El profesor decapitado y las caricaturas de Mahoma
El profesor Samuel Paty, de 47 años, fue asesinado en la calle, cerca de la escuela secundaria donde impartía clases de Historia, Geografía y Educación Cívica. En este ámbito, uno de sus temas era la libertad de expresión.
Lo hacía con intención pedagógica y lo explicaba para advertir que si aquello ofendía a alguien esa persona podía no estar en el aula. A pesar de ser caricatura no había intención humorística; tampoco intención de blasfemar. Sin embargo, hubo padres que advirtieron al maestro y no faltó la denuncia en las redes sociales contra el profesor por exhibir un dibujo satírico donde Mahoma está representado desnudo, agachado y con una estrella en las nalgas.
Con estupefacción y espanto, pero ya no con asombro, conocemos esta noticia que en cierto sentido es parte de la onda expansiva de una bomba que explotó hace tiempo. En efecto, el año 2005 una bomba dibujada en el diario danés Jyllands-Posten estalló como una bomba verdadera. Ese día de septiembre, como habitualmente lo hace la prensa escrita, el periódico danés ilustró sus informaciones u opiniones con una viñeta editorial humorística. En este caso el dibujo (genéricamente llamada “caricatura”, aunque estrictamente no lo sea) representaba a un hombre adulto, de ceño fruncido, con cejas gruesas y barba negra, con un turbante cuya forma se confundía con la de una bomba con la mecha encendida. El turbante llevaba una especie de insignia o grabado con signos arábigos.
La guerra de las caricaturas
Hasta aquí nuestro intento de lectura del objeto, del papel dibujado o su mera reproducción. Casi a nivel de significante. Una lectura de nivel básico. Una descripción ingenua. Literalmente en el dibujo podría leerse: “un hombre árabe, enojado, tiene una bomba escondida en el turbante”. Ampliando la interpretación, pensando en la construcción de los estereotipos, se trata de una metáfora cuyo discurso puede ser: “Mahoma es un terrorista” y, por extensión simbólica, podemos leer “todo musulmán es una amenaza terrorista”. En la interpretación se asoman los efectos y defectos del humor. Obviamente ni editor ni dibujante midieron las consecuencias: la llamada “guerra de las caricaturas”, con muertes, embajadas incendiadas (entre ellas la de Chile en Siria), boicot económico a los productos daneses, conflictos diplomáticos, manifestaciones multitudinarias contra los blasfemos.
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Diez años más tarde, el 7 de enero de 2015, un grupo terrorista ataca las dependencias del periódico satírico Charlie Hebdo en París. En el atentado son asesinadas doce personas, entre ellas policías, periodistas y cuatro dibujantes. En su momento, la revista había republicado las caricaturas del Jyllands-Posten, lo que significó para el periódico parisino funcionar bajo amenaza constante y sufrir diversos atentados. El periódico no cedió, persistiendo en su línea editorial sostenida por la cultura de la irreverencia.
En septiembre de este 2020, cuando comenzó el juicio contra los cómplices del atentado, se produjo el último atentado yihadista en París frente a la antigua sede de Charlie Hebdo. Dos productores de una agencia audiovisual resultaron heridos. El autor del atentado lo justificó por la indignación que le provocó la nueva publicación en la revista satírica de las polémicas caricaturas de Mahoma.
Así llegamos al horrible y repudiable asesinato del profesor. Quien escribe estas líneas más de una vez ha ilustrado con caricaturas sus clases para alegar contra las intolerancias. (Alguna vez también –en España, el 2005–, debí renunciar a mostrar las caricaturas sobre Mahoma para no provocar problemas). Samuel Paty, al usar una caricatura para hablar de la libertad de expresión, fue víctima de una colisión de convicciones.
Como esquirlas, en tiempos de respuestas huidizas y disputas de espacios simbólicos, saltan las preguntas. ¿Es posible, desde diversas perspectivas culturales, compatibilizar libertad de expresión con sacrilegio en un orden coherente? ¿Un chiste gráfico y sin palabras (es decir, sin la dificultad del idioma) tiene la misma lectura por personas de diversas culturas? ¿La viñeta es el único motivo de irritación de quienes protestaron violentamente? ¿…o es la gota que colmó un vaso que desconocemos? El contexto, entonces, son los hechos más el punto de vista cultural. Es decir, si el contexto sostiene la interpretación, es deseable pensar que no nos estamos refiriendo necesariamente a contextos únicos ni a interpretaciones únicas. Sería demasiado simple pensar que hay un solo “sentido común”.