VOCES| No era depresión, era neoliberalismo: Un 11 de septiembre con olor a diferencia
Desde octubre rojo vivenciamos la descomposición de esa creencia incubada en dictadura y arraigada en los imaginarios sociales de los 90 respecto al consumo como parte del progreso social. El velo ha caído para una buena parte de la sociedad, que entiende la transición a la democracia como un puente hacía los abusos del presente. Pero como toda transformación cuesta dimensionar el impacto de esta caída, cuajar nuevos caminos y visualizar los pasos a seguir para construir algo distinto.
Para quienes vivenciamos desde la niñez las conmemoraciones del golpe militar y la perdida de familiares, amigos, amigas, compañeros y compañeras durante esos oscuros años; reconocemos la abismal herida que se abre cada septiembre y el campo de batalla de la memoria reciente en nuestro país.
Tardes de duelo
En septiembre, muchas y muchos vivenciamos los peregrinajes a cada centro de tortura, la marcha oficial, la represión incesante, la romería y las bombas lacrimógenas. El Estadio Nacional con un atardecer rojizo primaveral y las velas ardientes iluminando de a poco las calles que recibían a cantores, familiares y poetas. El duelo y el silencio, la rabia y cientos de personas congregadas en cada espacio que dejaban de ser por breves horas, las casas, estadios o veredas de siempre, para transformarse en verdaderos vórtices de memorias colectivas vivas, insistiendo en no claudicar al olvido oficial. Esas tardes de duelo memorial instaban a expresar las vivencias y emociones comunes y colectivas, sobre un trauma histórico vetado por el régimen de memoria del jolgorio neoliberal; que negó y minimizó los hechos, evadió responsabilidades institucionales y apoyó a encubridores. Revictimizando causa de esta violencia estructural, a quienes incesantemente rechazó bajo la sombra de su mirada.
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Nuestro pasado reciente vuelve a latir en octubre rojo, ya que nuestras memorias negadas habitan en las acciones de vivencias colectivas. La rebeldía de octubre evoca las famosas jornadas multitudinarias de los 80. La primera línea en Plaza Dignidad junto a 'El baile de los que sobran', susurran tiempos de acciones audaces y enfrentamientos en poblaciones históricas, junto a rodriguistas que amanecían confrontando a los militares. Antes de partir de este mundo, Luisa Toledo dijo en una entrevista "…de repente viene el estallido social de forma tan fuerte como un grito que se escucha en todas partes. Fue maravilloso, como un resucitar, un volver a creer, un volver a tener a mis hijos presentes. Volver a sentir que todos los sacrificios que uno haga por cambiar esta sociedad son válidos".
Colonialidad y banderas mapuche
Nuestras acciones presentes llenas de pasado evidencian las múltiples contradicciones, disputas y encuentros que de nuestros antiguos, heredamos en nuestras propias vivencias. Las memorias son así un continuo, un caudal de sentido que se ejerce, querámoslos o no, entre el pasado y el presente incesante. Pueden intentar institucionalizarlas, negarlas o erigir fronteras que las contengan, pero ellas siempre logran encarnarse y persistir en su existir. Lo que nos muestran las multitudinarias marchas del 2019 es un sismo de pluralidad, de pueblos y comunidades que se niegan a seguir bajo el régimen del olvido oficial. Un ejemplo fueron las banderas del pueblo nación mapuche o las del feminismo plural durante las manifestaciones y la llegada de esas voces a la Convención Constitucional. Quienes tienen miedo de este ejercicio democrático, padecen la pérdida del control de su hegemónica verdad simbólica identitaria, frente a las plurales que habitan nuestros territorios. Son inusitadas las consecuencias en nuestras presentes y futuras formas de comprender y recomponer nuestros tejidos sociales; desde estos otros afluentes de significado colectivo.
Si la colonialidad es el origen de nuestra historia que sangra quiebre, y que define en gran medida los profundos vínculos de nuestra sociedad; los discursos dictatoriales reprodujeron sus estructuras de violencia –los cuales apuntaban hacia héroes de una identidad nacionalista blanca que exacerbaba emblemas del histórico colonialismo interno del Estado–. Reconocer colectivamente que la matriz colonial sobrevivió transgeneracionalmente, mezclada con el pasado reciente en las formas institucionales de gobernanza, nos permite observar la continuidad de violencias que componen la sociedad neoliberal actual y su Constitución del 80, fundada desde la persecución y desaparición sistemática de personas que rechazaban este proyecto. Esta oportunidad de mirar nuestra historia nos invita a salir de la ceguera oficial a la cual hemos estado sometidos, permitiéndonos abandonar la polarización ficcional de ciertos grupos de poder y con ello, las emociones ancladas en una violencia estructural que muchos queremos desaprender.
En Fragmentos de antropología anarquista, David Graever nos dice que el contrapoder es la "habilidad popular destinada a crear nuevas formas políticas, económicas y sociales". En este 11 de septiembre que huele a flor de diferencia, me permito pensar nuestra realidad colectiva desde nuestro contrapoder que emergió con mucha fuerza constituyente el 2019. Puede que nuestros intentos no sean perfectos, porque somos personas que hemos aprendido en el seno mismo de la sociedad, las cualidades y contradicciones que queremos cambiar. Pero en este transitar queremos construir justicia social, equidad y poner en el centro de nuestras preocupaciones el cuidado a la vida, los materiales con los cuales homenajeamos a aquellos que ya no están. La memoria larga como resistencia nos recuerda que de contradicciones están hechos nuestros huesos, pero la forma en las observemos y desaprendamos colectivamente, será el verdadero salto hacia la esperanza.