Marcel Solá, artista creador de la escultura del Negro Matapacos: “Mi compromiso es hasta la muerte, como el perrito”

Marcel Solá, artista creador de la escultura del Negro Matapacos: “Mi compromiso es hasta la muerte, como el perrito”

Por: Luciano Candia y María José Eguren | 17.10.2020
El Negro Matapacos es recordado como uno de los símbolos de resistencia de las marchas estudiantiles. Con el estallido social, resurgió en forma de estructura metálica de tres metros y medio, y se transformó en una respuesta ciudadana al acuerdo de paz del gobierno. Su creador, Marcel Solá, considera esta obra como una contribución al proceso histórico que vive el país. A casi un año del inicio de la revuelta, la figura se encuentra ubicada en el Museo del Estallido Social, segundo gran proyecto de Solá que será inaugurado en estos días y punto de encuentro de sus dos vertientes: el arte y la museología.

Inclinado por la idea de que hacía falta un símbolo que sintetizara lo que ocurría en el país, el artista Marcel Solá decidió materializar la figura del Negro Matapacos, ícono de las protestas iniciadas el 18 de octubre de 2019, en una escultura metálica de tres metros y medio. A pesar de que desde entonces la estructura recibió una serie de atentados, sigue más firme que nunca. Se encuentra ubicada en el Museo del Estallido Social, a pasos de la Plaza de la Dignidad, recinto que será inaugurado en estos días, y que reúne material audiovisual de fotógrafos y fotógrafas que ceden su material a la iniciativa. Dice que no se conforma solo con el aporte de la figura del Negro Matapacos, sino que quiere impulsar y promover el arte. “Es un compromiso a fondo el que uno tiene por esto y hasta la muerte, como el perrito”, señala.

¿Cómo nació la idea de crear una estructura del perro Matapacos?

Me di cuenta de la proliferación de creatividad en distintos ámbitos, con carteles y lienzos… ¡aluciné! Pero en la marcha del 25 de octubre, la del millón, veía metidos en Plaza de la Dignidad a Spiderman y a muchos otros, y pensaba: ‘quí falta algo, un estandarte, un ícono’.

¿Cómo fue el proceso de creación?

Al día siguiente salí en la mañana a recolectar trozos de reja, policarbonato de paraderos, cartón, y me traje cinco sacos de botellas, bidones, todo lo que desechaban las marchas en Plaza de la Dignidad. Así construí el primer perro, que estaba hecho fundamentalmente de material reciclado.

El 14 de noviembre llevaba como dos semanas de construcción y el día 15 se anunció este pacto del que deviene este proceso de plebiscito. Un pacto a cuatro paredes que no es precisamente lo que todos buscábamos. En su gran mayoría las personas buscaban una Asamblea Constituyente, libre y soberana. Me dolió en el alma, porque no podía ser que estuvieran haciendo un llamado a la paz en circunstancias que no había justicia ni paz. El perro tenía que ser una respuesta a esta bofetada que nos estaban pegando. Así que dije: ‘El mismo día 15 tenemos que sacar al perro’.

El perro fue un guiño al acuerdo…

Exacto. Lo terminamos de armar en el camino. Se dispuso en la Estación de Metro Salvador, orientando su vista hacia la Plaza de la Dignidad.

¿Por qué en ese lugar?

Estaba pensado estratégicamente por la asociación con la palabra salvador. El perro venía a salvarnos. Tal como el original Matapacos, que estaba ahí en la vanguardia.

¿Cómo fue el recibimiento de la gente?

El perrito llegó a ese espacio y el mismo día lo tomaron y lo llevaron espontáneamente en andas: así fue como tomó vida propia y se ganó el cariño de las personas. Adquirió un sentido de pertenencia y, en gran medida, fue un elemento de identificación, porque si bien el perro Matapacos tenía hogar, aludía al perro quiltro que estaba en la calle, que si llega a esa condición es porque lo abandonaron. Coincidí en que era una gran metáfora, una analogía con lo que ocurre con la sociedad chilena.

¿Qué te produce el hecho de que haya gente con la actitud de desquitarse con los símbolos?

Creo que nos están agrediendo a todos porque esto nos representa a muchos, naturalmente a unos cuantos no. Siento que lo ven como una forma de debilitar las convicciones del movimiento y generar miedo. Finalmente producen el efecto contrario, lo que hacen contribuye a visibilizar más el tema. Llama la atención el compromiso que espontáneamente asumieron las personas de reconstruir al perro, de participar. Eso nos permitió levantarnos rápidamente y no darle mucha vuelta. Más pena da la poca capacidad propositiva y creativa de ese lado. Podrían buscar sus propios íconos en vez de salir a atentar a los que existen.

¿Cuándo te enteraste del atentado incendiario?

Me llamaron temprano y me dijeron: ‘Marcel, quemaron el perro’. No estaba en Santiago, así que les dije: ‘Por favor, traten de rescatar la estructura, porque puedo ver cómo reconstruirlo’. Pero hubo gente que llegó espontáneamente a llevarle flores, como una animita, después lo empezaron a vestir y comenzó a agarrar corporeidad con los elementos vegetales. Al llegar y ver el resultado siento que fue cuando tomó más simbolismo, agarró más fuerza, porque pasó a ser una obra co-construída por todos.

Pero sabíamos que el material verde iba a dejar de ser verde e iba a caer. Ahí fue cuando se inició una campaña y fue necesario pedir apoyo de otros artistas para que ayudaran con la armadura. Luego ocurrieron dos o tres atentados más. Nuevamente pintura, golpes, lo arrastraron por las calles, y luego vino el segundo atentado incendiario que lo tiene como está ahora.

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Marcel Solá (44) nació en Los Ángeles y llegó a Santiago cuando tenía 8 años. Desde pequeño estuvo interesado en el mundo del arte y sus diversas ramas. Abrigado, con la figura de tres metros y medio del Matapacos a su espalda, y sentado en el centro de lo que será la sede del Museo del Estallido Social, recuerda que se pasaba todo el día dibujando y generando actividades culturales. Trajín que sigue puliendo hasta hoy.

Es licenciado en Estética y Artes. De joven, cuando se enteró de que había un conservatorio de artes plásticas en la Universidad de Chile, postuló e ingresó con 14 años. Por las mañanas asistía al colegio y en las tardes al conservatorio. Después de titularse realizó estudios relacionados con gestión de patrimonio en la Universidad Complutense de Madrid, y luego hizo un magíster en Museología en la Universidad de Valladolid.

Entre otras cosas, la museología se encarga de definir qué elementos tiene un valor cultural y patrimonial para desarrollar un proyecto museístico. Pero el concepto que más le acomoda a Solá para referirse a lo que hace, es el de la museología relacional, aquella escuela que busca plantear un cambio de paradigma, al sostener que las obras no son de una institución, ni de un Estado, ni de una región, sino que son de las personas. “Nosotros tenemos que asumir un sentido de pertenencia con respecto a esa colección, y las personas que la administran están al servicio de una comunidad (…). Existe un compromiso con las personas, no como perceptores, sino como actores relevantes en la discusión de cómo quieren que se presente su patrimonio”, señala.

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¿Cómo surgió la idea de crear un museo sobre la revuelta de octubre?

El estallido surgió de forma rizomática, en el sentido de las raíces. No tiene un centro, no hay núcleo, no hay cabeza, ni portavoz, ni líder. El constructo de las demandas se ha alzado de forma paralela, y a mi parecer, la reacción del pueblo hacia este levantamiento es una expresión de mucha contención de cosas guardadas. Desde esa perspectiva dije: ‘Hay que construir un espacio de resistencia cultural, pero que también englobe las distintas demandas’. Este proyecto lo estamos armando de forma colaborativa, asociativa, entre muchas personas. Pretende mantenerse con ese espíritu, por eso se habla del museo del pueblo para el pueblo.

¿Cómo se financia?

Estamos en una etapa muy incipiente. Al menos lo que es la página web ha sido fundamentalmente la inyección (de recursos) mía y de un par de personas que han colaborado, como una manera de poder dar el puntapié inicial. Ojalá el modelo colaborativo permita que esto se sustente no solo en su dimensión web, sino que también en este espacio físico que estamos tratando de equipar poco a poco. La idea es que esto pueda financiarse en base a aportes particulares mediante distintas plataformas. Haremos una campaña de levantamiento de recursos vía crowfunding para el extranjero, para chilenos que estén comprometidos con la causa y quieran aportar. Aquí el museo estará abierto a todos con un aporte voluntario para entrar.

¿Qué era este espacio antes de ser un museo?

Durante 10 años fue Cian, una plataforma con la que actualmente hago proyectos de reciclaje. Desde noviembre de 2019, este lugar comenzó a ser un espacio de resistencia cultural, donde se hacía la previa para ir a Plaza de la Dignidad los días viernes. Dos veces a la semana se hacían conversatorios donde venían distintos expositores, artistas urbanos, antropólogos… Se hacían ciclos de acción y reacción en torno al movimiento social. Eso en la mañana, y al mediodía ya comenzábamos a armar al perro, llegaban los barristas a buscar los mástiles para armar las banderas, y los vengadores de Chile a vestirse acá. Mientras otros discutían la teoría y conceptualización de lo que estaba ocurriendo, aquí estaba pasando, se estaba dinamizando el movimiento en sí.

¿Realizarán alguna actividad el 18 de octubre?

Haremos una especie de apertura simbólica el 17 de octubre. Queremos hacer una actividad secuenciada, donde invitemos, quizás en cuatro tramos de horario distintos, a distintos referentes de opinión, ojalá con el 80% del espacio armado.

¿Este sería el clímax de tu carrera?

En gran medida, quizás más que clímax, es la primera vez que se encuentran estas dos profesiones paralelas que he desarrollado: creador y artista y museólogo. (…). El hecho de estar creando, pero ya no desde el ego autoral, es un ejercicio que cuesta mucho, porque el medio te fuerza a hacerlo. Estoy orgulloso de poder mantenerme fuera de ese límite. Mucha gente me pregunta: ‘¿Tú eres el creador del perro?’. Sí, en algún momento fui el que tiró la primera piedra, pero somos muchos los creadores (…). La implicación que ha tenido la comunidad con una pieza de mi autoría, creo que es lo más reconfortante que una obra pueda tener esa vida propia. Me gusta esa idea media barroca del arte, donde se hacía como una dádiva para la otra vida. No pretendo eso, pero sí espero un cambio de conciencia. Esa es mi aspiración.

Matapacos

* Esta entrevista fue realizada en el curso de Crónicas y Entrevistas de la Escuela de Periodismo de la Universidad Alberto Hurtado.