Gabriela Mistral y el Chile reciente (a 75 años del Premio Nobel)
A la luz de este momento revisionista, se vuelve significativo analizar algunas de las lecturas sobre la figura y obra de Gabriela Mistral profesora, escritora e intelectual chilena (1889-1957), reflexionando también sobre algunas nuevas posibilidades de lectura que emergen en el Chile reciente.
Desde joven, Gabriela Mistral escribió en diarios regionales sobre temáticas consideradas “diferentes” para una mujer, provinciana y pobre, sobre todo en una sociedad y en una época marcadas por las exclusiones socioeconómicas y de género, entre otras. Según ella misma, fueron esas intervenciones las que se tradujeron en exclusiones que dificultaron su postulación a la Escuela Normal para formarse como profesora, contribuyendo a que desarrollase una relación distante y compleja con la educación formal, desenvolviendo tácticas para continuar educándose, principalmente fuera de la escuela, en experiencias de educación no-formal e informal, lo que nos permitiría problematizar muchas de las concepciones sobre educación en nuestro país.
Mistral recibió el Premio Nobel en 1945, mientras se desempeñaba como cónsul de Chile en Brasil, siendo la primera persona de América del Sur en ser homenajeada. A partir de entonces, su prestigio como escritora aumentó y se tradujo, por ejemplo, en la demanda de intelectuales y artistas por defender su derecho al Premio Nacional de Literatura en Chile, lo que se concretó ¡seis años después! de la entrega del Premio Nobel.
A pesar de su reconocimiento internacional, en Chile, las lecturas tradicionales sobre Gabriela Mistral se han centrado en la construcción de imágenes que desconocen su producción en prosa, especialmente aquella relacionada con materias políticas, sociales y culturales. Al mismo tiempo, invisibilizan su trabajo como profesora e intelectual preocupada con las mujeres, la infancia, los campesinos, los obreros; con los sujetos excluidos de las modernidades latinoamericanas.
Esas lecturas construidas por la memoria oficial, y que circularon de forma hegemónica en el imaginario de los chilenos (as) hasta hace muy poco tiempo, buscaron apagar sus complejidades, intensidades, contradicciones y movimientos. Mistral fue presentada y enseñada, también por la escuela chilena, como “profesora-madre”, “ingenua”, “sumisa”, “inofensiva” y “despolitizada”.
La operación de transformación de la apariencia de Mistral en Chile, o de cosmetología –como la denominó Volodia Teitelboim (1996)– cobró más intensidad durante la dictadura liderada por Augusto Pinochet e incluyó bautizar con su nombre a la empresa editora estatal (creada en la Unidad Popular con el nombre de Quimantú); el uso de su imagen para ilustrar el billete de $ 5.000 pesos chilenos; y la retirada del nombre “Gabriela Mistral” del edificio construido por el presidente Salvador Allende y que se convertiría en la sede del gobierno dictatorial bajo el nombre de “Diego Portales”, “padre” de la denominada “República Autoritaria” en Chile a inicios del siglo XIX. Así, el nombre, las imágenes y las representaciones de Mistral fueron encapsuladas y “glorificadas” por la dictadura, decretando “formas de lectura”.
En esta trayectoria histórica, resulta significativo destacar que, desde hace algunos años, en contextos de movilización social, y especialmente durante la revuelta social chilena del año pasado, podemos reconocer numerosas lecturas subversivas y descolonizadoras sobre la figura y obra de Gabriela Mistral, que nos aproximan a una Mistral compleja, diversa y plural, muy diferente a la de las lecturas tradicionales.
Por estos días, la lectura de Mistral “sumisa”, construida por la dictadura, es puesta en tensión y deconstruida, al igual que toda la herencia económica, cultural y simbólica de esa época. Recuerdo esos carteles que en la revuelta social del año pasado señalaban “No son 30 pesos, son 30 años”, o “Eliminaron el ramo de historia, así es que tuvimos que escribir la historia de nuevo”, y reconozco estas relecturas sobre la figura y obra de Gabriela Mistral como una revisión de la memoria que finalmente conduce a la reflexión sobre la política y la identidad nacional.
Reconocer las “batallas” que Mistral tuvo que librar en vida en Chile, entre otras cosas, por el cuestionamiento por su formación autodidacta y su falta de título de profesora, por la “calidad” de su trabajo literario (incluso después de recibir el Nobel) y por su aporte pedagógico (invisibilizado por las lecturas fragmentadas y despolitizadas de la dictadura), nos desafía también a reconocer sus experiencias y mensajes educativos.
En momentos en que Chile deconstruye la herencia dictatorial de Pinochet, Gabriela Mistral se transforma en una metáfora de ese ejercicio, que emerge con fuerza quebrando los moldes en que se la había enyesado, y provocando y afectando nuevas lecturas identitarias de sujetos, colectivos (as) y movimientos sociales, que reconocen en ella posibilidades para pensarse y pensar un Chile diferente; más libre, más rizómatico y más democrático. Como ella.
Espero que, a 75 años de que, un 10 de diciembre, el Premio Nobel le fuera otorgado a Gabriela Mistral, en este nuevo Chile continuemos desarrollando nuestras sensibilidades y reconociendo las diferencias y las demandas por dignidad, ejercitando esa búsqueda por ser cada vez “menos cóndor y más huemul”. Porque, como decía ella misma, “la humanidad es todavía algo que hay que humanizar”.