Proceso constituyente: de fondos concursables a política comunitaria
¿Tienen algo en común una familia que cuida de sus niñas, las vecinas y vecinos del pasaje que plantan un árbol, una organización comunitaria territorial que organiza un cabildo, una organización feminista que realiza una campaña o los compañeros de trabajo que almuerzan juntos a diario? ¿Están estos grupos conectados de algún modo?
Para Raquel Gutiérrez (2011), estas prácticas constituyen entramados comunitarios, es decir, “lazos estables o más o menos permanentes que se construyen y se reconstruyen a lo largo del curso de cada vida concreta, entre hombres y mujeres específicos, que no están plenamente sujetos ni sumergidos en las lógicas de acumulación de valor, para encarar la satisfacción de múltiples y variadas necesidades comunes”. ¿Por qué estas experiencias y prácticas parecen inconexas o incluso invisibles? Siguiendo a Raquel Gutiérrez y Huáscar Salazar (2019), en sociedades donde la reproducción de la vida está subordinada a la producción de capital, estos entramados comunitarios parecieran ser un conjunto de actividades fragmentadas, secundarias y sin significado propio.
Por otro lado, las políticas públicas y parte de la literatura académica han tendido a reducir lo comunitario a las organizaciones formales y sus dirigencias, mientras otras formas de sociabilidad son invisibilizadas o se observan como parte de esferas distintas. Frecuentemente se ha entendido que el objetivo de lo comunitario es movilizar la acción estatal –mediar entre el territorio y el Estado—, más que valorar y potenciar lo que las personas hacen cotidianamente para sostener su vida individual, familiar y colectiva. Como alternativa, entendemos los entramados comunitarios como una esfera que se reconoce a sí misma y se expresa en su capacidad de reproducir la vida a partir de recursos, estrategias y racionalidades propias, diferentes a las del capital y de la política estatal. Desde dicho reconocimiento, lo comunitario puede interactuar con otras esferas, manteniendo su autonomía relativa y trabajando para reproducir y ampliar su propia trama de relaciones.
A partir de este encuadre, desarrollamos el proyecto “Prácticas comunitarias, políticas locales y gobernanza para la gestión de crisis en ciudades intermedias” (ANID), donde nos preguntamos acerca del rol de lo comunitario en el contexto de crisis socio sanitaria Covid-19 en las ciudades de Chillán, Talca y Rancagua. ¿Con qué nos encontramos?
En primer lugar, constatamos que el eje de todas las experiencias observadas es la reproducción social, material, emocional y simbólica de la vida. Todas contribuyen a sostener vidas concretas, individuales y colectivas: las ollas comunes, las articulaciones vecinales, las prácticas espirituales, de cuidado y los «apañes» feministas. Observamos en estas iniciativas la construcción constante de lazos entre personas que sobrepasan la lógica de la acumulación y que buscan la satisfacción de múltiples y diversas necesidades comunes.
En segundo lugar, si bien lo comunitario interactúa con el Estado y el mercado, no depende de ellos. Su papel es mucho más amplio que ser sola respuesta a las ausencias o falencias estatales y mercantiles, sino, también se generar respuestas propias y nuevas a las necesidades colectivas, distintas a las que el estado y el mercado podrían proveer.
En tercer lugar, los entramados comunitarios construyen un universo de ideas, valores y significados que le dan sentido y coherencia a su ser social, al «nos-otros». Sus vínculos no dependen de obligaciones contractuales o económicas, sino que se sostienen en principios movilizadores, como la democracia, la horizontalidad, el respeto mutuo. Cada entramado brinda mayor énfasis a uno u otro, sin embargo, la solidaridad y el cuidado parecen ser centrales, en coherencia con su función de sostener y reproducir la vida.
En cuarto lugar, los entramados comunitarios son prefigurativos, al intentar representar en el presente la sociedad que buscan, interpelando a los sujetos (y su individualidad) a hacer, a ponerse en juego, a experimentar los valores que movilizan la acción: no se puede participar en una red de trueque sin estar dispuesto a trocar, no se puede ser parte de una experiencia comunitaria de espiritualidad sin estar dispuesto a transformarse, no se puede participar en una olla común sin ser parte de algún eslabón de la cadena que permite la concreción de la olla.
Un quinto punto alude al horizonte político de las iniciativas con énfasis en “el presente” (el aquí y el ahora). Aunque se plantean avanzar hacia una sociedad distinta a la actual, generando una proyección a futuro, más que el punto de destino, el camino recorrido hacia la transformación se reconoce como lo más relevante: la transformación primordial ocurre en el tránsito, en el movimiento, en el ensayo y en el error. Esto es claro, por ejemplo, en las iniciativas de inspiración feminista, donde el horizonte de una sociedad “no-patriarcal” se actualiza cotidianamente: un espacio que se disputa todos los días y a cada momento. Este planteamiento implica una contienda política con otros y otras, pero también una tensión íntima y personal. El énfasis en el proceso puede ser comprendido como una forma de prefiguración: practicar en el presente aquel futuro que lo comunitario desee construir.
Un último apunte debe reservarse para una advertencia. Lejos de una concepción valórica en términos de pureza, los entramados son profundamente humanos y, por tanto, complejos y a veces conflictivos, por ejemplo, cuando deben conjugar intereses individuales y los colectivos o cuando deben generar consensos entre personas con valores distintos. Nuestra intención, por lo tanto, no es ensalzar lo comunitario, sino que mostrar aquello ha sido subvalorado e invisibilizado y que tiene un rol fundamental al permitir dar continuidad a nuestra existencia material, social y simbólica.
En un contexto de crisis multidimensional, producida en gran medida por la aceleración de la contradicción entre capital y vida que el capitalismo neoliberal globalizado ha provocado, la esfera comunitaria aparece como alternativa. No hablamos de reemplazar al mercado o al Estado, sino de destacar los valores y las formas de organización que surgen desde lo comunitario. En el actual proceso constituyente, un paso importante sería dar un lugar relevante a lo comunitario, entendido como las relaciones sociales y formas organizativas que buscan satisfacer necesidades comunes con independencia relativa de la esfera estatal y mercantil.
Los programas gubernamentales de fortalecimiento comunitario y los fondos concursables asumen que es necesario “crear comunidad”, cuando lo que realmente se necesita es generar las condiciones contextuales para que los entramados existentes se desplieguen y entrelacen. Se precisa de “políticas de lo comunitario” tan transversales como deben ser las políticas de género o de interculturalidad. Entendemos estas políticas como aquellas destinadas a reconocer, respetar, facilitar y ampliar los mecanismos comunitarios que permiten la reproducción de la vida. Algunas orientaciones que nos parecen importantes en su diseño son: i) que promuevan una democracia más participativa y descentralizada; ii) que estimulen procesos de creación comunitaria de bienes comunes en diversos ámbitos (político, cultural, económico, artístico, etc.); iii) que aseguren la creación de condiciones urbanas y territorial para una sociabilidad segura y de calidad; y iv) que considera que las personas tengan condiciones sociales y económicas para participar de la vida comunitaria.
El diseño de políticas de lo comunitario tendrá como resultado una esfera comunitaria más autónoma y vital que contribuirá a construir una sociedad más democrática, inclusiva y con mayor bienestar.
[Esta columna fue escrita en colaboración con Francisco Letelier y Verónica Tapia, también académicos de la misma universidad. Todos, parte del proyecto “Prácticas comunitarias, políticas locales y gobernanza para la gestión de la crisis por Covid-19 en ciudades intermedias”, ANID]