“Vuelvan a ser los chilenitos que eran”: identidad nacional y extranjeridad en el debate constitucional
La franja televisiva del plebiscito por una nueva Constitución comenzó a ser emitida desde el 25 de septiembre, debutando en un clima de tensión política, en que diversas visiones respecto al tipo de sistema democrático que rige al país se enfrentaron y buscaron convencer a los electores, a través de imágenes y metáforas, respecto a cuál era la mejor alternativa para decidir el futuro de Chile.
Aunque la mayoría de las piezas estuvieron marcadas por la contingencia, abarcando hitos como la pandemia y el estallido social, es posible identificar en algunos de sus discursos elementos más profundos de nuestra historia, en que las metáforas y narrativas que se pusieron en escena ofrecen un marco para una reflexión sociohistórica en torno al racismo y la identidad nacional. En ese contexto, destaca la forma en que la opción del Rechazo incluyó a migrantes y extranjeros en su franja, ya fuera para establecer un paralelo entre la situación política de otros países y las recientes movilizaciones chilenas, o bien para reforzar la imagen de Chile como un país que se caracteriza por su superioridad en el contexto latinoamericano.
Entre las apariciones de personas inmigrantes, se contaron un estudiante venezolano que hacía un paralelo entre el estallido social de Chile y el “caracazo” de 1989, y un odontólogo ecuatoriano que afirmaba que la Asamblea Constituyente en Ecuador trajo aparejada desigualdad, autoritarismo y corrupción. Además de las escenas mencionadas, también se destacó la de una pareja de turistas chilenos que abordaban un taxi en Argentina, a quienes el chofer les señalaba, a propósito del estallido social, que los chilenos “siempre estuvieron mejor que nosotros, históricamente” y que, si bien la situación de Chile es complicada, podría ser peor. “Ustedes no pasaron hambre, no tuvieron cinco presidentes en una semana, la inflación 3, 4 como mucho, nosotros 50 en un año, 50%, cuídense chicos”, dice el taxista, para luego concluir su intervención con una arenga: “Vuelvan a ser los chilenitos que eran, ¡carajo!, ¡vamos!”.
En el diálogo entre la pareja de chilenos y el taxista, fue omitida toda referencia a los motivos que provocaron las protestas, como la desigualdad socioeconómica, el excesivo endeudamiento, los tramos de remuneración en que se constata que el 50% de quienes trabajan en Chile recibe ingresos menores o iguales a $ 401 mil, y el hecho de que la reducción de la pobreza ha estado fuertemente vinculada a la existencia de bonos y subsidios estatales. De ese modo, y fuera de contexto, se hizo referencia a las movilizaciones como si estas fueran una suerte de capricho o reclamo injustificado.
La utilización de la imagen del taxista resultó interesante, ya que en este tipo de trabajador se representa ese rellano de seguridad al que pueden aspirar las clases medias en los sistemas de economías abiertas. Estabilidad en un sistema flexible, que se ve amenazada por la existencia de quienes no logran responder a sus lógicas, pero que aun así debe resguardarse, a pesar de que la moneda de cambio sea la aceptación de una posición de subalteridad respecto de quienes articulan el discurso pedagógico que nos exhorta a la aceptación de la desigualdad.
La forma en que se representó a inmigrantes y extranjeros en la franja del Rechazo es problemática, ya que no tuvo como propósito hacer referencia a la diversidad que existe en Chile, sino que, por el contrario, buscó reforzar un imaginario en torno a la nación chilena que guarda una distancia respecto a los demás países de Latinoamérica. El subtexto de las intervenciones que hemos mencionado es que Chile posee una singularidad y superioridad con respecto de los demás países del continente, haciendo eco de mitos y representaciones de amplia circulación, que señalan que los chilenos somos “los ingleses de Sudamérica”, “los prusianos de Sudamérica” y otras fórmulas que ubican a la nación en la senda del progreso y la civilización, y al resto de los países del continente en el atraso y la barbarie. Esta visión de la comunidad nacional está fuertemente anclada en imaginarios raciales y culturales que provienen de comienzos del siglo XX, cuando a partir del concepto de una supuesta raza chilena se buscaba establecer la idea de homogeneidad nacional.
En los albores del siglo XXI, constatamos que el imaginario de la raza chilena aún goza de actualidad y presencia en nuestra sociedad. Según la Encuesta Manifestaciones de discriminación racial en Chile: un estudio de percepciones, publicada por el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) en 2017, un tercio de los encuestados señala que la mayoría de los chilenos considera ser más blanco que otras personas de países latinoamericanos, y más desarrollados que otros pueblos del continente. El estudio también señala que para un 71,3% de los encuestados, con la llegada de inmigrantes a Chile hay mayor mezcla de razas, y un 68% de los encuestados está de acuerdo con medidas que limiten el ingreso de inmigrantes a Chile. ¿Pero cuál es el fenómeno que se puede advertir tras estas cifras y el contenido de la franja del Rechazo?
Consideramos que las representaciones que las y los chilenos tienen sobre sí mismos se expresan en un modo de aprehensión de la identidad nacional que identifica a un “otro” que no es compatible con su progreso. A través de esta idea de lo que es la nación se reproducen los imaginarios de la superioridad chilena y su distancia con respecto a otros países. Cuando el taxista hizo el llamado a los chilenos para que volvieran “a ser los chilenitos que eran”, lo que hizo fue interpelar a la sociedad chilena para que mantuviera distancia respecto al resto de América Latina.
La participación de los inmigrantes y extranjeros en la franja del Rechazo no nos convocó a la construcción de una comunidad amplia y diversa, sino que reforzó la idea de una nación homogénea y excluyente. Como si existiese solamente una forma de ser chileno cuya esencia, puesta en riesgo, era necesario preservar. La utilización de la figura del extranjero y del inmigrante entraña una paradoja, pues ante una identidad nacional “amenazada” se manifestaron las representaciones ambivalentes que las élites se han hecho del pueblo chileno, al punto que su discurso debió recurrir justamente a la imagen de ese “otro” a quien se desprecia, para pronunciar a través de sus labios la admonición que los sectores conservadores no podían proferir.
Las representaciones que las clases dominantes han elaborado en torno a la figura del “chilenito” nos rememoran al roto chileno, arquetipo de la identidad nacional en que la raza se mezcla con la clase. El “roto”, “el chulo”, “el flaite”, han sido epítetos utilizados para dar cuenta de la existencia de un “otro” al interior de la nación. Un “otro” que es exaltado cuando encarna el sacrificio, pero que es sancionado moral o físicamente cuando se le sorprende ocupando un lugar que “no le corresponde”. El enfrentamiento del “Portal la Dehesa” y los “patipelaos” de Jacqueline Van Rysselberghe constituyen algunos de los numerosos ejemplos que nos recuerdan esa fractura sobre la que se ha escrito nuestra historia.
Las categorías de la raza y la clase, los esquemas de inclusión y exclusión que se imponen a partir de ellas, no atraviesan exclusivamente a los colectivos migrantes y a los pueblos originarios: nos traspasan a todos y no pueden pensarse como si estuvieran por fuera de “lo nacional” y “del nacional”. La idea de lo que la nación es y de cuáles son las características de quienes la conforman, en lo concreto, ha condicionado la forma en que es pensada la vida de todos los habitantes del país: se encuentra a la base del diseño de la política pública, en la conformación de nuestras ciudades, en nuestras relaciones cotidianas y por supuesto, en la Constitución actual.
El triunfo del Apruebo y el debate constitucional que se inicia representan una oportunidad para imaginarnos por fuera de las fronteras simbólicas sobre las que ha sido construido el país y que forman parte de nuestra experiencia cotidiana. Una nueva Constitución abre la posibilidad de pensarnos desde una perspectiva pluralista y creativa, donde la identidad nacional no sea una camisa de fuerza que limite los procesos de transformación en base a una concepción elitista y excluyente de la comunidad. Retomando las palabras del taxista, lo que necesita el país no es que los chilenos volvamos a ser lo que éramos, sino que creamos en que podemos pensarnos colectivamente respetando nuestra heterogeneidad.