Sí, era depresión Y (también) capitalismo
Desde el 18-O, luego en pandemia, y hasta ahora, en Chile se ha visto un gran aumento en lo que a enfermedades de salud mental refieren, cuestiones tales como: vivir la cuarentena con quien agrede, las condiciones de vivir un encierro, la imposibilidad de verse, verse demasiado, condensar en un mismo espacio todo lo que hacíamos en otros (estudiar, trabajar, desplazarnos, etc.), no contar con espacios para transitar y descansar entre unos y otros (descansar de la familia, del trabajo, de amistades y seguro muchas más).
Y durante ese tiempo (todavía actual) se hizo muy popular la consigna “no era depresión, era capitalismo”. Frente a eso, pensaba en que una de las formas posibles para pensar el sufrimiento sería tensionando las condiciones de vida en las cuales crecemos, vivimos y fallecemos. En nuestro caso, en el capitalismo neoliberal chileno, y con ello, criticar las formas de este modelo de pensar lo social, lo económico, lo político, lo individual y también la subjetividad. Entendiendo cómo también en estas formas de gobierno la cultura psi hace uso de estas mismas lógicas en sus formas de pensar lo relativo a la salud mental: de un modo individual, objetivo y medible, desconociendo la cuota y las formas de malestar del sujeto del capitalismo neoliberal.
Sin embargo, pensar la forma en que sufrimos no sólo tiene que ver con ser sujetos viviendo capitalista y neoliberalmente, no tiene que ver sólo con la forma en que esto nos condiciona para vivir. Por ejemplo, ser empresarios de sí mismos; generar temor frente a todo aquello que implique un colectivo y con ello la posible pérdida de toda fuente de acumulación individual (el fantasma del comunismo siempre es un recurso de la opinión pública).
Lo anterior también tiene que ver con que las fuentes del sufrimiento no son un monopolio del sistema económico, político y social imperante, sino que el sufrimiento es algo que siempre ha existido y se relaciona de cierta forma con lo social, pero nunca es un todo social. Lo que quiere decir que la depresión o el sufrimiento psíquico no es algo que surge con el capitalismo y, a la vez, que no quiere decir que con el capitalismo no se sufra, sino que el malestar (o sufrimiento) social que ello compromete es distinto a lo que podría haber sido en el feudalismo, el shogunato, las sociedades vikingas, los primeros tiempos de la sociedad industrial, el periodo de migración campo-ciudad, las formas de aceleración de nuestro tiempo, los desabastecimientos, el endeudamiento y podríamos seguir.
Para dar cuenta de este propósito, se podrían tomar los conceptos de Historia (con mayúscula) e historia (con minúscula) que la autora francesa Francoise Davoine sostiene para dar cuenta de la Historia social y la historia individual. Siendo la primera una Historia común (aquella que compartimos los seres humanos en los distintos espacios que habitamos mientras vivimos: la pandemia, las guerras, el malestar en la ciudad, el malestar social, etc.) y, por el otro lado, con el concepto de historia con minúscula, ella sostiene la idea de la historia particular, individual, singular e irrepetible.
El sufrimiento que escuchamos quienes trabajamos en salud mental no siempre tiene que ver con las condiciones en las que vivimos (lo que no las niega ni las hace menos importantes); suele aparecer la familia, los cuidados, los descuidos, los vínculos, las relaciones, las transgresiones, los “el día que pasó el terremoto yo estaba haciendo x” y la historia (con minúscula) empieza a tomar un matiz singular dentro de esa gran Historia.
Hay necesidades y experiencias que trascienden a las épocas, tales como: los primeros años de cuidado, el ser sostenido, el ser hablado, ser provisto de historia, de un espacio, de un lugar, de las preguntas por el origen, etc. Donde todo lo anterior (y mucho más) necesita de un tiempo real y también psíquico, siendo justamente ahí donde ambas Historias se reúnen. ¿Cómo es posible generar las condiciones para que esto sea posible? Intentando acomodarse a una realidad que dispone de cada vez menos tiempo para la crianza, para los cuidados, para el descanso; una época cada vez más acelerada con extensas jornadas de trabajo y de desplazamiento, con un afán por el rendimiento con venta de bebidas energéticas y farmacias en cada esquina ¿o más energéticas que farmacias?
Y en relación a lo anterior, resulta indudable señalar que el monopolio del sufrimiento no está en el sistema en el que vivimos (no es sólo el capitalismo el que nos hace sufrir), pero sí que son importantes las condiciones que estos proveen para poder hacer espacio y camino a nuestras pequeñas historias. ¿No habrá quedado claro lo precario de las condiciones de vida de muchas personas que no podían acceder a un espacio privado en pandemia? ¿Cómo hablar con seguridad de la pequeña historia si en la Historia (con mayúscula) las condiciones materiales para vivir no están garantizadas? ¿Cómo escuchar si en la habitación de al lado se escucha y nos escuchamos?
Sin duda que no daba lo mismo en las elecciones recién pasadas en Chile que fuese electo un candidato que se posiciona firmemente con discursos totalitarios, de odio, que niegan o cuestionan la diferencia. Y, por otro lado, tampoco eso asegura que porque haya sido electo un Presidente cuyas propuestas de gobierno den espacio y cabida al malestar este se vaya a acabar.
Ni el malestar ni el sufrimiento se acabarán por un cambio de Presidencia ni de gabinete. Aun así, que el malestar tenga un espacio, que sea hablado e incluso problematizado, puede posibilitar que este pueda aparecer, que pueda tener un lugar, que podamos cuestionar los altos costos de profesionales de la psiquiatría, del privilegio de acceder a salud mental, de cuestionar los imperativos de salud y no su acceso, los altos montos de agresión en las escuelas (y que no son culpa del o la artista de turno), los cuerpos socialmente aceptados y los que no, el alto costo de la vida, los espacios cada vez más pequeños y más costosos para vivir, cuidadores que están sobrepasados y ¿cuántas más?
Sería esperable un aumento en personas deprimidas no porque antes no lo hayan estado, sino porque también puedan existir condiciones para deprimirse, para poder hablar de esta pequeña historia, para tratarla y que esto sea un derecho y no un privilegio (y el privilegio, hoy, es el tiempo).