Confinamiento, pandemia y salud mental
Para los profesionales que trabajamos en la salud mental, resulta evidente la afectación que se ha generado por la situación de pandemia que vivimos, y las condiciones que se han debido tomar para enfrentarla. Las circunstancias económicas de por sí ya implican una afectación, sin embargo, existen muchas otras causas para esta.
En un primer término, me parece importante comentar cómo este virus del Covid-19 ha desnudado la real vulnerabilidad que tanto como seres humanos y como sociedad tenemos. Muchos vemos esta característica como algo esencial de nuestra especie, y observamos que existe una fuerte tendencia a negar u ocultar nuestra vulnerabilidad. Todos nosotros nacemos en una inmensa precariedad y muy desprovistos, requiriendo de un adecuado cuidado de una función materna para sobrevivir, esto es algo que nos constituye y caracteriza como especie. En este mismo sentido, la incertidumbre a la que hemos estado enfrentados por esta pandemia resulta difícil de manejar. La incertidumbre, podríamos decir, es consustancial a nuestro vivir, pero habitualmente esta es ocultada bajo aparentes certezas que calman la ansiedad que genera lo incierto. Lo claro es que enfrentando esta pandemia hemos estado en un proceso de aprendizaje tanto del virus, como sobre lo que como sociedad debemos hacer.
Por otra parte, el confinamiento mismo nos ha colocado en una situación nueva. Previamente, la preocupación era la distancia que el trabajo generaba con la familia; hoy es la proximidad, y lo que genera el estar en forma constante confinados en nuestra casa. Hemos entendido que la convivencia entre cuatro paredes puede acercar, pero también puede hacer aparecer violencias y hostilidades. La violencia intrafamiliar ha sido un aspecto por considerar como también el número de separaciones conyugales ha sido otro elemento que se ha observado. En este sentido, el confinamiento ha desbalanceado equilibrios que previamente eran sostenidos por instituciones laborales, colegios, etc. Desde este punto de vista, ha sido un periodo de revalorización del contacto presencial, de las instituciones sociales, de lo común, y de la diversidad de roles que cumplimos, que previamente dábamos por dado, pero hoy emergen en un lugar relevante, siendo el lazo social un requerimiento que surge como una necesidad.
Había una cierta idea romántica respecto al retirarse o aislarse para contactarse consigo mismo o conocerse mejor. Sin embargo, hoy podemos ver con claridad que nos conocemos a nosotros mismos en la medida que nos relacionamos y estamos en nuestras actividades, en la interacción de nuestra vida. Lo que requerimos, eso sí, es un observador interno que logre ir comprendiendo y unificando nuestra experiencia y comprendiéndola dentro del irnos dando cuenta de quienes somos.
Estas consideraciones, la incertidumbre de la vida, enfrentada sin defensas (a menos que la neguemos a través de la adjudicación de los hechos a un plan de un enemigo, o a través de una minimización diciendo que se trata de una simple gripe), nos enfrenta a la vulnerabilidad que como especie tenemos, sumado a las consideraciones propias del confinamiento. A esto le debemos agregar nuestro contexto sociopolítico, en el cual existen liderazgos muy desacreditados. En épocas de crisis se requieren liderazgos que sean confiables para reducir la ansiedad, pero hoy en Chile existe mucha desconfianza sobre las medidas que se han ido tomando, que hace que no se respeten. Esto incrementa una sensación de malestar y de temor por lo venidero. En este sentido, se requeriría un liderazgo que aceptara la incertidumbre y lo incierto del momento, pero que a la vez se sintiera en contacto con las ansiedades de la población, y que se sintiera apoyando y entendiendo a las personas, para ir calmando así en algo las angustias señaladas.