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La difícil recuperación del joven aplastado por dos zorrillos: La lucha de Óscar Pérez por volver a ponerse de pie

La difícil recuperación del joven aplastado por dos zorrillos: La lucha de Óscar Pérez por volver a ponerse de pie

Por: Amy Franklin y Javiera Sepulveda | 18.10.2020
El joven fue brutalmente embestido mientras se manifestaba en Plaza de la Dignidad. Producto de la violencia policial que sufrió, ha tenido que pasar por seis intervenciones quirúrgicas, estando en cuarentena, desde el 20 de diciembre. Rendir la PSU, salir a andar en bicicleta, conectarse con la naturaleza, son cosas que por el momento quedaron atrás. Mientras mantiene su lucha personal por salir adelante, el carabinero involucrado en su atropello se encuentra con firma mensual, pese a tener antecedentes por otros dos accidentes más, uno de ellos con resultado de muerte.

Tras cuatro meses anclado a una silla de ruedas y cinco operaciones reconstructivas, Óscar Pérez Cortez (20) se encuentra nuevamente en una consulta médica. Su doctor le pide que se ponga de pie. “Ya puedes correr si quieres”, bromea. Al fin puede volver a mirar al mundo desde su metro ochenta centímetros de estatura, pese al esfuerzo que hacen sus piernas para sostener su cuerpo.  No en vano ha perdido 9 kilos y mucha masa muscular. Su mamá vuelve a mirarlo otra vez hacia arriba. Lo abraza y llora. Pensaba que nunca más volvería a verlo de pie. Él, en cambio, tuvo ganas de correr, y aunque su cuerpo no se lo permitió, pudo dar un par de pasos por el pasillo del recinto médico para aprender a usar a sus nuevas compañeras: las muletas.

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 "Mamá ¿qué pasó con eso del 'nunca más en Chile'?”, pregunta Óscar a su madre

Al joven no le gustaba andar en micro, tampoco en Metro. La bicicleta solía ser su medio de transporte favorito. Al abrir los brazos mientras pedaleaba, el viento corría entre los dedos de sus manos. Se sentía libre y jamás imaginó que después de la tarde del 20 de diciembre, perdería esas emociones que sería incapaz de volver a sentir durante un buen tiempo.

Esa tarde, el intendente Felipe Guevara ya había anunciado el copamiento con más de 1.000 carabineros, desde Plaza Italia hasta el puente de Pío Nono, bajo la consigna de “tolerancia cero” a las manifestaciones que no habían sido autorizadas. El olor de las lacrimógenas se sentía en el ambiente. Óscar Pérez estaba ahí.

Recuerda que ante la represión policial, intentó junto a otros manifestantes “hacer retroceder a los pacos”. Los intentos para avanzar y tomarse la plaza fueron en vano. Los carabineros los dispersaron utilizando lacrimógenas, guanacos y zorrillos. Se replegaron hacia Parque Bustamante y luego volvieron a intentar retomar la plaza con más fuerza. Comenzaron a tirar lacrimógenas a la altura del cuerpo y la gente se empezó a desperdigar, arrancando.

Intentó correr hacia el Forestal. En el trayecto lanzó un trozo de escombro sobre una moto de carabineros que estaba botada en el piso. Cuando miró hacia delante se le cruzó un zorrillo. Pensó que lo iba a topar, puso las manos para no chocar de cara, sin darse cuenta que venía otro detrás, que lo aplastó. “Sentí como que se me rompía todo por dentro. Pensé que iba a quedar con discapacidad. Los cabros que estaban cerca me llevaron a la camilla de los paramédicos y nos empezaron a tirar agua del guanaco. La gente hizo un escudo humano a mi alrededor para que no me mojaran, pero igual llegué con la ropa empapada a la Posta. No perdí la conciencia en ningún minuto”, aseguró.

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“Le dije a una de las rescatistas/enfermeras que tomara mi celular, le di mi clave de acceso para que pudiera contactarse con mi familia y mandó un audio al grupo de la familia, para que alguien lo escuchara y mi tía, que también estaba en Plaza Dignidad ese día, escuchó el audio y fue directamente hacia donde estaba. Tuvo que atravesar entre encapuchados y carabineros, los que no la querían dejar pasar. Llegó como a los 20 minutos, pero no se sabía que mi lesión era tan grave, sólo lo que se presumía, que era una fractura de cadera”, contó.

“Yo tuve mucho miedo. Antes de lo que le pasó, volvió muchas veces a la casa con perdigones, lo botó el guanaco, llegó mojado, herido en la cabeza, piernas, guata. A mí también me llegaron perdigones, menos mal de rebote”, cuenta Valeria, hermana de Óscar Pérez, quien a veces asistía junto a él a las manifestaciones. Ese 20 de diciembre sus planes eran diferentes. Tras una ida al cine con su mamá y un primo, se enteró de lo que le había ocurrido a su hermano gracias al audio enviado por Whatsapp al grupo de la familia, que decía: “Mi nombre es Karen, soy enfermera y estoy en el puesto del SAMU. Estoy con el Óscar, tuvo un pequeño accidente, lo vamos a mandar en ambulancia a la Posta Central. Háblales para que sepan que estás bien: ‘Familia por favor vayan a verme, los quiero, los amo''.

Entre su infancia y adolescencia, el joven asistió a cinco colegios diferentes y los ramos que más le gustaban eran Historia, Lenguaje y Filosofía. Su visión frente al sistema educacional chileno es clara. “Te amoldan y acostumbran a un comportamiento que le sirve al sistema, que seas más trabajador, más productivo y no te enfoques tanto en sueños y aspiraciones personales”, dice. “En los colegios me anotaban y echaban de la sala por ser inquieto. No era que yo no quisiera aprender, solamente me distraía mucho y no me adaptaba al sistema que intentaban enseñarme, muy cuadrado, muy serio”, agrega.

“Me empecé a enterar de las cosas que pasan por lo que veía camino al colegio, al ir escuchando música en la micro, mirando por la ventana, me daba cuenta de las distintas realidades”, cuenta. “La primera marcha a la que asistí era por la conmemoración del asesinato de Manuel Gutiérrez. A él lo asesinaron los pacos en una población de Macul con un disparo. Yo tenía 14 y ese día me llevaron los pacos. Me pegaron dentro del retén. Hasta los 12-13 años yo era más inocente, pero a los 14 me empecé a dar cuenta de las desigualdades, las injusticias y la violencia policial”, pormenoriza.

Pero las motivaciones para salir a manifestarse también nacieron en su hogar. En la mayoría de los almuerzos familiares la política era un tema. Sin embargo, las historias sobre la dictadura parecían ser lejanas para Óscar Pérez. “Yo me imaginaba a los milicos en la calle en un tanque disparándole a la gente y ahora verlo, de nuevo, me trajo todos esos recuerdos de cosas que me contaban desde que era un niño”, detalla.

Óscar desde que tiene recuerdos, vive con su mamá, Marta, y su hermana Valeria, en la comuna de Macul. A los 15 años decidió hacerse vegetariano por la crueldad que arrastra la industria ganadera y el amor que le tiene a los animales y a la naturaleza. Dos años más tarde, se volvió vegano, al igual que Val, su hermana. “Algo que me hace súper bien es cocinar, me encanta cocinar”, transparenta.

“Óscar varias veces que volvió de la plaza me decía: ‘mamá ¿qué pasó con eso del nunca más en Chile?’ A mí me daba vergüenza, porque de verdad yo vi todo esto. Yo viví la dictadura y salí a protestar. Una adolescencia censurada. Nunca dejé de poner cosas en mis redes para recordar”, explica Marta, su mamá.

“Yo no siento una separación entre las vivencias familiares y lo político. Cuando llegó el 18-O para nosotros no fue algo que tuviéramos que conversar, ni cuáles eran nuestras opiniones, sólo compartimos que estábamos sintiendo la misma impotencia y rabia”, añade Valeria.

El círculo más íntimo de Óscar está conformado principalmente por mujeres: Marta, la Val, y sus tías Natalia y Alejandra, quien después de estudiar derecho en la Universidad de Chile decidió ser religiosa. "Para mí y para la familia en general es prioritaria la salud del joven, pero también es muy importante que se haga justicia en su caso y en los de las otras víctimas. Mi postura es a la no violencia activa, pero  soy capaz de comprender a las personas que por el enojo, la rabia, la falta de oportunidades, la indignidad, sean capaces a veces de violentarse y tirarle piedras a las policías debido a la falta de oportunidades que tienen. Avalo la lucha sostenida del pueblo que quiere una mayor igualdad de oportunidades y posibilidades para todos y no para algunos", asegura Alejandra.

Para Óscar Pérez el hecho de vivir con mujeres es una experiencia favorable que lo ha hecho mirar la vida con otros ojos. “Puedo entender desde mi perspectiva de hombre cisgénero su lucha, siempre con respeto… Aunque viva con ellas, mi día a día, no vivo la violencia del machismo que viven ellas. Darme cuenta de los privilegios que tengo, al compararlo con lo mismo que pasa aquí dentro del círculo familiar”, dice luego.

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 “Medía 1.40 en silla de ruedas, no podía alcanzar cosas, para mí todo era muy alto”, recuerda Óscar

 Las primeras semanas en la clínica para Óscar Pérez fueron difíciles, no solamente porque estaba con mucho dolor y asimilando todo lo que ocurrió, sino porque estaba desconectado de la naturaleza y sin su mascota, una de las cosas que a él le traen paz. “Cuando caí hospitalizado, la pieza tenía una ventana muy chica y no se veía nada para afuera, estaba en un ambiente súper artificial, recuerda”. “No estar con mi gatita era triste, para mí ella es lo más preciado que tengo, la extrañaba y me mandaban fotos ”, agrega.

En una ocasión un persona de salud que lo estaba atendiendo le dijo “parece arbolito de navidad”, Óscar se rió. Él recuerda esa escena y dice que “no se lo dijeron en mala” porque “estaba lleno de cables, los electrodos, las vías, tubitos y la sonda por la que tenía que orinar”.

Y es que producto del atropello no puede orinar de forma normal, debe hacerlo por medio de la sonda que le pusieron -externamente- desde su ombligo hasta su vejiga, que se conecta con su uretra, ya que la uretra se partió en dos.

Como tenía una ventana muy pequeña de la habitación en la UCI, no percibía lo que sucedía afuera. “Recuerdo que cuando estaba en la clínica, en los momentos tristes no me llegaban nunca los rayos del sol, no sentía el viento, la luz en mi cara, la tierra en los pies o en las manos, eso me hacía sentir muy aislado”, comparte. Aunque cuando lo cambiaron de habitación, dice que se sintió más feliz. “Ahí había una ventana, hacia afuera se veían unas plantas arriba de un edificio y se veía un poco el cielo, pero eran plantas artificiales, y eso era ver verde, podía mirar para afuera, para distraerme”, cuenta.

El joven tiene cuatro fierros de acero que cruzan toda su pelvis. Lo acompañarán el resto de su vida. En su rodilla izquierda, tiene un trasplante de ligamento colateral medial y múltiples tornillos. Hace tres semanas lo operaron, adaptándole la sonda de manera interna.

Durante los primeros dos meses desde el atropello, no pudo sentarse en la mesa para comer en familia, aunque fuera en la silla de ruedas, porque le dolía la cadera estar en esa posición tanto tiempo. Permanecer en esa silla fue un desafío para él. Su amigo Roberto le hizo una rampla para que pudiera llegar al living, evitando un escalón que divide el lugar con el resto de la casa. Podía bajar fácilmente por ella, pero no podía subir. Era muy inclinado y no tenía la misma fuerza. Sólo cuando dominó su silla pudo sortear el escollo.

Pese a sus avances, seguía dependiendo de su madre y su hermana. “Necesitaba que me trajeran agua, comida, que yo no lo tenía alcance”, relata. “Me acuerdo que me medí, porque no podía pararme o levantarme. Medía 1.40 en silla, no podía alcanzar cosas, para mí todo era muy alto”, agrega.

“Mi hermana y mi mamá se turnaban para bañarme, no me podía meter a la ducha, me sentaba al lado, afuera de la tina, me apoyaba con las manos en el piso de la ducha y ahí me tiraban agua y yo, con una mano, me limpiaba y ellas me duchaban. Me bañaban 'de aquí para arriba'”, detalla Óscar Perez mostrando su torso.

Fue descubriendo su cuerpo y sus capacidades. Pasar de su cama a la silla de ruedas o viceversa, fue uno de sus primeros desafíos. También aprender, a manera de ensayo y error, cómo sostener todo su cuerpo con sus brazos, soportando el peso de sus piernas para no generar más daño en sus huesos. Esa fuerza se la adjudica a su antigua rutina de ciclista.

Uno de los momentos más felices que Óscar Pérez recuerda fue cuando volvió a su casa y vio a Ruby, su gatita. “Me contaron que ella dormía encima de unas chalas mías y un calcetín. Y ahí estaba en mi cama”, ilustra. Ruby no se le acercó de inmediato. “Le dio un poco de susto mi silla de ruedas, me miraba raro, como que se escondía. Fue uno de los momentos más emotivos para mí, me puse a llorar con ella”.

A excepción de los controles médicos o cirugías, estuvo seis meses sin salir de su casa. Una vez pidió permiso para ir a comprar pan a un negocio cercano, ubicado a 200 metros de su hogar, demorándose 30 minutos en un trayecto que normalmente lo hacía en diez. “Estaba súper nerviosa esperándolo, encontré que se había demorado un siglo y ya estaba que salía a buscarlo”, cuenta Marta.

Óscar había aprovechado de alargar su caminata, devolviéndose por el camino más extenso. Tenía que ir despacio, no podía sobreexigirse. Cuando llegó a la casa, su madre lo felicitó. Estaba orgullosa del logro de su hijo, pero él no esperaba esa reacción. “No quiero que me felicites por cosas que yo debería hacer normalmente. Me da pena que me cuestan tanto hacerlas todavía”, dijo a su mamá en esa ocasión.

Actualmente puede caminar sin muletas, aunque no mantenerse mucho tiempo de pie porque le empiezan a doler sus caderas. Dice que puede caminar unas ocho cuadras como máximo. La última vez que lo hizo fue con su primo, quien los primeros meses se fue a vivir un mes con él, para acompañarlo. “No me quería dejar solo”, cuenta.

En esa misma salida, a unas cuadras de su casa,  se encontró con un accidente de tránsito. Habían varios carabineros apostados en la esquina. “Algo pasó internamente, los vi y me puse pálido, me di media vuelta y me devolví, fue una reacción como involuntaria, no lo pensé”, recuerda Óscar. Luego agrega, intentando explicar su reacción: “A mí antes me daba rabia, le gritaba cosas desde la bicicleta, con más coraje y ahora me quedo blanco, tieso, pálido… sentí miedo”.

Radiografía de la cadera de Óscar, luego de ser operado.

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“A pesar del dolor físico-emocional, busca algo de qué afirmase para levantarse”, dice Marta, la madre de Óscar

El joven siguió viviendo el estallido social desde su casa, viéndolo por televisión o a través de medios independientes, empatizando con los casos de violencia hacia otros manifestantes. Se siente tan identificado con ellos que han generado una red de apoyo y solidaridad. Con Carlos Astudillo (25), el joven baleado por militares en Colina y quien hace poco enfrentó su duodécima cirugía, Óscar ha entablado una suerte de amistad. “Nos contamos las cosas que hemos vivido. El, por ejemplo, a veces me comparte su música, porque le gusta harto escuchar música”, dice Óscar Pérez. “Es como un apañe más personal”, agrega.

Dentro de esta red también está Nicole Kramm, la joven fotógrafa que sufrió trauma ocular 11 días después de su atropello. “Hablo con ella por Instagram de repente, me pregunta cómo he estado, si estoy con psicólogo, o me manda fotos de su gato”, cuenta.

Cuando intenta desahogarse, se va a su pieza, escucha música y espera a que llegue Ruby. “Siempre que lloro o me siento súper mal, ella se pone arriba mío y me empieza a ronronear. Es súper tierna, me hace demasiado bien”, comparte.

La mamá del joven cuenta que “Óscar ha sido inmensamente fuerte, yo me he sobrecogido con su resiliencia, nunca ha bajado los brazos, siempre se está dando ánimo, tiene un sentido del humor increíble, incluso en los días de mayor tristeza, en los periodos de más duros que ha tenido, a pesar del dolor físico-emocional, él busca algo de qué afirmarse para levantarse”.

Un análisis similar es el que rescata su tía, la primera familiar en ver a su sobrino luego del atropello. “Para mí él y todos esos muchachos son héroes, porque gracias a ellos hemos seguido logrando cosas, gracias a ellos vamos a tener un Plebiscito. El 10% (de las AFP) es gracias a esos muchachos”, dice Natalia Cortez.

Dentro de la red de apoyo que su familia ha ido generando están Fundación Daya y Cintras, entidades que le brindan analgésicos naturales, kinesiólogo, terapeuta ocupacional, psicólogo y lo han acompañado en su proceso de rehabilitación física y mental. Además, de todo el respaldo ciudadano que ha sentido mediante mensajes de ánimo o aportes en donaciones.

La familia aún no tiene la certeza de los costos económicos en la recuperación física de Óscar Pérez, porque no les ha llegado la cuenta de las primeras cuatro operaciones que le hicieron en menos de tres meses.  Sólo una de ellas, admiten, bordea los 12 millones de pesos.

“Cuando venían esta seguidillas de operaciones yo decía es imposible, no sé cómo lo vamos a pagar, pero ahí fue que a Óscar se le ocurrió hacer la primera rifa y después yo dije, 'ya, hagamos la otra'”, relata Marta. Con lo recaudado, Marta cree que podrán solventar tres cirugías y diversos exámenes como resonancias y escáners.

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“Algún día quiero volver a la Plaza Dignidad, donde me atropellaron y cerrar ese ciclo”, dice Óscar Pérez

Uno de los zorrillos que estuvieron involucrados en el atropello de Óscar lo manejaba Mauricio Carrillo Castillo, un carabinero que ya tenía antecedentes penales el año 2004, luego de atropellar a tres peatones, causándole la muerte a uno, y dándose a la fuga posteriormente. Cuatro años más tarde volvió a hacer lo mismo con a una persona, haciéndose cargo de los gastos en salud, indican documentos del Poder Judicial.

Lo que le sucedió a Óscar Pérez fue considerado como un “accidente de tránsito”, por lo que la familia ha solicitado múltiples diligencias a la PDI y Carabineros, con las que buscan recalificar el delito por homicidio frustrado. “Los que ejercieron la violencia armada están libres en sus casas y siguen siendo respaldados por el presidente, que lo dice en las noticias y en todos lados. Es una institución asesina. Para nosotros, eso es muy doloroso”, relata Marta sobre el funcionario actualmente con firma mensual.

Valeria, egresada de derecho de la Universidad de Chile, es quien se ha encargado de los asuntos legales de su hermano. “Hasta el momento nuestra impresión es que las instituciones estatales, la PDI y los pacos, dicen una cosa y después hacen otra. Cuentan una versión, se dan cuenta que no les conviene y cuentan otra versión”, agrega Valeria.

“Nunca, en ninguna circunstancia, alguien del gobierno o (Mario) Rozas se ha comunicado con nosotros. De hecho, (Felipe) Guevara en su acusación constitucional dijo que se había comunicado con nuestra familia, pero es falso, es mentira. Aquí hay culpa del intendente, de (Gonzalo) Blumel, del presidente Piñera y de Rozas”, acusa. El caso de Oscar lo está llevando el abogado Julián López y, por ahora, se encuentra en etapa de investigación.

Una de las actividades que tiene pensada Óscar con su terapeuta ocupacional, es volver a la Plaza de la Dignidad. “Es como para cerrar ese ciclo”, cuenta. Un final que no ha podido concretar y que pretende complementar con una dosis importante de justicia. “Quiero que se sepa quiénes son los culpables, no sólo los directos, sino también los altos mandos. Que se haga un juicio a cada uno de ellos y se exponga quiénes son”, clama.

Su hermana, quien si bien volvió a Plaza Italia a manifestarse, lo hizo no sin antes sentarse a llorar en la cuneta, frente al lugar donde lo atropellaron. Su madre, Marta, también aspira a cerrar el ciclo en el mismo lugar. “Para mí, lo ideal sería ir a Plaza Dignidad con toda la familia”, cuenta.

Mientras, en medio de su extendida recuperación, Óscar Pérez sueña con estudiar filosofía y, desde esa vereda, ayudar a que los jóvenes formen un pensamiento crítico. “Me gustaría que, en el futuro, no se saquee tanto la tierra, la naturaleza, esa es una gran motivación por la que voy a marchar y manifestarme nuevamente”, concluye.