¿Queremos un “Día de la Madre”?
Se acerca mayo, con el otoño ya a mitad de camino, encuarentenados y con la incertidumbre que se va haciendo pan de cada día. Se acerca con este mes el famoso Día de la Madre y todos los destellos que lo acompañan. Los retails se preguntan si podrán repuntar en sus ventas, los publicistas de grandes tiendas planifican estrategias, uno que otro colegio pensará en alguna manualidad posible de hacer vía zoom, algún padre cotizará un desayuno delivery o una caja de chocolates para regalarle a la “reina del hogar”.
Y las madres seguimos ahí, el resto de los 364 días del año, simple y complejamente siendo madres. En anonimato, sin podios ni fuegos artificiales, más bien niños, ollas y trapos encima, seguimos con nuestra labor, aquella que a veces no sabemos desde dónde elegimos o si realmente elegimos. Seguimos ejerciendo múltiples roles, agregando nuevas preocupaciones pandémicas, nuevos zoom escolares y de trabajo, ensayando inéditos equilibrios que intuimos precarios, pero sin tregua y reparando las fallas en el camino. Y se va instalando un cansancio que no hay ramo de flores que compense los esfuerzos. Se va colando el hastío, la pena, a veces la rabia también. Porque además hace ya un buen tiempo que las madres no queremos ni hemos pedido ramos de flores. Tampoco queremos bombones ni días en que se nos recuerde lo imprescindibles que podemos ser. No queremos medallas ni que nos vistan de heroínas. Tampoco trofeos brillantes que esconden dentro, cual Caballo de Troya, un peso agobiante cargado de expectativas, ideales, metas, mandatos y estereotipos. No queremos que ese día supuestamente nuestro se nos deje descansar y el resto del clan asuma las labores domésticas como regalo especial. No.
Lo que necesitamos las madres es ser escuchadas y vistas todo el resto del año, que se dediquen análisis, debates y discusiones en torno a nuestro rol en la familia, pero también en la sociedad, que se priorice visibilizar y se investigue qué factores socioculturales están afectando nuestro bienestar y limitando nuestra salud. No queremos un discurso que emule una oda a la importancia de la pseudo sagrada figura maternal, porque lo que realmente hemos visto es que en muchos aspectos no importamos más que para sostener un sistema de productividad y mercado en el cual no se consideran nuestras necesidades, mucho menos nuestros deseos. Cual proletariado, hoy las madres somos las que contribuimos con esa prole para que el imperio capitalista siga creciendo. Las madres ya no queremos seguir siendo las obreras impagas de la reproductividad que trabaja por todos y los alimenta a todos. Y no es sólo lo que las madres queremos, sino lo que necesitamos y por qué.
Escondido entre las vitrinas y rosas del Día de la Madre asoma la primera semana de mayo una voz cada vez más colectiva que comienza a tomar conciencia y fuerza. Es una iniciativa internacional que busca instaurar el Día Mundial de la Salud Mental Materna, que se conmemora cada vez en más lugares. Lo acompaña un lema: “La salud mental materna importa”, e invita a invertir en ella, a involucrarse. ¿Nos importa en Chile la salud mental de las madres? Ya por el hecho de ser mujeres, presentamos tasas de trastornos anímicos del doble o triple que los hombres. Vamos viendo que es un tema de género más que de sexo. Sabemos que la etapa que rodea al nacimiento (concepción, gestación, parto y puerperio) es una ventana de vulnerabilidad mayor para nuestra salud mental, en que más allá de la biología y las hormonas, todos los determinantes sociales de salud agudizan su impacto deletéreo en la calidad de vida de las mujeres. Y va siendo hora de mirar esto con más detención y reflexionar. No puede ser que la única vía sea encontrar hora con una psiquiatra, que por lo demás estamos copadas por la alta demanda y por nuestras propias tareas. Necesitamos relevar la salud mental de quienes están criando hoy a los futuros adultos desde un enfoque preventivo y de promoción de bienestar.
Las madres no podemos ser importantes sólo por lo que damos y representamos. No somos filántropas por la vida a quienes erigir monumentos o estatuas. Porque el amor a nuestros hijos e hijas es un tremendo motor, pero no puede sostenerlo todo, como en cualquier relación. Porque la entrega por amor es una de las trampas más bien puestas por el sistema, que santifica todas las renuncias y establece ideales que no consideran subjetividades ni contextos sociales. Porque la abnegación resta identidad, oprime autonomías, sustrae libertades y reduce potencialidades. Porque la maternidad, así como puede ser fuente de ilusión y felicidad, puede ser fuente de desgaste y frustraciones. Porque es complejo ejercer de madre en aislamiento y desprotección. Porque maternar desde el sacrificio constante es fuente de enfermedad. Porque la buena madre no existe; sólo la que hace su mayor esfuerzo en un contexto que facilita o dificulta sus movimientos, en un entorno que colabora o en uno que hace zancadillas.
La salud mental de las madres importa y debe importarnos a todos. Porque de 10 mujeres, dos de ellas sufrirán algún trastorno de salud mental durante su embarazo o primer año posparto y la gran mayoría de estos cuadros no serán buscados, detectados y mucho menos bien tratados. Esto no implica sólo que aquellas mujeres lo pasen mal siendo madres, sino que tiene un profundo impacto en todas las áreas de su vida, en el vínculo con sus bebés y en el desarrollo integral de éste a futuro. Las consecuencias de las alteraciones de la salud mental materna son múltiples y a largo plazo, influyendo en sus propios sistemas, pero también sentando las bases de las trayectorias de salud o enfermedad de sus hijos.
Muchas son mujeres sin red de apoyo, con dificultades y barreras para acceder a un sistema de salud y cuidados, con brechas y discriminaciones en lo laboral, con múltiples exigencias en otros planos. Muchas pueden vivir con más personas, pero estar profundamente solas. Muchas tienen incluso comodidades económicas, pero un hondo vacío en lo vincular. La gran mayoría no necesita de un día donde se les condecore, sino una sociedad que las valore y cuide permanentemente. Por eso, este año no nos quedemos en el obsequio de turno. Impliquémonos todos y todas, madres y no madres, hombres y mujeres, individuos y colectividades. Preguntémonos qué podemos mejorar para que el maternaje se vivencie de mejor y más saludable modo. Invirtamos en la maternidad como fuente de salud y desarrollo, en maternidades deseadas y no obligadas, en maternidades cuidadas y no violentadas, en maternidades respetadas y no enjuiciadas, en maternidades valoradas todo el año, en vivencias de parto acompañadas que sean semilla de buenos tratos, en experiencias que empoderen en vez de vulnerabilizar. Este año ampliemos la mirada a todo el resto del año y de nuestra casa y compartamos los cuidados entre todos y hacia todos. Sólo así el Día de la Madre podrá ser efectivamente un símbolo de algo real y no un pretexto para encubrir el resto de los 364 no días de las madres.