VOCES| La consolidación del capitalismo en el ámbito de los libros y el rol de las editoriales
Este año se cumplen 50 años desde que apareciera Quimantú, la editorial estatal del Gobierno socialista de Salvador Allende. Detrás de Quimantú había no solo la idea de una editorial estatal, sino también de una política pública respecto del rol del libro en la construcción de la sociedad, la que intentaba afectar desigualdades estructurales. Sabemos también que, con la entrada de la Dictadura, la edición se perpetúa como otro negocio más, se evidencia la entrada de grandes grupos económicos y la concentración editorial.
A 50 años de Quimantú
Hoy se está construyendo la nueva política nacional del libro y la lectura, política administrativa para el fomento y la consolidación del capitalismo en el ámbito de los libros. El sector editorial puede tomar las riendas de la nueva política del libro y la lectura, y trabajar para afectar las desigualdades estructurales o mantener la lógica mercantil que tanto le conviene al capital y a la visión económica del gobierno policial de Sebastián Piñera. Yo apuesto por lo primero y en una serie de columnas pretendo vislumbrar posibles acciones y perspectivas ideológicas sobre el rol del libro y de la lectura en la construcción de la sociedad que no respondan a lo particular, como sucede hoy en día, sino a lo general, a las desigualdades estructurales, que son varias.
La política nacional del libro y la lectura ha promovido la lógica capitalista, la competencia en el desarrollo del libro como un rubro productivo del cual solo podemos esperar medir en números azules. Lo peor es que las desigualdades estructurales siguen ahí, desde los años setenta hasta hoy en día, a vista y paciencia del Estado y de los actores involucrados. Así, la fondarización, y su implícita competencia por la adjudicación de proyectos individuales, ha llevado al statu quo del desierto de lectores y de la perpetuación de la falta de librerías y ferias en diversos territorios, y es solo la punta del iceberg.
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Quisiera detenerme en este punto: las ferias del libro. Primero, se sabe que no existe una coordinación nacional que promueva la existencia de un sistema nacional de ferias del libro. Cada una de ellas es producto del trabajo de organizaciones, sean privadas, sean municipales, y de personas naturales que se esfuerzan y logran darles continuidad. Solo me queda agradecer y valorar el trabajo de todos ellos; trabajo que da cuenta del abandono real de la política nacional del libro y la lectura. Gladys González, en Valparaíso, la organización de la Furia del Libro y Editores de Chile, en Santiago, saben muy bien de esta realidad y podrían correr el velo mucho más de lo que yo podría hacer, hasta hacernos llorar de rabia.
Además, es desmotivante pensar que fuera de Santiago la organización de ferias del libro se reduce al verano. Como si lo que importase, primero, fuera la masa lectora y compradora que proviene de Santiago y, segundo, se reduce el papel del libro a un objeto no esencial y vinculado con el entretenimiento que necesita la pausa de todo trabajador en vacaciones.
Así, los lectores en regiones solo existen en cuanto sus localidades son lugares de turismo. Y si no lo son, pues allá ellos con su insignificancia comercial y turística. Tristísimo, ¿no? Estos síntomas demuestran el papel de las ferias del libro en la construcción de la sociedad, amparada por la política nacional del libro que acabó.
Hoy es necesario repensar ideológicamente estas visiones reduccionistas y maliciosas
Repensar no desde la lógica de gestión administrativa que suele justamente reducirlo todo. Se necesita entender que la situación de las ferias de libro es parte importante de las desigualdades estructurales que afectan al libro y a los lectores, y que intentar modificarlas con concursos públicos no ayuda en nada, solo hace competir a quienes deberían estar vinculándose colaborativamente para promover un sistema nacional de ferias del libro. Es mi sueño como editor. Y frente a esta realidad tan charcha, los sueños son un refugio por los que vale la pena disputar.
Por ello, repito, abogo por un sistema nacional de ferias del libro, con ciertas condiciones y exigencias mínimas: primero, que se valore e incorpore el trabajo avanzado de los actores que en Santiago y en regiones están haciendo la pega. Como se puede imaginar un sistema nacional de ferias del libro si se prescinde justamente, por poder, por cuotas políticas imbéciles, de las personas a las que sí les importa el libro como objeto esencial en la construcción de la sociedad, tal como lo pensaban Salvador Allende y Quimantú. Por ello, la cooperación y el respeto por la autonomía pueden crear ferias del libro que respondan a las realidades locales, en cuanto a actividades, por ejemplo, y no al bolsillo editorial de unos pocos.
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Segundo, la participación expositora de todas las editoriales y microeditoriales habidas y por haber, sin condiciones económicas previas de inscripción, sean editoriales de grandes grupos económicos, (micro)editoriales independientes, cartoneras, anarquistas, de libro-objeto, de literatura infantil y juvenil, (micro)editoriales legales o ilegales. No podemos comprender ni construir un sistema nacional en el cual se excluya la participación de catálogos por su tamaño, por su perspectiva ideológica, ni por su inscripción en el Servicio de Impuestos Internos. La bibliodiversidad no sabe de estas pequeñeces, y es mucho más importante que el negocio particular de cada editorial, porque si falta un catálogo, por ética, no debería ir nadie.
Tercero, es fundamental que la participación no puede estar condicionada por el nivel adquisitivo, lo que asegura una presencia mayor en la exhibición de los libros. Este fenómeno es propio de FILSA, donde las editoriales de grandes grupos económicos compran el espacio máximo que pueden comprar, espacios a los que una (micro)editorial independiente. Por tanto, el espacio asignado igualitario permite que todos los catálogos tengan la misma importancia, la misma magnitud, lo que iguala la cancha; sobre todo, para una población tan acostumbrada al espectáculo y a la pompa visual. Finalmente, los y las lectoras chilenas se merecen un sistema nacional de ferias del libro que valore la producción editorial, que acerque los libros y a los y las lectoras, y que su norte sea afectar la desigualdad estructural evidente a estas alturas, incluso hasta para quienes no quieren ver.