La nostalgia del futuro

La nostalgia del futuro

Por: Javier Agüero Águila | 01.06.2020
¿Sabemos entonces cuál será nuestra nostalgia en el futuro? ¿De qué tendremos melancolía y por qué o quién o quiénes haremos el duelo que aún no llega? ¿Qué haremos con la herencia de miles de muertos que redibujaran la lonja de tierra y mar que llamamos Chile?

"Nostalgia sí, pero del futuro, de lo que no nos ha pasado pero debiera pasarnos”, escribió Jorge Teillier.

Esta frase del poeta lautarino, aparecida en el libro Muertes y maravillas, de 1971, podría introducirnos en un complejo entramado temporal en el que bien valdría la pena insistir para pensar el duelo que viene, que “nos” viene, en estos días en que el coronavirus parece haber encontrado en Chile uno de sus ecosistemas preferidos. Al decir Teillier que la nostalgia habitaría en el futuro, lo que produce es una severa descoordinación cronológica donde la nostalgia misma, por tradición siempre asociada a algo que ocurrió, se produciría en un espacio ausente, no empírico, lanzada hacia un adelante que no podemos controlar, prever ni menos calcular. La nostalgia, en este sentido, nos acecha como una promesa permanente que se descubre únicamente en la constatación de un presente que se asume como su productor, pero que es incapaz de entender su momento, su único y singular momento: el futuro (tan indeterminado como indeterminable).

El duelo que vivimos y el que está porvenir, el que se acerca de manera escandalosa, desmadrada y sin medidas, se intersecta con esta nostalgia teillieriana, activando un melancólico espacio en donde la filosofía y la literatura, una vez más, se hacen consanguíneas.

Desde la filosofía derridiana, por ejemplo, el duelo no se vive después de la muerte de alguien. No es la desaparición física de un cercano la que nos enluta y que podría dar comienzo al duelo mismo o a lo que Freud llamaría “trabajo de duelo”. El duelo, para Jacques Derrida, es una experiencia que se vive “en” la vida y que nos prepara para la muerte. Desde el momento mismo en que dos personas se conocen ya saben, tácitamente y quizás de manera inconsciente, que uno de ellos partirá primero y que el otro quedará a modo de testigo y testimonio de esa vida que no existe más, que se biodegradó pero que perdura a modo de herencia en los sobre-vivientes. Diremos, en resumen, que el duelo habita entre nosotros, los vivos, y en la vida que se despliega como una ruta donde al caminar juntos, siempre, se adhirió la partida, la futura ausencia, la nostalgia del futuro, el duelo como fuga de la materia, pero, al mismo tiempo, como la llegada de la responsabilidad frente a los que ya no están ni estarán.

¿Sabemos entonces cuál será nuestra nostalgia en el futuro? ¿De qué tendremos melancolía y por qué o quién o quiénes haremos el duelo que aún no llega? ¿Qué haremos con la herencia de miles de muertos que redibujaran la lonja de tierra y mar que llamamos Chile?

Por supuesto que estas preguntas son, al día de hoy, sin respuesta. Hasta pueden parecer inútiles y fruto de otra de las tantas abstracciones filosóficas que nos llegan en la actualidad. Sin embargo, al momento de pensar en un país que deberá re-edificarse sobre la base de un cementerio tan largo y ancho como sí mismo, no parecen tan absurdas. Imaginarse un Chile post-pandemia es asumir la responsabilidad de una muerte tan presente como venidera, de duelos pasados, actuales y futuros que debieran ser decisivos cuando se resignifique la política, las artes, las ciencias humanas, la filosofía, la economía, en fin, el engranaje completo de una sociedad que definitivamente no podrá volver a ser la misma.

No se trata de dar indicaciones sicologistas sobre cómo administrar el duelo. Tampoco es la idea responsabilizar a tal o cual por los muertos que comienzan a llenar el paisaje de este país, y que nos ponen de cara a una larga noche en la que veremos alinearse ataúdes en una suerte de tenebrosa parada nacional. No es propicio, en este momento, el reproche político cuando el genocida es un virus. La cuenta por las responsabilidades políticas se endosará después y resulta oportunista –casi in-humano– cobrarla hoy, cuando Chile se acerca casi a los mil muertos y las proyecciones de este cruel y árido número son brutalmente multiplicables en las próximas semanas.

Simplemente y en el encuentro de dos fantasmas, Teillier y Derrida, nos animamos a pensar en lo impensable toda vez que la nostalgia, el duelo, la muerte y la desolación, son asuntos políticos, radical y contundentemente políticos.

Frente a esto anclamos nuestra responsabilidad.