Estudio | Sudamérica aún no conoce los peligrosos impactos de las plantas invasoras
Las especies invasoras son una de las principales causas de pérdida de vida silvestre a nivel mundial. Así lo han reiterado constantemente los científicos y el mensaje ya quedó plasmado, en el 2019, en el gran Informe Mundial sobre la Diversidad Biológica y los Servicios de los Ecosistemas presentado por la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES).
“Muchos tipos de contaminación, así como las especies exóticas invasoras, van en aumento, lo que conlleva consecuencias negativas para la naturaleza… Los registros acumulados sobre especies exóticas invasoras han aumentado un 40 % desde 1980”, resalta el informe.
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Recientemente, el libro ‘Invasiones globales de plantas’ mostró un panorama sobre lo que ocurre con la flora mundial y uno de sus capítulos destaca la preocupante situación que se vive en Sudamérica. El tema no es menor pues los autores de ese capítulo destacan que la región alberga el 60 % de la vida terrestre y posee la mayor cantidad de especies de plantas en el mundo —es hogar de más de 82 000 especies, de las cuales el 90 % son endémicas del continente—. Sin embargo, toda esa riqueza se ve amenazada por 2677 especies no nativas registradas, más un número desconocido de otras plantas foráneas que han sido introducidas en Sudamérica. Sumado a esto, a los científicos les preocupa que no se conozca mucho sobre la abundancia de estas especies y los impactos que ocasionan a la vida silvestre nativa.
Impactos graves pero magnitud desconocida
Cuando los científicos hablan de especie invasora se refieren a un organismo que tuvo que superar una serie de etapas para poder obtener ese calificativo. A lo largo de ese proceso entran en juego otros conceptos como especie exótica, introducida y naturalizada. Para los expertos, es importante distinguirlos pues no necesariamente pueden usarse como sinónimos de invasora.
Ileana Herrera, bióloga, profesora de la Universidad Espíritu Santo e investigadora del Instituto Nacional de Biodiversidad de Ecuador (Inabio), comenta que el punto de partida es cuando una especie es llevada de su ecosistema natural a otro, ya sea de forma deliberada o accidental. En ese momento se puede hablar de una especie exótica o introducida.
Leucaena leucocephala. Foto: Pixabay.
Si la especie encuentra condiciones favorables para establecerse en el nuevo hábitat, puede empezar a observarse esporádicamente en medio de la naturaleza nativa. La profesora Herrera comenta que, sobre todo en el caso de las plantas, que pueden tener reproducción asexual, es muy frecuente que puedan comenzar a generar una o varias pequeñas poblaciones que siguen reproduciéndose. Cuando eso ocurre se habla de una especie naturalizada.
Luego viene la etapa final, cuando esa población naturalizada es autosustentable y, además, tiene el potencial de dispersarse a larga distancia, incrementando su distribución de forma exponencial. “Cuando eso pasa ya se habla de una especie invasora que genera impactos en el ecosistema. No necesariamente todas las especies que alcanzan a naturalizarse se vuelven invasoras. Si uno se pone a pensar, el hecho de que una especie llegue a ser invasora es casi un milagro, son como una suerte de súper especies porque tienen que pasar un montón de de trabas a lo largo de su camino para establecerse y expandirse”, dice Herrera.
Los expertos consideran que cuando una especie se considera naturalizada ya hay un riesgo: algunas tendrían el potencial de convertirse en invasoras. El capítulo para Sudamérica del libro ‘Invasiones globales de plantas’ comienza destacando que no se conoce el número total de plantas introducidas, pero que de acuerdo con la base de datos registrada en la página de la Flora Exótica Global Naturalizada (Glonaf por sus siglas en inglés) existen 2677 especies no nativas naturalizadas. Por su parte, el Registro Global de Especies Introducidas e Invasoras (GRIIS por sus siglas en inglés) da cuenta de 1720 especies. Sin importar la discrepancia en los números, ambas cifras les parecen preocupantes a los investigadores.
“Si las plantas no nativas se incluyeran en los listados de flora regionales, al final representarían por lo menos un 1,4 % del total de flora del continente”, se lee en el libro. Es más, un estudio previo del científico brasileño Rafael D. Zenni, autor principal del capítulo, indica que, incluso, la flora no nativa llegaría al 7 % en algunos ecosistemas sudamericanos y que uno de los grandes problemas es que actualmente no existe una lista completa de plantas no nativas invasoras a nivel de Sudamérica.
El trabajo de los científicos en el libro incluyó datos para Argentina, Brasil, Chile, Ecuador y Venezuela, hicieron un análisis inicial de las plantas naturalizadas en cada país y seleccionaron las especies no nativas invasoras más relevantes en los ecosistemas. No se incluyeron otros países de Sudamérica pues “intentar este método para países en los que carecemos de una experiencia profunda sería un esfuerzo inútil y probablemente daría como resultado suposiciones y puntos de vista incorrectos”, relatan los autores.
Paisaje en la Patagonia argentina. Foto: Pixabay.
Los países que tienen mayor información y estudios sobre especies invasoras son Brasil, Chile y Argentina. Por ejemplo, en Brasil hay 573 plantas naturalizadas, de las cuales 194 se consideran invasoras; en Chile la lista de naturalizadas llega a 743 pero el número de invasoras se desconoce y, en Argentina, se han identificado 1401 especies de plantas no nativas en las áreas protegidas del país pero no se saben cuántas son naturalizadas y cuántas son invasoras.
Uno de los datos que destaca la investigación es que la Sudamérica tropical tiene entre dos y tres veces menos especies de plantas no nativas naturalizadas que la parte templada de la región, a pesar de que el trópico abarca un área mucho mayor.
Para la profesora Ileana Herrera, también coautora del capítulo, una de las hipótesis sobre lo anterior radica en que la zona templada tiene una mayor afinidad climática con los países del primer mundo que colonizaron América y es muy probable que, precisamente, a esas especies se les haya hecho mucho más fácil establecerse en áreas templadas de Sudamérica.
“Por otro lado, en las zonas tropicales hay una mayor biodiversidad debido a que la temperatura y la radiación son constantes y las precipitaciones más elevadas. En la zona tropical vas a encontrar ecosistemas con una mayor diversidad de especies que funcionan como una suerte de efecto de resistencia contra las invasoras”, añade Herrera.
A pesar de que el capítulo no analiza todos los países de Sudamérica, la base de datos de GRIIS tiene registradas 553 plantas naturalizadas en Argentina, 247 en Bolivia, 503 en Brasil, 723 en Chile, 265 en Colombia, 348 en Ecuador, 166 en Guyana, 72 en Paraguay, 288 en Perú, 61 en Uruguay y 219 en Venezuela. En total son 1720 especies de plantas, de las cuales GRIIS ha registrado impactos negativos para 783 de ellas (45,5 %).
Melinis minutiflora en Chapada dos Veadeiros, Alto Paraíso, Goiás, Brasil. Foto: Mauricio Mercadante – Flickr.
“Las plantas invasoras pueden competir o desplazar a las plantas nativas o incluso a los cultivos. También pueden interactuar con elementos como el fuego, aumentando las probabilidades de incendios forestales, o utilizando más agua que la vegetación nativa del lugar. Todos estos son impactos ecosistémicos bien descritos en la literatura y que hacen que las plantas invasoras sean de preocupación”, comenta Aníbal Pauchard, director del Laboratorio de Invasiones Biológicas de la Universidad de Concepción, integrante del Instituto de Ecología y Biodiversidad de Chile y coautor del capítulo sobre Sudamérica del libro Invasiones Globales de Plantas.
Pauchard menciona algunos de los impactos más representativos de las plantas invasoras, sin embargo, una de las conclusiones a la que se llega en el capítulo es que se desconoce la magnitud de dichos impactos porque las especies invasoras y los ecosistemas invadidos de Sudamérica se encuentran poco estudiados.
Un garzón gris reposa sobre un islote de buchón (planta invasora) dentro de la madrevieja La Negra en Colombia. Foto: Angie Serna.
La incertidumbre reina en Ecuador
Los investigadores identificaron a 46 especies de plantas como las invasoras más representativas de Sudamérica. Cinco de ellas se encuentran en más de uno de los países de la región: yaguará (Melinis minutiflora), nimbo de la India (Azadirachta indica), guaje o peladera (Leucaena leucocephala), retamo espinoso (Ulex europaeus) y el pino (Pinus contorta).
“Curiosamente, mientras que la mayoría de las plantas naturalizadas extendidas eran pastos (46 %), la mayoría de las especies invasoras más relevantes eran árboles (41 %). No está claro si los árboles tienen impactos mayores que los pastos y arbustos, o si los árboles se perciben más fácilmente como especies invasoras”, se lee en el documento.
En Ecuador llama la atención el contraste que existe entre el conocimiento y el manejo de las plantas invasoras a nivel continental e insular (islas Galápagos). Por ejemplo, la mayoría de artículos científicos sobre invasiones biológicas se concentra en Galápagos y son muy pocos los que exploran lo que ocurre en el continente. Aunque a la fecha no hay una lista oficial, existe una lista preliminar de 677 especies introducidas en el Ecuador continental. De ese número, 13 % (88 especies) han sido reportadas como invasoras en otros países del mundo y entre ellas destacan el retamo espinoso, el guaje y la caña común o cañabrava (Arundo donax).
Roystonea oleracea. Foto: David Stang – Wikimedia Commons.
“El impacto de estas especies invasoras en la estructura y funciones de los ecosistemas todavía es desconocido”, destaca el trabajo de los científicos sudamericanos.
El documento menciona que en los bosques montanos ecuatorianos son comunes las especies de pino y eucalipto que todavía son usadas frecuentemente en programas de reforestación. Por su parte, en los bosques secos tropicales de la costa predominan pastos naturalizados de guaje y camalote (Urochloa maxima), pero no hay estudios que evalúen formalmente el estado de estas especies. En la isla Santay —humedal Ramsar y área protegida de Ecuador en la ciudad de Guayaquil— se ha reportado la invasión de una palma originaria del Caribe conocida como chaguaramo (Roystonea oleracea), pero el impacto de su expansión es desconocido.
La falta de estudios se repite en la Amazonía. Por ejemplo, en la reserva de biosfera Podocarpus, en la provincia de Zamora Chinchipe, se han detectado ocho especies no nativas de árboles y pastos que han sido introducidos para uso en agricultura pero su abundancia y sus impactos son desconocidos.
Mientras que la falta de datos es la constante en el continente, en Galápagos hay un inventario completo y permanente de las plantas invasoras. Hasta el 2018 se habían identificado 881 especies no nativas en las islas, 264 de ellas ya se consideran naturalizadas y algunas, como la mora, son conocidas por su devastador efecto invasor. “Las invasiones biológicas [no solo de plantas] se consideran la amenaza más grave para la biodiversidad de Galápagos, donde los taxones no nativos ahora superan en número a los nativos”, es una de las afirmaciones más preocupantes del capítulo para Sudamérica del libro Invasiones Globales de Plantas.
La investigadora Ileana Herrera considera que en las regiones tropicales de Sudamérica la biodiversidad es elevadísima y muchos biólogos están concentrados en encontrar y describir muchas especies que aún son desconocidas para la ciencia. “Hay mucha más ciencia dedicada al estudio de especies nuevas que a detectar amenazas como las especies invasoras. Eso es algo comprensible pero, sin duda, estamos rezagados en el estudio de especies exóticas que son un problema para nuestras nativas”, destaca.
Araucarias en la Patagonia argentina. Foto: Rafael Edwards – Flickr.
Falta trabajo en equipo entre países
En países como Argentina, los estudios sobre plantas invasoras se han centrado en regiones como la Patagonia donde especies de la familia de los pinos han llamado la atención debido a la extensión de sus invasiones y a que pueden reemplazar la vegetación nativa en el bosque, cambiar la estructura de la vegetación nativa en las áreas que colonizan y hacer la zona más propensa a incendios.
“Si bien hay muy pocas especies extintas por invasiones de plantas, es claro que las poblaciones de plantas nativas se reducen mucho con la invasión. Por ejemplo, los pinos en Patagonia ocupan lugares donde hay especies en problemas, como el ciprés de la cordillera que podría ocupar ese espacio. Otra especie amenazada es la araucaria (Araucaria araucana) que también puede ser reemplazada por pinos dado que estos crecen mucho más rápido”, le dice a Mongabay Latam Martín Núñez, ecólogo, investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina y también coautor del capítulo.
En Brasil, la mayoría de los trabajos sobre los impactos de los árboles invasores han reportado efectos negativos en la estructura y dinámica de los ecosistemas forestales. “Los árboles no nativos invasores pueden cambiar la abundancia, riqueza y composición de especies y la estructura de diferentes tipos de vegetación en Brasil”, resalta el documento.
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Por su parte, en Venezuela, la primera y única lista oficial de especies exóticas fue publicada en 2001 por el Ministerio del Ambiente. Allí se enumeraron 985 especies de plantas no nativas, de las cuales 165 (17 %) se consideraron naturalizadas y 49 (5 %) como invasoras en el país.
El capítulo Sudamérica del libro Invasiones Globales de Plantas cierra destacando que la región carece de acuerdos bilaterales o multilaterales para prevenir la propagación de especies invasoras entre los países sudamericanos. “Cada país ha estado lidiando con invasiones biológicas por su cuenta, y existe la necesidad de una mayor integración en todo el continente”.