Oscar Contardo y futuro del proceso constituyente: "La unidad de la derecha es lo único que veo seguro"
“Yo no soy de los que cree que el neoliberalismo creó la desigualdad en Chile. Nuestro país está construido sobre un orden desigual, clasista y muy poco democrático”, dice Oscar Contardo cuando habla de la desconexión de las elites con la ciudadanía. “El neoliberalismo”, agrega, simplemente “profundizó y perfeccionó” esa desigualdad”.
Contardo, periodista, escritor y uno de los más críticos columnistas dominicales, habla con El Desconcierto sobre cómo percibe al país, el complejo rol de los medios en la era de las redes sociales, el manejo de la Iglesia Católica de su propia crisis, y de lo que, probablemente, mejor sabe hacer: leer, analizar y escribir.
“Han sido meses muy rudos, pero supongo que en comparación a la debacle que ha vivido mucha gente, no podría decir que lo he pasado tan mal”, dice el autor de, entre otros, Rebaño (Planeta, 2018) y Antes de que fuera Octubre (Paneta, 2020).
-¿Qué lees por estos días?
-Entre los libros que me han acompañado estos meses, destaco Los años, La Vergüenza, Pura Pasión y El Acontecimiento, cuatro novelas de Annie Ernaux, una autora a la que llegué leyendo a Didier Eribon y que me hace sentir acompañado en mi manera de mirar las biografías como rastros de un orden social mayor. También leí Canción Dulce y El jardín del Ogro, de Leila Slimani. Me encantaron, pero de otro modo: la autora logra acercarte a los dolores ajenos hasta transformarlos en terror. Ahora acabo de terminar Mala lengua, el retrato que escribió Álvaro Bisama de Pablo de Rokha, un libro para poner a Chile en la perspectiva de lo que ha sido la historia de la literatura local, o más bien, el desesperante ahogo al que nos condena nuestra forma de convivencia. Me dejó sumido en la melancolía. Entre medio, he estado salpicando Momentos estelares de la humanidad, de Stefan Zweig. Luego quiero leer la correspondencia entre Zweig y Joseph Roth.
-¿Cómo has visto el manejo de los medios frente a la crisis sanitaria y social?
-Compleja pregunta. La respondo así: los medios están en crisis en todas partes, pero en Chile esa crisis es aún más aguda por la concentración de poder. Esto se ha notado sobre todo en la televisión abierta. Desde octubre de 2019 las encuestas sobre confianza en los medios de comunicación reflejan la manera en que la opinión pública ha tomado distancia de los medios, privilegiando los contenidos que reciben en sus redes sociales que muchas veces no es más que opinión o derechamente, mentiras.
Esta crisis ha arrastrado al periodismo, al oficio, a una precariedad muy peligrosa de la que se habla muy poco, en parte por pudor y en parte porque quienes podrían hacerlo -escuelas de periodismo- se sienten en un dilema ético difícil de resolver: ¿Cómo justifico la existencia de una carrera para un campo laboral en extinción? Evidentemente, hay un desafío tecnológico, económico, pero hay también un desafío político muy profundo.
Por otra parte, hay quienes piensan que el problema son las redes sociales, cuando sólo son un síntoma de algo mayor. Estamos en un momento en el que culpar de todo a las redes sociales es tan inútil como negarse a aceptar el cambio climático. Lo más trágico es que no haya voces hablando del tema en toda su complejidad de frente a la opinión pública.
-¿Cuál es tú opinión acerca de la omisión de la Iglesia Católica frente al estallido social? Pareciera que meterse en estos temas no les conviene, entendiendo que siempre han estado cerca de los grupos poderosos.
-La jerarquía de la Iglesia Católica se transformó en una institución irrelevante frente a la opinión pública y la gran responsable de que eso sucediera es la propia Iglesia Católica. La gran operación de encubrimiento de los crímenes cometidos por sus propios sacerdotes y religiosos puede que nunca tenga un castigo penal en la justicia civil, pero sí tuvo una consecuencia clara: la gente ya no les cree. Y tienen razón en no creerles. Eso no significa que hayan dejado de tener poder, sobre todo entre los sectores más privilegiados. Allí continuarán teniendo gran influencia a través de determinados grupos de la propia Iglesia, pero en un ámbito restringido a lo que ellos suelen llamar “agenda valórica”, que es la manera en que se refieren a la sexualidad y la reproducción.
-¿Qué deberá enfrentar el próximo gobierno en relación a la crisis social?
-A estas alturas la lista de asuntos a enfrentar podría ser larguísima. Si algo hizo este gobierno, fue diversificar el descontento a niveles insospechados. El gobierno del futuro tendrá un país no sólo más pobre, sino más desconfiado, más irritado, más impaciente y harto de que le digan que los cambios no son posibles bajo la amenaza de una hecatombe.
-¿Qué piensas del fracaso de la acusación constitucional en contra de Mañalich?
-Es el mejor ejemplo de que no existe una oposición efectiva, sino fragmentos incapaces de llegar a acuerdos mínimos. Una muestra más de la mezquindad que tiene sumido al Congreso en un divorcio con la opinión pública del que algunos parecen no percatarse, porque sus intereses privados son más urgentes.
¿Qué pasa con la polarización en la oposición chilena, asumiendo que hay oposición? ¿Por qué no logra entender lo que está pasando con la ciudadanía, y el malestar generalizado con un sistema que también los incluye a ellos?
-No hay una oposición, sino oposiciones trizadas, cruzadas no sólo por divisiones ideológicas -que no tiene nada de malo que así sea- sino también por brechas generacionales, ambiciones privadas y una dosis importante de falta de escrúpulos. Desde fuera se ve que el historial de traiciones es tan nutrido, recurrente y público que la posibilidad de unirse en acuerdos mínimos resulta casi imposible. La última vez que hubo unidad fue para la votación del retiro del 10 por ciento de las AFP, pero ni siquiera podría considerarse como una política de izquierda, sino más bien como la reivindicación de un derecho a acceder a los ahorros privados.
-¿Crees que las nuevas fuerzas políticas que han nacido traen la esperanza de una nueva forma de actuar o se permearon con el vicio de la vieja política?
-Creo que existe un impulso de cambio que no ha alcanzado a cobrar forma y que puede ser arrastrado por el lastre de lo que ya se pudrió.
-En tu libro Antes de que fuera Octubre analizas una serie de eventos en estos últimos 30 años, que nos llevaron a construir un país con una desigualdad inmoral, donde, por ejemplo, los derechos básicos son accesibles para quien pueda pagarlos. En esa línea, ¿por qué las elites y los sectores poderosos no pueden ver esta realidad? ¿Cómo crees que se fue dando esa desconexión abismante?
-Yo no soy de los que cree que el neoliberalismo creó la desigualdad en Chile. Nuestro país está construido sobre un orden desigual, clasista y muy poco democrático. El neoliberalismo lo profundizó y perfeccionó, de manera tan eficiente, que resultaba imposible de distinguirlo de la idea de modernidad: la prosperidad consistía en cavar zanjas y disminuir al máximo los puntos de encuentros. En fin, si esa es la lógica que consideras “natural” y tu vida cotidiana se ve beneficiada por esa lógica, naturalmente que considerarás que todo anda muy bien y que es la manera en que conviene continuar. Las distancias antes del neoliberalismo eran simbólicas, podían existir poblaciones callampas en los barrios más privilegiados, pero las vidas no se mezclaban. Luego, a lo simbólico se le agregó la distancia física: surgió una marginalidad nueva, distinta a la miseria de las décadas anteriores, pero estaba lejos, fuera de la vista de los que tomaban las decisiones.
-¿Cuál crees que ha sido el mejor gobierno de Chile de vuelta a la democracia?
-No rescataría gobiernos en sus períodos completos, preferiría rescatar ciertas políticas llevadas a cabo en ciertos gobiernos.
-¿Qué vislumbras en el futuro con el proceso constituyente, con un eventual triunfo del Apruebo?
-La unidad de la derecha es lo único que veo seguro.
-¿Que dejarías consagrado en la nueva Constitución?
-El derecho a la educación y a la sanidad pública. Lo público como punto de encuentro.