El nacimiento de Gabriela Mistral
¿Qué salieron a ver, si no? ¿Un hombre elegantemente vestido? ¡No! Los que visten con elegancia están en los palacios de los reyes [Mateo 11,8]
En el Poema de Chile Gabriela Mistral no se detiene en Santiago de Chile. No vale la pena, no tiene mayor sentido. En la década de 1940 se lo dice con todas sus letras a Eduardo Frei: “Pasó mi tiempo, Edo. Frei, y yo no tengo nada grato ni aquiescente que decir a los santiaguinos. Ir allá a decirles mi verdad 100% sería sólo hacer un escándalo. Yo no hablo su lengua. Parece que nunca la hablé, por otra parte. Pero sólo ahora veo eso en claro. Cuando se ha llegado a este punto de decencia, mejor es callarse y poner las ideas en el cuadernito que llevo” (Carta a Eduardo Frei, ¿1943?). Hay un misterio precioso en estas palabras. Gabriela no quiere saber de un mundo que no participa en absoluto de sus ideas, de sus valores, de sus sueños. ¿Para qué perder el tiempo? En 1944 le dice a Jaime Eyzaguirre: “Oiga usted esto. Estoy escribiendo sobre plantas y animales de Chile. Porque hablar o escribir de otras cosas da espanto. El espectáculo, así político como social y económico, va en un derrumbe trágico. Sólo la provincia la creo vivible” (Carta a Jaime Eyzaguirre, 3 de octubre de 1944). En la década de 1940 aparecen en la ciudad de Santiago grupos conservadores seguidores de la dictadura de Franco. Le sigue diciendo a Eyzaguirre: “El grupo hispanizante de Santiago ha formado una especie de sociedad juramentada y de orden político. ¡Qué horror! Si Franco no cae, la llaga se irá ensanchando”. Son los partidarios de una derecha católica que combina la religión cristiana con la propaganda fascista. ¡Cómo se iría ensanchando la llaga!
Hoy 7 de abril es el natalicio de Gabriela Mistral en el fulgurante y misterioso Valle de Elqui. La verdad es que ella, habitada para siempre en ese mundo rural, jamás quiso a Santiago, lugar de los ricos, de la elegancia, donde la excelsitud del arte sólo podía ser patrimonio de los millonarios. Desde Los Andes le escribe a su amigo Eugenio Labarca: “No da Santiago para una publicación de índole netamente artística. Sólo un poeta millonario, un Prado o un García Huidobro, puede, heroicamente, salir airoso con una empresa así”. En otra misiva a Labarca, en 1915, le dice: “Vea usted lo que jamás me daría Santiago. Para vivir dichosamente, yo necesito cielo y árboles, mucho cielo y muchos árboles. ¡Sólo los ricos tienen en ésa estas cosas! Algo más me robaría Santiago: la paz; sería imposible aislarse del todo allí y… cómo envenena la vida la mala gente, léase literatos”.
Santiago, pues, lugar del privilegio de los menos, y de las castas letradas e inhumanas. En la década de 1940 nacieron en aquella ciudad del exclusivismo inhumano los hijos de ese mundo que Gabriela Mistral desechó. Pensamos en el actual Presidente de la República, nacido en 1949. Por nombrar a un político y empresario que hoy marca a fuego nuestro destino. ¿Qué pensaría entonces y ahora Gabriela de aquel niño privilegiado? ¿Ella, que privilegiaba en su corazón el cuerpo y el alma indígenas? Como dice en una carta: “Nunca se ha dicho lo bellas que son las manos indias. Porque el alma lo es; vale por varias de las que encarnan en los cuerpotes blancos” (Carta a Augusto Arias, mayo de 1937). Gabriela manifiesta su enamorada preferencia por el esplendor de lo rural, lo indígena, los pueblos apartados. Allí resplandece la excitación espiritual. “Las ciudades criollas dan muy poca excitación espiritual; son bastante sordas, no acicatean las potencias. Haz como yo hice en mis 32 años de provincia: sácalo todo de tus entrañas” (Carta a Teresa Llona, enero de 1939).
Celebremos hoy a Gabriela Mistral nacida en la montaña, el domingo 7 de abril de 1889. Con la luna en cuarto creciente. Hija de Jerónimo Godoy y Petronila Alcayaga, de donde aprendió a amar la vida indígena. “Mi indigenismo arranca sus raíces fieles de mi porción de sangre indígena norteña” (Petrópolis, 1942). Ella sabe que cuando en Elqui nace una creatura se desata una alegría preciosa, sacada entera de las entrañas, imposible de imitar en las ciudades mezquinas:
Elquinada novedosa,
resonando de metal;
que se sienten en redondo
como en era de trillar.
Que la miren embobados,
-ojos vienen y ojos van-
y le pongan en hileras
pasas, queso, uvate, sal
[Gabriela Mistral, Arrorró elquino]