Recuperar las poblaciones de ballenas sería clave en la lucha contra el cambio climático
Este reportaje original del medio de noticias ambientales Mongabay Latam fue escrito por Michelle Carrere y es parte de una alianza de Mongabay Latam con Bienes Comunes de El Desconcierto.
La ciencia ya ha demostrado la urgencia de reducir las emanaciones de dióxido de carbono (CO 2 ) a la atmósfera. Si no disminuimos en un 20 % las emisiones de gases de efecto invernadero al 2030 y no las suprimimos al 2050, la temperatura del planeta se elevará por sobre los 1,5° C respecto al período preindustrial generando impactos en cadena sobre los ecosistemas y nuestra forma de vida.
En esa carrera por detener la crisis ambiental del planeta, la conservación de las ballenas juega un rol clave.
Un reciente estudio, publicado en la revista Science Advance, señala que las pesquerías han liberado a la atmósfera al menos 730 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) desde 1950, lo que equivale a las emisiones de 188 centrales eléctricas de carbón en un año, contribuyendo así de manera notable al calentamiento global del planeta y al cambio climático.
“A diferencia de la mayoría de los organismos terrestres, que liberan su carbono a la atmósfera después de la muerte, los cadáveres de grandes peces marinos se hunden y capturan carbono en las profundidades del océano”, dice el estudio. Es lo que se conoce como “carbono azul”.
Foto: patagoniaphotosafaris
El problema es que gran parte de ese carbono azul, en lugar de estar en el fondo del mar, ha sido liberado a la atmósfera durante décadas producto de la captura desmedida de grandes cantidades de peces, entre ellos las ballenas.
Entre los animales marinos que más carbono almacenan están estos cetáceos. Cuando las ballenas mueren de manera natural, “sus cuerpos, que son gigantes y que han capturado carbono durante su vida, caen al fondo manteniendo en el suelo marino el C02”, explica Elsa Cabrera, Directora Ejecutiva del Centro de Conservación Cetácea en Chile. Un informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) precisa que “cada gran ballena secuestra 33 toneladas de CO 2 en promedio”, y es por esa importante función que estos animales son “un aliado potentísimo en el combate a la crisis climática”, dice Cabrera, quien es también observadora acreditada en las reuniones de la Comisión Ballenera Internacional.
Se reduce la caza, pero no desaparece
Según la investigación científica, el 43,5 % del carbono azul extraído por las pesquerías proviene de aquellas que son subsidiadas por los gobiernos de diferentes países.
Los subsidios pesqueros son, según científicos y conservacionistas, uno de los principales problemas vinculados a la sobreexplotación de recursos marinos. Por lo mismo, “es muy importante llegar a un acuerdo para terminar con ellos”, dijo a Mongabay Latam el director para América Latina del programa Pristine Seas de National Geographic, Alex Muñoz.
Este último estudio entrega más razones para acabar con los subsidios a la pesca en altamar, pues al hacerlo se limitaría las pesquerías que se realizan en áreas no rentables y con ello se reducirían las emisiones de CO2, asegura la investigación.
“En este sentido —dice Cabrera— Japón tiene un récord negrísimo en el tema de las ballenas, porque con el número que ha ayudado a capturar a través de subsidios estatales es responsable de una gran pérdida de estos animales en el océano que son aliados clave”.
Los barcos inflables de Greenpeace intentan obstaculizar el traslado de una ballena minke muerta desde el barco de la flota ballenera japonesa Kyo Maru No.1 al barco factoría Nisshin Maru. Foto: Greenpeace
El 29 de junio de 2019, Japón se retiró de la Comisión Ballenera Internacional (CBI) para poder reanudar la caza comercial de ballenas dentro de su territorio marítimo, cosa que hizo a partir del 1 de julio de ese mismo año. Para 2020, la cuota anual de ballenas que puede capturar, únicamente dentro del mar japonés, es de 120 en el caso de la ballena Minke (Balaenoptera acutorostrata), 150 para la Bryde (Balaenoptera brydei) y 25 para la Sei (Balaenoptera borealis), según datos entregados por Luis Pastene, Jefe de Ciencias del Instituto de Investigación de Cetáceos de Tokio, Japón.
Antes de eso, y mientras fue parte de la CBI, el país nipón realizó una controvertida caza de ballenas con fines científicos a través de dos programas distintos: uno en el océano Antártico que involucró la captura de ballenas Minke y otro en el Pacífico Norte con ballenas Minke, de Bryde y Sei.
Aunque Japón argumenta que el objetivo de esas investigaciones fue colectar la información necesaria para que la futura caza comercial tuviera bases científicas, quienes critican el actuar del país asiático, en cambio, aseguran que esas capturas nunca tuvieron realmente objetivos científicos. “Esto nunca fue un tema de ciencia”, dice Cabrera y asegura que así quedó demostrado en 2014 cuando la Corte Internacional de Justicia falló en contra de Japón en una demanda interpuesta por Australia y Nueva Zelanda.
Ballena azul. Foto: Centro de Conservación Cetacea.
“Los permisos especiales otorgados por Japón para la matanza, captura y tratamiento de ballenas en relación con el JARPA II (el programa Antártico) no eran para fines de investigación científica”, dice el fallo de la Corte.
Además de Japón, Noruega e Islandia son los otros dos países que actualmente cazan ballenas con fines comerciales. Sin embargo, algunos científicos aseguran que la ballenería tiene sus días contados ya que según señaló el diario The New York Times en julio del año pasado, “el gobierno japonés espera reducir en tres años los subsidios anuales de 46 millones de dólares que le otorga a los cazadores de ballena”, y sin subsidios esta actividad sería económicamente inviable.
Más ballenas contra el cambio climático
Además del CO2 que capturan las ballenas y que secuestran en sus cuerpos al morir, estos animales fertilizan el océano con sus fecas y su orina produciendo mayores florecimientos de fitoplancton. Este último, no solo produce al menos el 50 % del oxígeno en la atmósfera sino que también absorbe enormes cantidades de CO2. “Alrededor de 37 mil millones de toneladas métricas, un estimado del 40 por ciento de todo el CO2 producido”, precisa el informe del FMI, lo que equivale a la cantidad de CO2 capturada por 1,70 billones de árboles, es decir, el valor de cuatro bosques amazónicos, señala el documento.
Lamentablemente, décadas de caza industrializada de ballenas redujeron las poblaciones de estos animales y los biólogos estiman que son menores a una cuarta parte de lo que alguna vez fueron. Ahora, dice el biólogo marino Rodrigo Hucke-Gaete, profesor de la Universidad Austral de Chile y presidente del Centro Ballena Azul, “nos estamos dando cuenta que tal vez los océanos eran más productivos debido a que había muchas ballenas”, por lo que “hay que dejarlas recuperarse para ver si ellas son capaces, en su impresionante rol que tienen a nivel global, a que vuelvan los mares a ser lo que fueron en su momento”, dice.
Una ballena jorobada madre y cría cerca de la superficie. Foto: montereydiver en Best Running / CC BY 2.0.
El FMI asegura que si se permitiera que las ballenas regresaran a su número anterior, es decir, de 4 a 5 millones, “podría aumentar significativamente la cantidad de fitoplancton en los océanos”. Incluso si el aumento fuera del 1 por ciento ello permitiría que se capturen cientos de millones de toneladas de CO 2 adicional al año, dice el informe, “equivalente a la aparición repentina de 2 mil millones de árboles maduros”, agrega.
Es por ello que apoyar los esfuerzos internacionales para restaurar las poblaciones de ballenas podría conducir a un gran avance en la lucha contra el cambio climático.
Para Hucke-Gaete y Cabrera, mantener la caza de ballenas no tiene sentido cuando ya la ciencia ha mostrado el rol que tienen estos animales en el océano y los servicios ecosistémicos que prestan. “Estamos en una enorme crisis ambiental de la cual no sabemos si vamos a salir como civilización”, dice la experta, por lo que “no deberíamos tener ballenería en el siglo XXI”, concluye Hucke-Gaete.
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