Boric y Macron: dos caras de un síntoma
El examen minucioso de los síntomas nos permite establecer siempre un importante diagnóstico diferencial [Freud]
Ciertamente no podremos en esta columna hacer “un importante diagnóstico diferencial” entre Gabriel Boric y Emmanuel Macron, entendidos ambos como síntomas de algo mayor. Pero sí se piensa que, a dos días de la primera vuelta en Francia y a casi 4 semanas de asumido el nuevo gobierno en Chile, se pueden arriesgar algunas pistas para tensionar un espacio relativo a dos políticos tan cercanos, en tanto sintomáticos, al tiempo que tan lejanos en términos de lo que representan al día de hoy.
Son animales políticos completamente distintos, con biopolíticas diferentes y herederos de tradiciones, podríamos decir, antagónicas. Boric viene de la Izquierda Autónoma, agrupación de izquierda que encuentra sus orígenes e influencias, primero, en el movimiento SurDA, el que a su vez es heredero de los estertores del MIR y que se desplegó fundamentalmente en las universidades y, segundo, de los movimientos estudiantiles. Abandonó la Izquierda Autónoma y hoy pertenece a Convergencia Social, que es un partido miembro del Frente Amplio.
Hoy es Presidente de la República con el apoyo de una coalición inédita y fuertemente instrumental (sin querer darle un sentido peyorativo a esta última palabra; lo instrumental, cuando de llegar al poder se trata, no deja de ser un momento propio de lo político). Nos referimos al acuerdo tenso, pero acuerdo al fin, entre el Frente Amplio, el Partido Comunista y a una no despreciable suma de partidarios de la extinta Concertación.
Macron, por su parte, fue un importante banquero, experto en inversiones, ex-funcionario público y que comienza a ser relevante una vez que es designado asesor económico del Presidente François Hollande, llegando a ser nombrado, en 2014, ministro de Economía. Se ha declarado un ferviente europeísta. Perteneció al Partido Socialista francés, pero dimite en el 2016 señalado que “la honestidad me obliga a decirles que ya no soy socialista”. Adhiriendo, desde entonces, a un cierto centrismo y articulando su gobierno, progresivamente, en torno a políticas propias de la órbita neoliberal. Funda el partido político En Marche (que, vaya, lleva las iniciales de su nombre).
Sin embargo, estas trayectorias tan disímiles, y más allá de su juventud (36 años Boric y 45 Macron), y de ser hoy mismo los Presidentes en régimen de sus países –uno entrante y el otro terminando su periodo y de cara a una reelección–, ambos se reúnen en un principio común: los dos parecen ser un síntoma; síntoma de realidades completamente distantes. Como lo escribe Freud a su amigo el médico alemán Wilhelm Fliess en una carta escrita de 1892: “Cumplimiento de deseo del pensamiento represor es el síntoma”.
Asumiendo lo que escribe Freud, y pensando en Gabriel Boric, podríamos decir que, por vía institucional, él es la cristalización de un síntoma, entendido como el punto cúlmine o el triunfo de lo reprimido o bien como el deseo sistemáticamente insatisfecho de una sociedad encubierta y caricaturizada con cinismo en su exitismo neoliberal –ahí donde todo es pasajero, efímero y la satisfacción opera de forma instantánea–. En este sentido, y pensando en Boric, el síntoma no es otra cosa que la condensación de un trauma; trauma que emerge, en este caso, a modo de estallido social en octubre de 2019 y que dinamitó todo aquello que entendíamos por normalidad.
Lo que es interesante en la figura del Presidente chileno es que ese síntoma, que inicialmente explotó como bomba racimo en el centro de la sociedad chilena, no se transformó en “autocastigo” como apuntaría Freud, sino que derivó en una institucionalidad progresiva, primero con el acuerdo de noviembre por una nueva Constitución, después con el triunfo del Apruebo a favor de la Asamblea Constituyente y, finalmente, encarnándose en Boric como Presidente de la República.
De esta manera el síntoma no se radicalizó ni se consolidó con la fuerza destructora que le es propia y que detona el deseo reprimido, sino que dio paso a un momento del triunfo de la “civilización” por sobre la pulsión. En esta línea, y siempre siguiendo a Freud (El malestar en la cultura, 1930): “No puede soslayarse la medida en que la cultura se edifica sobre la renuncia de lo pulsional”.
¿Realmente Gabriel Boric es la renuncia a la pulsión de octubre a favor de la cultura y la institucionalidad que le va adherida? Creo que sí, pero no por eso deja de ser un síntoma de todo lo que ha ocurrido y de lo que podrá venir. Pensamos en un país que se aleja progresivamente de su maqueta neoliberal para probarse el traje, desconocido en Chile hasta hoy (por lo menos desde el 73 en adelante), de algo parecido a la socialdemocracia.
Ahora Macron. la Constitución francesa permite que un Presidente/a pueda ser reelecto/a consecutivamente dos veces, no más. Por lo tanto Macron cumple la norma y se presentará a las elecciones del 10 de abril de este año. Es importante recordar que en 2017 fue electo, en segunda vuelta con el 66% de los votos, doblando a la ultraderechista del Frente Nacional y actual diputada Marine Le Pen. Una votación que, si nos concentramos en el análisis puramente cuantitativo, representa 11 puntos por encima del obtenido por Boric en el balotaje. La votación de Macron fue impresionante.
No arriesgamos si decimos que la elección de Macron obedeció sobre todo a dos factores. En primer lugar, al pésimo e impopular gobierno de Hollande –que termina con un histórico 13% de apoyo y con un Partido Socialista astillado– y, en segundo, a la arremetida feroz de la ultraderecha francesa, la que generó un alto miedo en la ciudadanía de ese país (algo parecido a lo que pasó en Chile con Kast). El centro le pareció entonces a los/as franceses/as lo más sensato, con rostro joven y dispuesto a que el síntoma que parecía anunciar se concretara.
Hoy Macron se enfrenta a dos extremas derechas: una representada por la incombustible Le Pen, que ha logrado acortar distancias a dos días de la elección (según la encuesta Ipsos-Sopra Steria, en primera vuelta el actual Presidente le estaría sacando sólo 3 puntos a la candidata) y, por otro lado, a Éric Zemmour, autodenominado bonapartista, radical antinmigrante, representante de lo que él mismo titula “patriotismo económico” y fundador de un partido político de nombre perturbador: “Reconquista”.
Bueno, con todo, lo relatado también transforma a Macron en un síntoma, a la francesa, centrista y contradictorio, que viene revelando hace tiempo su intención sin complejos de llevar a Francia hacia el neoliberalismo (“reformas estructurales” neoliberales que favorecerían el crecimiento y harían bajar el desempleo, privatizaciones de diverso orden, en fin; siendo, al mismo tiempo, un ferviente devoto de la integración europea).
Hablamos de uno de los países con tradición más socialdemócrata del mundo, pero que, de cara a dos derechas radicales, Macron aparece cristalizando el síntoma de una “apertura” hacia el modelo de libre mercado en el que Francia verá cómo la seguridad que le brindaba el Estado dará paso a una privatización sin precedentes.
Entonces, ahí donde Boric, con todos los problemas de instalación que ha venido demostrando, parece ser el síntoma reprimido que permite pensar en una salida del neoliberalismo y optar a algo cercano a la socialdemocracia, Macron es todo lo contrario, desplegándose como una dimensión sintomática que pretende llevar a Francia a un neoliberalismo inhóspito y desconocido, y a decir au revoir a los derechos sociales que, al menos durante la V República, han sido todo el ecosistema conocido para las y los franceses /as.
Uno comienza, el otro termina para intentar volver a partir. Parecen no influenciarse en ninguna medida el uno y el otro. Pero, convengamos, ambos son, en sus respectivas plataformas sociopolíticas, agentes sintomáticos que sin duda redibujarán sociedades históricamente instaladas en paradigmas que tienden a ser abandonados.
Desde un país subdesarrollado, al sur del mundo, hasta una potencia mundial, sofisticada y europea, los síntomas recorren el mundo.