Luciano Cruz y Miguel Enríquez, de terno y corbata con Ted Kennedy en Concepción
Primero fue enterarse y luego disponerse a enfrentarlo; ambos serían pasos sucesivos. Tener a un Kennedy en Concepción era un verdadero regalo para los jóvenes revolucionarios, que además hablaban inglés fluidamente. Fue así como Luciano Cruz y Miguel Enríquez, de terno y corbata, se dispusieron a ir al hotel situado en Barros Arana 901: el City de Concepción. En ese tiempo, era uno de los más modernos y elegantes en su tipo, con piezas con baño privado y calefacción central. El hermano del Presidente John Fitzgerald Kennedy, Robert Francis Kennedy, era abogado y había detentado el cargo de fiscal general de los Estados Unidos. Era el menor, pero de gran cercanía con el mandatario, conocido también como Bobby.
Su gira por Latinoamérica respondía a una campaña destinada a posicionarse como heredero para las próximas elecciones. Con una actitud distendida y gran manejo de las audiencias, para Robert Kennedy la reunión en el salón del Hotel City de Concepción y su planificada visita a la universidad no tenía mayores inconvenientes. Además el político siempre viajaba resguardado por agentes del Servicio Secreto de EE.UU.
Luego de una breve introducción, fue Robert Kennedy quien rápidamente quiso comenzar por las preguntas, ese era su fuerte, la improvisación. Tenían plena conciencia de que, al estar rodeado de medios locales y nacionales, esas respuestas luego serían amplificadas por las agencias, describiendo su triunfante gira latinoamericana. Chile era una plaza relevante por la estrecha relación del gobierno de Eduardo Frei Montalva con EE.UU.
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En ese gran salón los estudiantes universitarios se situaron atrás y al medio. Quien primero intervino fue Luciano Cruz, quien lo hizo gesticulando con sus brazos, y dada su estatura, su actitud resultaba imponente.
El líder estudiantil lo primero que hizo fue reivindicar a Cuba, remarcando el cerco estadounidense a la pequeña nación.
Rápidamente, Kennedy con no menor vehemencia contraatacó:
«Kennedy: ¿Por qué no hay elecciones libres en Cuba? ¿Por qué no hay libertad de prensa?».
«Cruz: En Cuba hay libertad de prensa».
Luego intervino Miguel Enríquez, que al igual que Luciano no requirió de traductor.
«¿Por qué los estudiantes norteamericanos no pueden entrar a Cuba? No lo impide el régimen de Fidel Castro, sino el propio gobierno de los Estados Unidos».
«Kennedy: Tengo un programa. ¿Puedo hablar en la universidad?».
Los estudiantes de Medicina interpeladores no estaban solos, habían sido acompañados por un pequeño pero bullicioso grupo de adherentes que aseguraba, además, que tampoco pudieran ser expulsados por la fuerza tan fácilmente.
«Cruz y otros: No. Por ningún, motivo».
«Kennedy: En los Estados Unidos los marxistas son libres para hablar en las universidades, lo mismo que los de extrema derecha. Yo quiero el diálogo. Por eso quería venir a esta ciudad, pero no quiero causar conmoción en la universidad».
«Cruz: Nosotros no repudiamos a Robert Kennedy. Nosotros repudiamos al gobierno que representa, que se ha manchado con sangre. ¡No queremos que vaya a la universidad!».
Al otro día la noticia destacó los emplazamientos de Luciano y Miguel al importante político estadounidense. Pero Robert Kennedy, lejos de amedrentarse por lo sucedido, decidió concurrir igual al campus universitario y a la Casa del Deporte. No ignoraba que había sido advertido por Miguel Enríquez que sería repudiado, pero a Bobby Kennedy no lo atemorizarían un par de locuaces estudiantes, por más brillantes y bilingües que se mostraran. La intervención de EE.UU. en Vietnam estaba en su fase más aguda y el político estadounidense asumía que donde fuera tendría públicos críticos y, a la vez, también sabía que él ya era portada mundial de revistas y programas televisivos. Era el heredero camino a la Casa Blanca.
Inés Enríquez aporta detalles de ese momento: "El encuentro entre Miguel y Robert Kennedy fue en inglés, por supuesto. En partes de ese intercambio Miguel hablaba en inglés directamente con Kennedy, en otras usaba a un intérprete que iba con él: Peter Ward. Fue un encuentro ríspido. Miguel dejó mudo con su argumentación al senador Kennedy. Y cuando éste lo invitó a su país con todos los gastos pagados, Miguel le dijo de entrada que no y que, para aceptar semejante invitación, el senador tendría que invitar primero a Fidel Castro a su país para que hablara a las audiencias de jóvenes estadounidenses".