CRÓNICAS DE PANDEMIA| Postales de COVID-19 desde el San Juan de Dios
Hoy está lloviznando, llegué más temprano y me arropé entre las frazadas. Por el ventanal veo algunos árboles desnudos, sin sus hojas. Aún quedan huellas del otoño. El invierno llegó sin sentirlo realmente, mi rutina diaria es con la misma ropa hace semanas, ropa de calle hasta el hospital donde me pongo buzo de turno, que me saco antes de volver a casa, meto en una bolsa y se va directo al lavado al llegar.
No tengo conciencia de cómo pasan los días, estoy siempre en un estado de alerta que me cansa, duermo mal, me despierto en las noches, ansiosa, vuelvo a dormir. A las 6 ya estoy en pie, preparo un café, me ducho. Afuera hace frío y está oscuro, los vecinos duermen.
Me controlan una vez en la Alameda, apoyo la credencial contra la ventana. Ya ni me parezco a la foto, ahí aparezco sonriente, maquillada y con aros. Me ha crecido el pelo y está desordenado, ya no podemos usar aros ni anillos ni nada, sonrío menos que antes y ando con mascarilla. Me dejan seguir.
Voy por calle Huérfanos, con sus edificios antiguos, los grafitis en las paredes, paso por el cité Adriana Cousiño que tanto me gusta. En esta calle, que antes se llamaba calle del Regente, estaba el Hospicio de Los Pobres y que sirvió para asistir a alrededor de 4.000 mujeres enfermas en la epidemia de cólera que azotó Santiago entre los años 1870 y 1880. Los huérfanos de las mujeres que murieron víctimas de la epidemia continuaron viviendo en la antigua hospedería, de ahí que se convirtiera en la calle "de los Huérfanos".
Ahora, en las calles aledañas al hospital han aumentado las personas sin casa, sus colchones sucios, tapados con cartones, su quiltro que comparte el calor y la poca comida.
A las 8 am me conecto a la primera reunión del día, informe de las novedades del turno, ver cuántos pacientes ingresaron, (sí, nuevamente son solo COVID), saber cuántas camas quedan disponibles, cuántos fallecieron, cuántos están mejor. Quedan cupos, algunos se irán a sus hogares, será un día más tranquilo. Las semanas de planificación, de innovación, de redistribución dan sus frutos. Hay novedades del buen resultado del tratamiento con dexametasona. Veamos cómo sigue eso, ya habíamos empezado a usarla.
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Pero los cementerios cavan nuevas fosas y algunos hospitales han comprado cámaras mortuorias. ¿Cómo llegamos a esto, a un sistema tan desbordado que casi no puede hacerse cargo de los vivos ni de los muertos?
Me invade una sensación que me transporta lejos. A tiempos de experimentos y pócimas, a curanderos y barberos. Veo al médico de entonces, tomando el pulso al lado de la cama del enfermo, contando sus respiraciones, usando láudano para aliviar sus dolores. Sin mucho más que ofrecer.
A mediados del siglo XVI, el alquimista suizo Paracelso creó una sustancia que parecía combatir todos los males físicos que aquejaban al hombre. La denominó “láudano” y consistía en una preparación compuesta por vino blanco, azafrán, clavo, canela y otras sustancias además de opio.
¿Y ahora? A veces tampoco hay más que ofrecer. Evaluamos la respiración, el pulso, la temperatura. Exámenes más sofisticados, intentamos tratamientos de transición a ver si no requiere ventilación mecánica, si es que sus pulmones ya estaban dañados, su corazón también, si su diabetes de tantos años ha dejado estragos. No, no va a ser capaz de aguantar procedimientos más invasivos.
Eso ha sido siempre así, pero ahora se acumulan los casos similares, entonces hay que ver cómo ayudar, cómo aliviar. Ya está agotado, la máscara de recirculación le entrega todo el oxígeno posible, pero no puede más.
Hablamos detrás de mascarillas y escudos faciales, entre pecheras y guantes,
¿Imaginarán nuestros rostros?, ¿que les guardamos una sonrisa?
Dice que quiere descansar en paz, que está tranquilo.
El láudano, necesito el láudano.
Sedación paliativa. Con morfina o fentanilo (compuesto sintético opioide)
El láudano sigue vigente.
Paracelso también.