Subsidiariedad del Estado: bailando al ritmo de Pinochet
La música tiene el indiscutible poder de poner nuestros cuerpos y nuestros espíritus en movimiento acompasado. Nos hace bailar y nos habla de cuál es nuestro lugar en el mundo. Se dice que la música de Orfeo tenía la capacidad de encantar tanto a hombres y mujeres, como así también a los animales, y que tenía además el poder de poner en movimiento a piedras y árboles.
Una partitura sólo es música en formato “texto”: para que haya música tendrá que haber también una ejecución. Lo mismo ocurre cuando nos encontramos frente a un texto constitucional, habrá también interpretaciones que integrarán la Constitución.
La subsidiariedad del Estado no es parte del texto constitucional de 1980, pero forma parte de su canon interpretativo. Podríamos decir que no emana explícitamente de la partitura sino del director. Abogados, políticos y el mismísimo Tribunal Constitucional han validado la presencia de este principio en la Constitución.
La Constitución del 80 es una polka o un axé, quizás una guaracha: se baila de una manera determinada y las interpretaciones nuevas no tienen la fuerza para modificar la danza. Si alguien pretendiese bailar reggaetón al ritmo del axé se vería raro, algo no calza: ¿dónde están esas poco vistosas, pero muy conocidas coreografías? Al revés, si alguien quisiera bailar el axé al ritmo del reggaetón le sigue una sola conclusión posible: es una broma y está haciendo el ridículo de manera deliberada.
Instituciones y operadores jurídicos y políticos se han entregado al ritmo de la subsidiariedad del Estado. Los pasos de este baile son sencillos y se bailan “a la chilena”: (1) opera como un límite a la intervención estatal en aquellos sectores económicos donde haya un privado satisfaciendo necesidades de forma adecuada; y también (2) mandata a interpretar de manera restrictiva toda eventual intervención empresarial de parte del Estado.
La relación con el principio neoliberal es palpable cuando se ve a la subsidiariedad en movimiento. Una formulación explícita del principio neoliberal a nivel de diseño institucional sería “garantizar la privatización de los beneficios y la socialización de los costos y los riesgos”. Esto lo vemos, día a día, en sectores claves: salud, educación, pensiones o derecho de aguas, por ejemplo.
Tanto el principio de subsidiariedad como el principio neoliberal comparten algunos pasos de baile: un derecho de propiedad fuerte y la libertad de empresa entendida a través de la servicialidad del Estado, todo lo cual se suele justificar mediante el discurso de la libertad individual, que ha sido una máscara bajo la que se esconde una vida cada vez más precarizada, la privatización de la existencia y la costumbre de hacer responsables de la miseria a aquellos que la padecen. Como somos libres de acumular, somos libres de padecer y, en esa medida, responsables de nuestro dolor.
Cuando estamos en una fiesta y alguien habla de cambiar la música, no dice súbele o bájale el volumen: quiere bailar de acuerdo a otro tipo de música: si pasó la moda del axé, ¿cómo no va a pasar la moda de la subsidiariedad? Llevamos tanto tiempo bailando de acuerdo a esta interpretación que no basta con subir o bajar el volumen. La Constitución de 1980 se baila en ritmo subsidiario y lo único que nos permitirá bailar diferente es poner otra música.