De incendios y violencia en el Sur de Chile: a propósito de la memoria histórica
El asesinato de Francisco Martínez Romero, malabarista y artesano, así como la posterior quema de la Municipalidad de Panguipulli, han conmovido profundamente a todo nuestro país. En los noticieros, los periodistas, muy afectados, catalogaron este último hecho como un “atentado contra la memoria histórica del lugar”. De la misma manera, catalogaron la labor los funcionarios municipales que al día siguiente fueron al municipio a rescatar algunos documentos, como “un intento de conservar la memoria histórica del lugar”. Ante estos hechos, cabe preguntarse: ¿en qué consiste la memoria histórica de Panguipulli? y ¿cómo podemos preservarla?
Si hacemos una más que somera revisión de la historia natural y social del Sur de Chile, esta comenzaría así: A la llegada de los españoles, al sur del río Biobío existía una amplia superficie boscosa que coexistía con espacios dedicados a la agricultura, donde, según el cronista Jerónimo de Vivar (1558),
Dase mucho trigo y cebada, y los naturales tienen maíz y frisoles y papas y una hierba a manera de avena que es buen mantenimiento para ellos. Son muy grandes labradores y cultivan muy bien la tierra.
Sin embargo, dos siglos después este panorama cambió radicalmente. Primero, la penetración del ejército chileno en territorio mapuche “exigió la quema de bosques para permitir su avance”. Junto con esto, el incendio de ruka y sementeras, el robo de animales y el asesinato de familias completas generó, en palabras de José Bengoa (1996), “una de las páginas más negras de la historia de Chile”. Como prueba de esta barbarie, citamos un extracto de un Parte de Guerra de enviado por las tropas de Cornelio Saavedra al ministro del Gobierno Francisco Echaurren, el 23 de marzo de 1869:
Se han incendiado como 500 casas y una gran cantidad de sementeras de trigo y chácaras pertenecientes a las tribus enemigas. Este escarmiento parece que ha producido un buen efecto entre los indios que no han tomado parte en la guerra; y por eso se han presentado sumisos y obedientes.
Posteriormente, el proceso de colonización de las tierras usurpadas, el cual adquirió un carácter mayoritariamente agrario, determinó que “una parte importante del bosque primitivo se sacrificara para fundar poblados y emprender otras actividades económicas” (Cruz et al., 1983). Los grandes campos de tierras cultivables, obtenidos a partir de la destrucción del bosque nativo, originó que, fruto de la incorporación de la Araucanía, la producción de trigo creciera de 70.000 a 897.000 quintales métricos entre 1870 y 1885 (Correa y Mella, 2009). Por esta razón, Benjamín Vicuña Mackenna denunció, en 1870, que se estaba
incendiando Chile a nombre de la agricultura se está decretando el desierto del sur a nombre del trigo, así como se decretó y consumó el desierto del norte a nombre del cobre (Benjamín Vicuña Mackenna, El Ferrocarril, 5 de diciembre de 1870).
A pesar de las críticas de Vicuña Mackenna y de otros, plasmadas principalmente en el diario El Ferrocarril, las quemas y la barbarie continuaron. La relación que el periodista Aurelio Díaz Meza hizo del Parlamento de Coz Coz, realizado en 18 de enero de 1907 en la zona de Panguipulli, es una prueba fehaciente de aquello. El citado periodista, comentando el viaje que realizó junto al sacerdote Sigifredo de Frauenhäusl y Oluf V. Erlandsen desde Valdivia a Panguipulli para asistir al parlamento, señala: “Grandes montañas se divisan a lo lejos, medio envueltas en densa y pareja nube de humo: son los roces y quemas que se hacen para limpiar y preparar el terreno para sembrados”. De la misma forma, describiendo la Misión capuchina de Panguipulli, señala que esta:
(…) está situada en una preciosa altura que domina gran parte del lago Panguipulli. La vista es espléndida; cuatro volcanes destacan sus nevadas cumbres en el horizonte, siendo el más hermoso de todos el Villarrica. En los días en que estuvimos en Panguipulli, no pudimos gozar de ese espectáculo, porque la atmósfera estaba completamente cubierta de humo. Las quemas de roces y el consiguiente incendio de bosques arrojaban en gran cantidad el humo espeso que tapaba por completo el horizonte e impedía ver con claridad a dos cuadras de distancia.
Por otro lado, esta misma relación está llena de referencias a quemas de ruka por parte de colonos que quedaban en la más absoluta impunidad. Así, por ejemplo, Manuel Curipán Treulén, cacique de Coz Coz, denuncia que:
Aquí́ en Coz-Coz Joaquín Mera le ha quitado la tierra a tres indias hijas de la Nieves Aiñamco, después que la mató. El juez lo soltó́ después que lo tuvo preso; entonces Mera vino a quemarle la casa a la Antonia Vera, hija de la Nieves. El gobierno no hace justicia a los indios, porque los indios son pobres y así́ dice Joaquín Mera que él hace lo que quiere porque tiene plata.
El mismo año, 1907, el padre Sigifredo, en una carta dirigida a Aurelio Díaz Meza, señala que:
Cuando Joaquín Mera, ahora a 16 años, compró a su hermano en Manquedehue, principió luego a deslindarse con los indios, quitando a todos sus vecinos por la fuerza bruta, lo que quería incorporar a su dominio. Así́ procedió́ con los indios en Huitag, Trailafquén, Pinco, Coz-Coz, Pelehue, Quilche. En todas partes puede usted divisar techos de rucas quemadas por Joaquín Mera, formando hoy día el fundo inmenso que hoy día posee.
Sin embargo, a pesar de estas y otras violencias, la memoria de los mapuche no logró ser quemada. Ella nos permite ahora, por ejemplo, poder hablar de la etimología del nombre Panguipulli (‘tierra de pumas hembras’). Y es que el mapuzugun distingue cinco tipos de puma: xapial (‘puma adulto’), pagi (‘puma hembra’), nawel (‘puma joven’), pagkvl (‘cachorro de puma’) y kuce pagkvl (‘puma vieja’). En Panguipulli viven muchas familias mapuche provenientes del linaje de la pagi; por eso los antiguos nombres, hoy apellidos de la zona, tienen en su conformación la palabra pan (apócope de pagi), como Millapan (‘puma hembra dorada, amarilla’), Ayllapan (‘nueve pumas hembras’), Curipan (‘puma hembra negra’) y Caripan (‘puma hembra no madura’).
Esta breve revisión de la historia del Sur de Chile ha puesto en evidencia que el fuego y las quemas, más que un atentado a la memoria histórica, son elementos fundacionales de la historia de los territorios. Por tanto, preservar la memoria histórica es no olvidar el bosque nativo quemado para conseguir suelos cultivables; las ruka quemadas por soldados y colonos para construir sobre sus cenizas ciudades y latifundios; el cobarde asesinato de Francisco Martínez y la posterior quema de la Municipalidad de Panguipulli; los igual de cobardes asesinatos de Macarena Valdés, Camilo Catrillanca, Matías Catrileo y de tantos otros que han teñido de rojo las entrañas del Sur de Chile. Debemos mantener siempre presente esta memoria como un recordatorio de lo urgente que es reconstruir nuestra sociedad para que el fuego no vuelva a arrasarnos, a nosotros, a los otros, ni a la naturaleza.
[Escribimos este texto al cumplirse 480 años de la fundación de la ciudad de Santiago (12 de febrero de 1541), ciudad que, nueve meses después de su fundación, ardió a manos del toqui Michimalonco y también a días de conmemorarse un aniversario más de Temuco (24 de febrero de 1881), que por cierto se instaló sobre quemas de ruka, sementeras y muertes de mapuche.]