen en riscos muy altos, entonces accedimos y pusimos unos equipos que nos medían las condiciones de temperatura y de precipitación para saber cómo variaba el clima en estas zonas que escogían de dormidero.
Sin embargo, en este proceso, logramos encontrar el primer nido activo para cóndor en el país y el primero para la cordillera de la región nororiental de los Andes colombianos. Fue un súper hallazgo, porque el único nido que se conocía era uno que se había descrito en el año 1972 y estaba hacia el sur de Colombia. Eso fue parte del resultado de mi tesis de pregrado y, a partir de ahí, me enamoré más de la especie. Seguimos indagando, seguimos haciendo trabajos, porque en mi familia no solamente soy yo la que trabaja con cóndores, sino mi esposo también. Él hizo su tesis de doctorado en investigación de cóndor andino y yo decidí involucrarme más, pero desde el tema de cómo está la especie y las interacciones con las comunidades.
María Alejandra Parrado-Vargas manipulando cóndores para instalación de rastreadores satelitales. Foto: Fausto Sáenz
Así empecé con trabajos donde hacíamos procesos comunitarios, educación ambiental en zonas de la Cordillera Oriental colombiana, en los departamentos de Santander y Norte Santander. Luego decidí lanzarme a hacer mi tesis de maestría con la pregunta específica de investigación sobre qué condiciones podían afectar al cóndor en Colombia y qué condiciones son necesarias, a una escala de paisaje, para que la especie tenga una buena planificación de conservación más adelante. Eso considerando que, si bien en Colombia hay un Programa Nacional para la Conservación del Cóndor Andino, en este momento está desactualizado. Esa fue la motivación y ya llevo más de dos años desarrollando la investigación. Pronto la vamos a someter a los evaluadores y esperamos que, por lo menos, en unos seis meses tengamos los resultados publicados en diferentes revistas indexadas.
Hembra adulta. Foto: Fausto Sáenz
—¿Qué fue lo que particularmente, como investigadora, le atrajo de los cóndores? ¿Qué ha visto en esta especie que le hizo decidir especializarse y trabajar en ella?
—Son muchas cosas. Es un buitre muy grande, uno de los más grandes del mundo –puede medir hasta tres metros con las alas extendidas– y, no solamente el buitre, sino también el ave voladora más grande. El hecho de que fuera tan reducido el número para el país llamó mi atención, sobre todo porque sentía que eran pocos los investigadores que estaban trabajando en conservar a la especie. Hay muchas acciones de conservación pero sin una fuente de investigación que las complementara. Ver los vacíos en el país para definir acciones informadas fue lo que me motivó a poner un punto clave o una necesidad. Pero además es una especie muy carismática, hay personas que creen que no es tan bonita, pero uno las ve en vuelo y es una cosa maravillosa.
La bióloga María Alejandra Parrado-Vargas. Foto: Fausto Sáenz
Cóndores andinos en vuelo. Foto: Fausto Sáenz
—¿Cuál es el estado de conservación del cóndor en Latinoamérica y, especialmente, en Colombia?
—Se cree que no quedan más de 6700 individuos maduros en todos los Andes. Y estas poblaciones están disminuyendo más y más por las amenazas que tiene la especie, en especial por el envenenamiento. Sin embargo, en Colombia y Ecuador, la especie está muy reducida en número. Aún no hay estudios genéticos que nos digan concretamente qué pasó. En Venezuela, por ejemplo, se cree que está extinta la población de cóndores y los únicos que ocasionalmente los visitan son colombianos. Según información que se ha recopilado por medio de avistamientos esporádicos en Colombia, se cree que no hay más de 130 individuos en todo el país.
Sin embargo, el año pasado, junto con la Fundación Neotropical, realizamos un proceso de ciencia comunitaria donde más de 300 personas hicimos un censo simultáneo en el país para ver cuántos cóndores había. Durante este censo, de esos 130 individuos que creemos que hay, logramos avistar de manera simultánea a 63. Yo no digo que tengamos solo 63 cóndores, porque es posible que, por ejemplo, haya individuos juveniles que aún no estén haciendo vuelos, pero un número de 63 cóndores al mismo tiempo ya es alarmante.
María Alejandra Parrado-Vargas durante los censos simultáneos regionales de cóndor andino, en Santander., Colombia Foto: Fausto Sáenz
Utilizamos datos satelitales e información de monitoreo de campo y ubicamos aproximadamente 84 puntos a lo largo de los Andes colombianos, desde la Sierra Nevada de Santa Marta –sobre todo, en estribaciones de la sierra– hasta los límites con Ecuador. Duramos unos cuatro meses haciendo capacitaciones virtuales –porque justo en ese momento estábamos en el auge de la pandemia– e introdujimos a las personas sobre cómo identificar a la especie en campo, cómo volaba, qué condiciones debían tener en cuenta para saber si eran hembras o machos.
Del 15 al 18 de febrero del 2021, se hizo el censo. Todos los colombianos que se habían capacitado y que pudieron acceder a los sitios casi inhóspitos de la especie se fueron hasta los dormideros, hasta los puntos que planteamos, y durante esos tres días todo Colombia estaba contando cóndores.
—¿Cuáles son las principales amenazas para la especie?
—Hay zonas del país donde se tiene evidencia de cóndores que han sido envenenados o que han sido abatidos por medio de disparos por parte de las comunidades humanas. Junto con otros investigadores realizamos un análisis de las causas de mortalidad. En Colombia hay diferentes, pero la más evidente es el envenenamiento. No tenemos evidencia de si es uno directo o indirecto, pero es posible que se relacione a herramientas o acciones para disminuir depredadores como los pumas y los perros domésticos o asilvestrados. El cóndor llega a comer la carroña que envenenaron las comunidades y que genera un efecto sobre sus poblaciones.
En los páramos de Colombia, una generalidad es que los animales domésticos se tienen de manera extensiva, no hay una supervisión, tampoco hay una claridad de cuántos animales se tienen o cuántos están enfermos, y esto incentiva que la comunidad considere que el cóndor es el que ha dañado a su ganado. Al tener estas pérdidas económicas, empiezan a hacerle una persecución activa a la especie poniendo carroñas envenenadas. Según estudios forenses que se han realizado sobre todo en los últimos animales que hemos encontrado con signos de envenenamiento, los tóxicos que más se han usado son los agroquímicos y los raticidas.
Cóndores silvestres rehabilitados con bandas alares para liberación. Foto: Fausto Sáenz
Obviamente, hay que considerar que son comunidades que pueden estar perdiendo mucho porque son altamente vulnerables socioeconómicamente, que no tienen un alto nivel educativo, que no tienen acceso a otras actividades económicas que les faciliten su subsistencia. Otra amenaza que encontramos es el choque con líneas eléctricas y esto pasa mucho con los juveniles, que son los individuos que no saben volar. Esto está relacionado con la expansión urbana.
—¿Qué sucede con el hábitat del cóndor andino en Colombia?
—Estamos terminando de escribir un artículo donde hicimos análisis de hábitat. Espacializamos las condiciones que los cóndores necesitan para dormir y sobre esas áreas vemos qué condiciones antrópicas o cuál es el índice de huella humana que hay, para priorizar regiones, localidades y definir qué tipo de intervención se necesita. Esta información es muy bonita pero también muy interesante, porque dentro de los análisis que hicimos cogimos los datos de unos cóndores que fueron envenenados, que se rehabilitaron y a los que les pudimos instalar unos rastreadores satelitales. Nos dieron información de puntos de dormideros, así como rutas de vuelo, y mediante esta información hicimos unos modelos probabilísticos de dónde estaban las áreas que tenían las condiciones propicias para que el cóndor se refugie, sobreviva y descanse, que son condiciones súper importantes para una especie.
Cámara trampa capta a hembra adulta en el páramo del Almorzadero en Santander, Colombia. Foto: María Alejandra Parrado-Vargas
Todavía no hemos definido regiones importantes a priorizar para Colombia ni tampoco hemos definido las acciones, porque consideramos que esta es una estrategia que tiene que hacerse de la mano con los tomadores de decisiones, pero entre los resultados más importantes es que definitivamente en Colombia hay una muy baja disponibilidad de hábitat para la especie y la que hay está altamente intervenida por la huella humana, por la expansión urbana, por la expansión agropecuaria y un porcentaje muy chiquitito de estas áreas están dentro del sistema de áreas protegidas.
Cámara trampa capta a dos hembras, una adulta y otra juvenil, en Norte de Santander. Foto: María Alejandra Parrado-Vargas
—¿De qué manera los científicos latinoamericanos y sus trabajos están uniendo esfuerzos para la conservación de la especie? ¿De qué manera se están enlazando?
—Justamente hemos visto que no podemos solos, mucho menos en países como Colombia y Ecuador, donde tenemos tan pocos cóndores y además donde los esfuerzos financieros se han dirigido hacia otras acciones. Los recursos son muy limitados. Pero hemos trabajado de la mano con investigadores de Ecuador y la idea es que este mismo proyecto de la priorización de áreas lo repliquemos para ese país y podamos hacer algo de manera binacional. Hace poco hicimos una colecta de muestras de plumas y nos vinculamos con investigadores de Argentina, para que ellos nos ayudaran a hacer los análisis y la secuenciación genética de estas muestras que pudimos colectar en campo.
Somos una red de investigadores que estamos en constante comunicación entre nosotros. Todos sabemos más o menos en qué pasos vamos, cómo podemos replicar aquí y qué podemos utilizar para que ellos puedan hacer allá. Creo que es muy chévere. Ya somos una red formalizada y cada tres o cuatro años nos estamos encontrando en el Congreso Internacional de Cóndor Andino y en esos espacios hay una construcción con líneas estratégicas de investigación y los contactos para poder trabajar de manera conjunta. Definitivamente, todos estamos muy articulados dentro de lo que se hace y lo que no.
Fausto Sáenz y María Alejandra Parrado tomando medidas morfométricas a cóndores rehabilitados después de envenenamiento. Foto: Cortesía María Alejandra Parrado
Somos un grupo de trabajo grande, en el sentido de que hemos estado mucho tiempo y nos hemos acomodado a las condiciones políticas, a las condiciones económicas que muchas veces en el país reducen la permanencia de estas iniciativas a largo plazo, pero los investigadores que hemos trabajado en esto seguimos en pie de lucha por la especie. Somos aproximadamente unas seis o siete personas haciendo una fuerte labor, además, somos muy pocas mujeres las que también nos hemos lanzado al vacío para hacerlo, pero seguimos acá y ojalá podamos ser más.
—¿Por qué nosotros, como ciudadanía, deberíamos preocuparnos sobre la situación del cóndor andino? ¿Qué hacer desde lo local y cómo podemos aportar a la conservación de la especie?
—Somos un entretejido. La conservación de esta especie no solo depende de las comunidades rurales y de los investigadores, sino que todos podemos hacer parte de los procesos de investigación y de conservación a través de la ciencia ciudadana. Inclusive, actualmente estamos proponiendo estrategias de monitoreo participativo para que se pueda hacer esto más dinámico y que, por lo que muchas veces nos cuesta a nosotros ir hasta un territorio, sobre todo para una especie que tiene tan alta capacidad de movilidad, se pueda hacer de manera conjunta y comunitaria con las personas que viven en las zonas. También es muy chévere que haya nuevos investigadores y nuevos jóvenes que puedan incluirse a estos programas y estos procesos de investigación.
María Alejandra Parrado vinculando el arte y la ciencia en el marco del Primer Festival Nacional de Cóndor Andino en la Provincia de García Rovira, Santander. Foto: Fausto Sáenz
Esta es una especie muy importante, no solamente por los servicios ecosistémicos y ecológicos que nos brinda, sobre todo, por ser carroñeros y que nos ayudan a evitar los patógenos en las fuentes y los nacimientos de agua, sino que además es una especie que nos da identidad cultural. Nos ayuda también a proponer y a promover actividades económicas como el ecoturismo. Perderla nos va a representar una pérdida muy grande de identidad, de conexión cultural, en torno a no tener otras alternativas económicas que favorezcan a las comunidades rurales. Definitivamente, si nos anclamos, nos aliamos y más comunidades se dan cuenta de la importancia de esta especie, puede que no tengamos una extinción tan acelerada, que no perdamos a esta especie de una forma tan rápida, sino que pueda deberse a condiciones biológicas, pero no tan drásticamente relacionada al envenenamiento y demás.
Planteamiento de talleres comunitarios para el mejoramiento del sistema ganadero. Foto: Fausto Sáenz
—¿Cómo escalar en los trabajos de conservación de lo local a lo internacional? ¿Cómo interesar a los tomadores de decisiones?
—Ese es un reto súper grande. Lo que consideramos es que estas aproximaciones a escalas de paisaje y escalas locales nos dan relevancia. La pérdida de unos poquitos cóndores acá en Colombia puede afectar la población de la especie a lo largo de toda Sudamérica. Pero la conexión que tenemos a través de esta especie como endémica de los Andes, creo que esa es una buena forma de solicitar ayuda a los tomadores de decisiones, no solamente nacionales, sino internacionales.
El cóndor andino. Foto: Fundación Galo Plaza
Esta especie también nos va a dar una línea base para luego utilizar con otras que son importantes, que también están siendo afectadas por estas amenazas que no solamente afectan a los cóndores, sino también a los felinos, a los cánidos y demás. Es un modelo de estudio para poder replicarlo hacia otras especies y hacia otras áreas de los Andes sudamericanos.
El cóndor es una especie muy importante y ha sido parte de la cosmovisión de múltiples comunidades, tanto indígenas como andinas en toda Sudamérica. Nos une como parte de una misma nación y, aunque se divide en países, tiene las mismas características. El cóndor es un mensajero que nos está hablando de cuál es el estado de nuestros hábitats en todos los Andes.