¿“El invierno se acerca”?
La escritora y filósofa Lucy Oporto se ha hecho crecientemente conocida por la difusión sistemática que columnistas de derecha han realizado de su interpretación de la realidad política chilena a partir de las protestas callejeras de los últimos años, así como de los desmanes ocurridos de manera concomitante a las mismas.
Oporto no se considera una persona de derecha, pero le impresionaron mucho dos fenómenos políticos que vincula a nuestra sociedad neoliberal y a la protesta iniciada en octubre de 2019. No llama “estallido social” sino “asonada” a la protesta, para sostener que no se trató de un fenómeno espontáneo sino organizado, dirigido y programado por “fuerzas oscuras”. En estos fenómenos se pondría de manifiesto la degradación moral de la sociedad chilena, a partir de la generalización de prácticas consumistas incentivadas por el neoliberalismo y -lo que Oporto considera la culminación de lo anterior- la violencia callejera, en especial, las diferentes formas de destrucción y depredación en las que a veces deriva (incendios, saqueos).
Oporto intenta integrar ambas ideas en una interpretación distanciada del debate político, situando la subjetividad moral como causa de las prácticas y relaciones sociales. Dice: “La lumpenización es, primero, un proceso de decadencia moral y espiritual y, segundo, de decadencia y descomposición social, como signos de un orden socavado desde dentro” (“La maduración de la serpiente”, publicado en Los perros andan sueltos. Imágenes del postfascismo, 2015).
Oporto dice estar inspirada en la obra de René Girard, el gran filósofo, historiador y crítico literario francés. Emplea algunas de sus categorías y a ratos parece fascinada con la interpretación que realiza Girard de la violencia mimética. Pero comete un error garrafal de interpretación. Girard distingue con claridad entre las diferencias internas que organizan y, por ende, forman parte, de la cultura -y de paso, agrego yo, hacen posible la política- y las diferencias externas, aquellas que aparecen como lo radicalmente excluido de una cultura singular y, por eso mismo, amenazan su organización. Esa diferencia externa es lo que Michel Foucault llama “el monstruo humano”. En Los anormales, Foucault nos dice que el monstruo humano “combina a la vez lo imposible y lo prohibido”, esto es, encarna una condición que, paradójicamente, transgrede un orden natural y, al mismo tiempo, infringe una disposición del derecho. En la interpretación etnocéntrica de los antiguos griegos -dice Girard en El chivo expiatorio- los bárbaros no son aquellos que hablan un idioma diferente o habitan una cultura diferente, sino quienes no participan del único idioma y cultura dignos de ser hablados y vividos. Son monstruosos entonces, porque habitan fuera del conjunto de diferencias que -pensaban etnocéntricamente los griegos- configuran el orden social y cultural por antonomasia: el suyo.
A diferencia de Girard, Oporto no describe ni denuncia las prácticas de persecución asociadas a la identificación de diferencias externas en nuestra cultura. Por el contrario; las actúa. Enrabiada por el deterioro que las protestas han ocasionado a nuestras ciudades, en especial al patrimonio público y privado, Lucy Oporto reúne la violencia política callejera con los saqueos generados por la delincuencia organizada y las prácticas realizadas por el narcotráfico para adueñarse de los barrios. Pero no sólo eso: en un discurso a ratos delirante, Oporto suma a las situaciones anteriores otras de tipo completamente diferente.
Dice ella en su ensayo Lumpenconsumismo, saqueadores y escorias varias: tener, poseer, destruir: “la naturaleza de esta crisis social en curso requiere un estudio más profundo. Sin embargo, anteriormente ya había signos de un proceso de descomposición y disolución social cada vez más virulento y siniestro, acelerado sobre todo a partir de los gobiernos de Bachelet. Entre otros, fenómenos naturales como terremotos, tsunamis, megaincendios, aluviones, y sequía extrema, seguida por la muerte masiva de animales en zonas rurales”. Y luego agrega: “Elevadas estadísticas en materia de consumo de drogas, alcoholismo, enfermedades mentales y suicidios. Crímenes atroces cometidos por psicópatas, como el infanticidio ritual de la secta de Colliguay. Contaminación ambiental incompatible con la vida, sin solución hasta ahora. Expansión de la impunidad a todo nivel. Derrumbamiento de la Iglesia católica debido a los escandalosos casos de pedofilia y, luego, al siniestro caso de abusos sexuales y violaciones cometidos durante cuarenta años por el sacerdote Renato Poblete, de connotaciones psicopáticas, satánicas y blasfemas”.
Oporto desarrolla un discurso moral con claras referencias mágico-religiosas (no filosóficas) en defensa del orden social vigente, sin advertir que la crisis de diferenciación (Girard) vivida por el país, en los días posteriores al 18 de octubre de 2019, tiene un sentido político bien claro: la deslegitimación progresiva y radical del orden social creado por la Constitución del 80 y el esfuerzo popular por crear otro en su reemplazo. Esfuerzo que encontró una vía de canalización institucional en el “Acuerdo Por la Paz Social y la Nueva Constitución” y fue refrendado luego por la ciudadanía en el plebiscito de entrada al proceso constituyente.
El de Oporto es un discurso de negación radical de la política. Para ella no se trata de proyectos políticos contrapuestos para organizar y gobernar la sociedad chilena sino de las fuerzas oscurantistas intentando destruir la luz de la verdad y del bien. Dice Oporto: “unos encapuchados profanaron una figura de Cristo crucificado, sacándola de la iglesia de la Gratitud Nacional a la calle, donde la destruyeron con furia. Parecía el descuartizamiento de una persona viva”. Y agrega: “con esta acción (...) se pusieron del lado de los poderes de este mundo que escarnecieron, torturaron y crucificaron a Cristo”.
No cabe duda que Oporto no está sola en la construcción y desarrollo de este discurso. Además de los columnistas y periodistas que la citan recurrentemente para descalificar el proceso constituyente, existen otros autores que de un modo algo menos literario y delirante han dicho algo parecido.
El más conocido y destacado entre todos ellos es, obviamente, Cristian Warnken. Warnken comparte con Oporto una lectura que confunde el orden social generado por la Constitución del 80 con el orden social en general. Confunde el diálogo auténtico para construir una nueva institucionalidad democrática -en la Convención Constitucional, por ejemplo- con la necesidad eventual de acordar una Constitución pactada con quienes defienden las instituciones vigentes.
También Warnken ha descrito la generalidad de las protestas con una jerga que habla de hordas extremistas y nihilistas que sólo buscan la destrucción del país. Probablemente la experiencia de Warnken al recorrer las calles destruidas de Valparaíso en los días más álgidos de 2019 fue similar a la de Lucy Oporto y, curiosamente, devino en una reflexión parecida. Ambos parecen compartir una subjetividad conservadora y ninguno de los dos tiene conciencia clara de la dimensión política de los acontecimientos ni de las formas de violencia institucional y estructural que han precedido largamente al levantamiento popular de 2019.
En Canción de hielo y fuego, la saga que inspiró la serie de televisión Juego de Tronos, George Martin acuñó la expresión “El invierno se acerca” para aludir al avance inevitable de “los caminantes blancos”, seres fantasmales con aspecto humanoide que resucitan a los humanos que asesinan para sumarlos a su ejército de destrucción. La mímesis de la violencia (su adquisición y desarrollo por medio de la imitación recíproca) de la que habla Girard, es transformada en un tema literario por Martin. Y esa misma retórica aparece hoy en las diferentes versiones del discurso del Rechazo: la Constitución “indigenista”, “antioccidental”, “premoderna”, “totalitaria”, que “fragmenta” el país -como la figura de yeso destruida por protestantes-, etc.
En una columna reciente, Pablo Ortúzar llega a decir: “La nueva izquierda le dice a los chilenos que, para poder hacer los cambios añorados, necesitan una Constitución que les entregue un poder total y permanente [...] ¿Qué creen que pueden conseguir avanzando tan profundo en la noche, arrastrando a todo Chile lejos de la civilización y la razón?”.
La derecha sabe que es muy difícil defender con seriedad el valor de la Constitución del 80 -incluidas todas sus reformas- al compararla con una Constitución construida democráticamente y con el propósito expreso de ampliar y profundizar nuestras instituciones democráticas.
Su estrategia, entonces, es identificar a quienes buscan los cambios con aquellos que los impidieron por casi medio siglo. Decir que en el fondo son lo mismo. Que no existe diferencia entre ser elegido autoridad por votación mayoritaria y dar un golpe de Estado con las FF.AA. Que todos encarnan una misma monstruosidad: la ambición del poder absoluto. Que Pinochet, sus cultores y sus críticos constituyen una única horda destructiva unificada. Pablo Ortúzar lo lleva al extremo, escondiendo la contradicción fundamental que organiza el debate político en Chile: "Boric lidera una izquierda organizada por el fantasma de Pinochet. Son su reflejo invertido. Creen que acabando con la Constitución de 2005 -y con la organización histórica del país- se acaba el último rastro del general, cuando en realidad están impregnados de él hasta la médula. Los corroe un odio imitativo". Warnken complementa hablando de una “Constitución revanchista”.
Sin avergonzarse, con la desfachatez de costumbre, Javier Macaya, presidente de la UDI, ha dicho que el plebiscito de salida es entre totalitarismo y democracia (lo que es cierto), pero ha agregado que son ellos -los promotores del Rechazo- quienes encarnan el proyecto democrático: es lo falso.
Sin embargo, desmentir a Oporto, Warnken, Ortúzar y Macaya y sus amenazas de hielo es, a fin de cuentas, bien sencillo. Basta con que en el plebiscito del 4 de septiembre próximo la ciudadanía apruebe con su voto una Constitución cuya implementación coincidirá con el inicio de la primavera.