Sandías mal caladas en la Ilustre Municipalidad de Santiago: Arte, cultura y prostitución
Estoy rodeado de viejos vinagres ¡Todo alrededor!
Luca Prodan
Después de la derrota de Alessandri, por la actual alcaldesa, la comuna de Santiago ha experimentado una evidente serie de mejorías en su gestión municipal, que lento pero seguro, se ha ido reflejando en el cotidiano de quienes somos vecinos del sector. Lo importante aquí, como quedó claro tras el discurso del presidente, es avanzar. Y eso es notorio en la comuna de Santiago Centro, sobre todo en lo que respecta al mejoramiento de los espacios públicos y en educación.
Desde el 8 de marzo recién pasado, en el contexto de la conmemoración por el día de la mujer trabajadora, el frontis de la municipalidad se encuentra teñido por luces LED de color violeta feminista. Esa iluminación nocturna, es además acompañada por banderas que se yerguen bajo la cornisa del edificio, en sintonía con la lucha de los pueblos originarios y las diversidades sexuales, que comparten igualdad de condiciones de visibilidad aérea con otras dos banderas: la de Chile y la del municipio. Todas intenciones muy nobles y necesarias hoy en día, basadas en causas sociales justas (a estas alturas, incluso de sentido común).
¿Es la imagen de un prostíbulo lo que se quiere mostrar al país?
Sin embargo, a pocos pasos en la misma Plaza de Armas, acontecía otra panorámica que friccionaba y lograba vencer a las buenas intenciones municipales: trabajadoras sexuales de diversas nacionalidades y un cabaret subterráneo de horario nocturno, actualmente cerrado (desde principios de mes). Las primeras ejercen su oficio de manera precarizada y a la orden del día, sin límites horarios. En el segundo recinto ocurría a diario una situación insólita que atentaba contra el buen descanso de las vecinas y vecinos del histórico pasaje Phillips: el venusterio del local comercial –donde los clientes podían tener sexo con las bailarinas– se encontraba ubicado en el estacionamiento. Para matizar los gemidos de placer, simulación o dolor de las parejas sexuales, cuyo vínculo afectivo es mediado por el dinero, el venusterio era acompañado por pachanga musical a altos decibeles que poco ayudaban al sueño del vecindario.
¿Qué quiso expresar la ilustre municipalidad al transformar la fachada del edificio en un prostíbulo nocturno, con esa magnitud de prostitución en las faldas de su propia arquitectura? No se trata de moralizar al digno y antiguo oficio de la prostitución como algo condenable, se trata de imaginar la comuna que queremos para el presente y el futuro. ¿Es la imagen de un prostíbulo la que nuestra joven, pero más que preparada alcaldesa quiere proyectar hacía el país y el mundo? No cabe la menor duda de que no lo es. En este caso, afortunadamente, el problema es más sencillo y guarda relación con el pésimo asesoramiento en aspectos culturales y artísticos, que la municipalidad viene arrastrando transversalmente a todas sus gestiones posteriores a 1973.
Pablo Burchard y Elicura Chihuailaf: porotos en paila marina
Algo similar ocurre con la exposición Gigantes del Sur, actualmente en la cartelera cultural del mismo palacio consistorial, con motivo del recibimiento internacional ofrecido por Hassler y Boric previo al cambio de mando presidencial. A primera hora de esta semana intento averiguar por la web y redes sociales de la municipalidad, cuándo y cómo se puede visitar dicho magno proyecto. Es anunciado por su curadora y cocurador, como una fina selección de obras creadas por 16 Premios Nacionales de Artes Plásticas en el contexto de la democracia protegida y vigilada en el que aún nos encontramos (1990 – 2022).
De antemano, resulta sospechoso que en este caso se haya optado por incluir también al pintor Pablo Burchard (Premio Nacional 1944) y al poeta Elicura Chihuailaf (galardonado el 2020). ¿Acaso están ahí para demostrar que el arte chileno tiene su pasado en la pintura académica y que es de buenas costumbres incluir cupos indígenas en el mismo canon? Sin contar con la experiencia de ver la muestra, Burchard y Chihuailaf parecen porotos en paila marina allí metidos (con el respeto que merecen las legumbres).
De todos modos, no se puede confirmar aún mi sospecha, ya que la página de la municipalidad no cuenta con el link de inscripción necesario y advertido para las visitas. El martes al mediodía llamo por teléfono a diversos números de la Dirección de Cultura y Turismo. Sin recibir respuesta, llamo nuevamente, esta vez al call center genérico de la institución municipal. Muy amablemente, responden de inmediato a la solicitud. Sin embargo, al no contar con la información, me hacen esperar 15 minutos en línea, mientras preguntan a los encargados de cultura. Confirman en horario hábil, que ninguno de ellos se encuentra disponible al teléfono. Se encuentran en otras labores más importantes que atender.
Un oasis de horror
¿Por qué la ilustre municipalidad de la comuna más antigua de toda la región no tiene presupuesto suficiente para invertir en un mínimo desarrollo cultural en beneficio de sus habitantes? Es tiempo de dejar de echarles la culpa a los gobiernos anteriores y hacer las cosas como se deben de una buena vez, a pesar de que las precarias condiciones actuales sean herencia del pasado dictatorial y de las malas administraciones que le sucedieron.
Al atardecer, cuando ya se ven las horrorosas lucecitas –el resto de la fachada es impecable– me acerco al guardia de la entrada del palacio. Sugiere que me presente a primera hora del miércoles. ¿Tan inalcanzable es el arte que parece tratarse de una cita con la realeza? Voy esperanzado de que así no sea, pero me encuentro con un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento. La exposición se sostiene a partir de un relato basado en la realeza de la peor estirpe: imperialista y colonial.
No se puede decir nada de las piezas seleccionadas en Gigantes del Sur. Cualquier museo del país y del cono sur quisiera contar con esas obras en su colección; aquí la desgracia es otra y peor. Del hito tripartito al Cabo de Hornos, la exposición es un fraude, ya que defrauda a la ciudadanía, a los artistas seleccionados cuya obra ni siquiera aparece en la sala, además de defraudar al país y al mundo. ¡Y es un fraude que se sostiene a partir de la infraestructura fiscal del municipio!
Senilidad precoz
¿Cómo se puede deteriorar el legado artístico de 18 Premios Nacionales, contando con incluso nombres de proyección internacional? La respuesta es muy sencilla y a la vez compleja: a través de su inscripción y circulación por manos equivocadas. La impertinencia de la curaduría no logra resolver en buen sentido el anacronismo de esas obras y esos artistas. Ejemplos de anacronismos que se vuelven actuales hay muchos. Uno de ellos fue (En)clave masculino, curaduría a cargo de Gloria Cortés en el MNBA (2016). El anacronismo de Gigantes del sur incluso hace pensar que el nombre de la exposición debería haber sido Enanos de provincia, ya que las obras fueron montadas en paneles de feria comercial o pinacoteca escolar.
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En esta exposición, el asunto no se reafirma en la falsa querella generacional que muy bien Salvador Allende se encargó de desmentir en Guadalajara, como esperemos que también la desmienta Gabriel Boric más temprano que tarde. Tanto en Gigantes del sur, como en la gestión cultural municipal, el fenómeno sistemático que acontece es una senilidad precoz como correlato a una neoliberalización de la política que viene ocurriendo desde que el diablo perdió el poncho ya sabemos dónde. (Carmen Hertz es una “vieja joven”, hay otros, como el diputado Schalper, que son unos viejos vinagres en cuerpo juvenil).
Si para la historia del arte chileno se puede sacar algo en limpio, es que Gigantes del sur es una exposición pionera. Marca un antes y un después, ya que probablemente se trata de la peor exposición de pintura, escultura, fotografía y grabado que se ha visto en la municipalidad.
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Finalmente, a pesar de la estupenda gestión que ha estado ejecutando la alcaldesa Hassler, el problema de fondo se trata de sandías caladas. O mal caladas, dependiendo de la perspectiva. Tanto la agenda de género, pueblos originarios y la voluntad por acercar el arte a la gente son hoy sandías caladas, igual como lo pueden ser un puñado de Premios Nacionales (por algo obtuvieron el galardón). Sin embargo, en la medida de que dichas buenas intenciones sean instrumentalizadas por operaciones neoliberales de precarización, terminan distanciando a la política de la sociedad. Un reflejo de ello, es la creciente proliferación mercantil de retóricas asociadas a un feminismo blanco y burgués, y de la imagen de “buen salvaje” que circula en TV abierta para opacar las luchas indigenistas. Si las sandías caladas se ofrecen al público en un mercado de difícil acceso, es inevitable que se avinagren a los pocos días (y a nadie le gustan los viejos vinagres).
Al cierre de esta edición, luego de haberme informado por fuentes directas, recibo un sospechoso saludo de cumpleaños de parte de una curadora española residente en Chile. Me recomienda mandar tarros de mermelada a los evaluadores de los fondos concursables, en un contexto donde la mayoría de mis proyectos han sido rechazados por no cumplir con el perfil requerido. Es primera vez que recibo una intimidación tan descarada previo a la publicación de un ensayo crítico. Espero que nunca más en Chile ninguno de mis colegas reciba ese tipo de invitaciones.