La mudanza de la escuela al hogar
La situación actual de la pandemia conlleva muchas complejidades y aristas. Enfrentarla ha significado un gran esfuerzo en el área de la salud y en otras áreas, como la educación, tan necesarias para enfrentar una crisis sanitara como la actual.
En este ámbito, en materia escolar, profesores han tenido que enfrentar las precariedades que presentan estudiantes que viven en malas condiciones, dejando en evidencia la profundización de un sistema desigual, pese a los comprometidos esfuerzos docentes asumidos en esta emergencia.
La educación, concebida como un pilar fundamental para el desarrollo de las personas y la sociedad, en tanto sea desigual y sostenida así por el sistema educativo del país, reproducirá las inequidades sociales y económicas a lo largo del territorio. Una educadora de Peñalolén comentaba muy preocupada que “niños de muchos hogares no están aprendiendo nada porque los adultos familiares no entienden los contenidos de las tareas escolares, no saben cómo enseñar, no cuentan con internet y, si lo tienen, éste es inestable; así no se logran realizar las tareas escolares”. Y no es porque no quieran, sino porque no pueden y no saben cómo hacerlo. En contrario, estudiantes con mejores condiciones materiales, más autónomos y con apoyo de los padres, podrán tener notables aprendizajes en el actual escenario educativo.
Este escenario complejo es una muestra de la existencia de familias que se sienten incapaces de ayudar y dar cumplimiento a la exigencia del currículo escolar, de estar en casa y en modo “escuela” y no tener conocimientos para el apoyo escolar a sus hijos.
Entonces surge la pregunta: ¿cómo, en este contexto de pandemia, el Ministerio de Educación busca dar respuesta a esta asimetría? Al parecer, sólo pensando en volver a la escuela y que cada familia busque la manera de llevar a sus hijos a clases. Esto es muy problemático ya que, junto a las condiciones de infraestructura que requiere sobrellevar el distanciamiento social para salir de la tasa de contagio, el gran riesgo que se correría al aumentar la movilidad (mayor de número de pasajeros en la locomoción colectiva, familias y furgones trasladando a los escolares mañana y tarde) es la angustia por la cierta posibilidad del contagio.
La preocupación por educar a los niños y jóvenes, y dar así continuidad al desarrollo de su formación (y que se cumplan los objetivos escolares para sus aprendizajes), ha llevado al despliegue de un esfuerzo docente sin precedentes. En el hogar, en condiciones diversas, las familias organizan los espacios y horarios, aprendiendo y conociendo incluso por vez primera las tareas de sus hijos, no porque antes no hayan querido sino porque los horarios laborales extenuantes se lo impedían. Me relata una madre, con hijos de 7 y 9 años, que “antes por mi trabajo no conocía las tareas de mis hijos, ahora les ayudo en lo que puedo, aunque no entiendo mucho, pero estoy cerca y eso ha sido bueno, los veo felices cuando les converso sobre sus tareas”.
La actual situación sanitaria social y económica nos deja la gran tarea de pensar que no podemos seguir con lo que se ha venido haciendo mal en la formación de los estudiantes en el país. Los equipos técnicos gubernamentales, las escuelas y las unidades locales de educación, deben saber evaluar lo ocurrido. La crisis ha llevado a colocar atención en la forma de cómo nos estamos educando; si el formato texto y guías es el adecuado, si se ha realizado una pertinente adecuación curricular, donde se puedan integrar las diversas áreas del conocimiento promoviendo el desarrollo de propuestas de los propios estudiantes abiertas a la indagación, a las preguntas, para ser resuelta a partir de proyectos que puedan discutir y resolver en el hogar. La situación de pandemia y sus implicaciones invita a pensar esta emergencia desde diversas áreas del conocimiento. También, a buscar otras estrategias de enseñanza y aprendizaje que permitan pensar en alternativas de bienestar a las comunidades escolares y familiares, con foco en la situación emocional y en un acompañamiento diferenciado.
En esta discusión podemos abordar un sinfín de preguntas necesarias para saber rescatar este valioso tiempo y hacer sus mejoras. ¿Cómo pensar la enseñanza en este contexto? ¿Será posible colocar ruedas a la escuela y que ésta se traslade con todos los cuidados a los estudiantes para así abrir nuevos paisajes de aprendizajes y ofrecer un proceso pedagógico diferenciado? ¿Los directivos y docentes han tenido el tiempo necesario para analizar, debatir y adecuar su metodología y evaluaciones? ¿Cuál es la responsabilidad que recae al docente, estudiantes y familia? ¿El uso de la tecnología se remite a seguir replicando la tradicional enseñanza de las aulas escolares? ¿Es posible que desde el hogar sean los niños y las niñas quienes co-construyan, con sus docentes, aprendizajes de manera integral con y en las diversas áreas del conocimiento? ¿Cómo estamos pensando a la familia en la educación de los hijos e hijas?
La situación generada por la pandemia, en algunos casos, ha permitido un mayor involucramiento de sus integrantes, y en otros esto ha sido mínimo o nulo.
La formación en educación, y su actual exigencia a gran escala, requiere de una acción mancomunada para contribuir. Más de tres millones de niños, niñas y adolescentes integran el sistema escolar en Chile, y de ellos casi el 23% a nivel nacional (907.711) vive en condición de pobreza multidimensional, cifra que supera el 37% para quienes viven en zonas rurales. (La pobreza multidimensional se considera tras la evaluación de 15 indicadores de las dimensiones de salud, educación, trabajo y seguridad social, vivienda y entorno, y redes y cohesión social. Una persona está en situación de pobreza multidimensional cuando tiene un 22,5% de incumplimiento de dichos indicadores).
Centrar el foco en la mejora de las condiciones en la comunidad escolar y familiar es un imperativo del sistema educativo del país, y se deben tomar medidas de apoyo sostenido al protagonismo de la comunidad y los territorios. La importancia de una educación familiar y comunitaria resulta fundamental, vehiculizada con políticas públicas pertinentes para una educación que aporte y dé soporte organizacional local, sumando a las existentes organizaciones escolares, y así crear o potenciar iniciativas con medios comunicativos como radios escolares, territoriales, en alianzas con medios de comunicación y canales abiertos de TV formativos y culturales.
La familia y la comunidad se ven demandadas en un ámbito que era más autónomo de los propios estudiantes, ya que el recreo y el aula ahora están ocurriendo en el hogar. La educación hoy ya no está en el edificio escolar, y no sabemos hasta cuándo lo volverá a estar, pues ésta se ha mudado.
El diseño de los espacios educativos de la escuela hoy se trasladó al hogar, con gran demanda, lo que requiere de potenciales diálogos y abrir a nuevas perspectivas y enfoques en la enseñanza, así como también redes profesionales y comunitarias, para promover legítimos refugios de acogida y herramientas pedagógicas para los niños, niñas y adolescentes.
La escuela como espacio se ha vuelto heterogénea, por lo que pensar la pedagogía, los contextos, el o los paisajes de aprendizaje familiar, en tanto escenarios educativos pertinentes conscientes, es un imperativo de gran responsabilidad política.