Rosa y Juan Carlos: El regreso a casa de dos adultos mayores recuperados de coronavirus
Rosa Guerrero Quevedo (68) está en su casa en Temuco aun no recuperada del todo, pero con la tranquilidad de que lo peor ya pasó. Sigue confinada en su pieza de donde sale lo menos posible porque vive con tres personas: su esposo, su hija y su nieto de 18 años. El contacto con ellos ha sido mínimo. Todos los días le dejan las comidas sobre una mesa pegada a su puerta para que ella rápidamente la abra y la entre.
—No nos podemos tocar nada nada, ni cuando llegué después de 35 días hospitalizada pude abrazarlos—, cuenta la profesora jubilada que ejerció la docencia por más de cuarenta años en La Araucanía.
Primero fue atendida en el Hospital Regional de Temuco, uno de los más colapsados por el gran número de contagiados, posicionándose detrás de la Región Metropolitana. Pero a diferencia de lo que se vería a los pocos días después, el ingreso de Rosa fue fluido: no pasó más de media hora para que la atendieran. Ahí le tomaron exámenes y la internaron en la UTI. A los días, la trasladaron al Hospital Regional de Concepción. En parte, porque necesitaban desocupar camas para los pacientes que estaban aún más críticos que ella. Desde ahí dice que no tiene recuerdos claros porque estuvo varios días en coma inducido.
Juan Carlos Mena Jiménez (68) está sentado en su cama, con el celular frente a él, atento a la videollamada entrante. Se escuchan gritos de niños, son sus dos nietos que andan dando vuelta por el patio de su casa en Chicureo que ahora se acercan por el ventanal a saludarlo. Desde que volvió su hija lo ha estado está cuidando.
—¡Papá, voy a entrar!, me dice ella. Ahí yo me pongo la mascarilla de un lado, y ella se prepara con guantes, bata, mascarilla del otro. Ya pasé lo que pasé y no quiero cometer ninguna falta para volver a estar de nuevo hospitalizado—, expresa después de los 36 días que estuvo internado en la Clínica Alemana.
Primero estuvo dos días en la UTI y luego en la UCI por otros diez, en un sector solo habilitado para pacientes con coronavirus, en una pieza completamente aislado. Casi siempre estuvo consiente, dice haciendo memoria.
Él era gerente de cuentas de una compañía sueca que vende equipos e insumos para una minera. Pasar por esto le ha cambiado la vida. Ahora a un costado de su cama tiene instalado un tubo de oxígeno en caso que presente una nueva crisis. Posiblemente este aparato lo acompañará por varios meses, según le dijo doctora porque no quedaría cien por ciento recuperado de las vías respiratorias.
—Pongo esta manguerita por aquí, esto por allá, mira súper simple, y ya está. Bueno, ahora dependo de esta cuestión—, se le ve sonreír por la pantalla.
Contagio y hospitalización
Rosa no sabe exactamente dónde se contagió, pero se acuerda que sus últimas salidas fueron a feria Pinto y a mall Portal Temuco, y aquí no usó mascarilla. De los familiares que la acompañaron ese día ninguno ha dado positivo. Le sorprende haber sido ella la primera en contagiarse porque siempre fue la más cuidadosa con la higiene, limpiando los espacios cada vez que salían y volvían a la casa.
Su estadía en ambos hospitales le permitió ver la crudeza de la atención del sistema público. En Concepción reconoció mayores recursos que en Temuco, partiendo por los insumos de protección personal de los funcionarios de salud. Había mayor cantidad de guantes disponibles, delantales, escudos faciales, que en el otro recinto sanitario donde no todos ocupaban por falta de stock. Eso sí reconoce que hubiese preferido la atención de más enfermeras que enfermeros, se hubiese sentido más en confianza, pero que el trato igualmente fue muy bueno.
Cuando estuvo más recuperada pudo contactarse con su familia dos veces por videollamada. Eso la hacía sentir tranquila, conectada con su esposo e hijas, hasta que le dieron la orden de traslado. Volvieron al hospital de Temuco porque querían conocerla, era uno de los casos de recuperados y eso les daba mucha alegría. Desde entonces la están monitoreando dos veces al día por llamados telefónicos a la espera del alta definitiva.
Por su parte, Juan Carlos sí tiene muy identificado cómo y dónde contrajo el virus. Fue en el funeral de su madre que falleció a mediados de marzo. Hicieron el velorio en su casa y llegaron muchos familiares y amigos. Al día después del funeral, lo llama uno de sus sobrinos:
— “Tío, di positivo en el examen para que le avise a todos los que estuvieron en el funeral”, me dijo, y chuta yapo, había que avisarles a todos, siempre pensando que a otro le podría haber dado.
A los días comenzó a sentirse mal y se hizo el test junto a su esposa. Lo llamaron de la clínica informándole del resultado positivo. A esas alturas ya se estaba sintiendo mal, le dolía mucho la cabeza, tenía tos, aunque la fiebre nunca fue superior a los 37°. Todo se agravó una tarde en que se empezó ahogar y tuvieron que internarlo en la de urgencia. De ahí no recuerda mucho.
—Me atendieron bien. A veces me choreaba y me enojaba porque les pedía que vinieran y se demoraban. Después claro que entendí que era porque hacían pasar tiempo y aprovechaban de entrar las menos veces cuando llevaban el almuerzo—, cuenta.
Estando hospitalizado sintió mucho miedo, pensó sobre todo en su familia. En algún momento también creyó que no podría vencer la enfermedad porque la evolución de su organismo era completamente desconocido. Todo el tiempo era una lucha, y para seguir tenía que tomar decisiones.
—En tu pieza tienes tele y estás viendo que murieron dos, tres, cinco a cada rato. De repente opté por ver solo fútbol y el Pasapalabra. Dejé de ver noticias porque quedaba súper angustiado—, explica.
Los deseos para después de la cuarentena
Rosa Guerrero les pidió a sus ancestros que la ayudaran a salir de esto. A su madre, a su padre, a sus tías fallecidas. Necesitó aferrarse a algo para enfrentar una enfermedad tan potente. En su vida nuca fue una creyente ferviente, pero reconoce que ahora sí rezó muchas veces pidiéndole a Dios que le ayudara.
—Fue como un milagro estuve con una neumonía aguda tremenda, porque el virus hizo estragos los pulmones. En mi casa me siento cómoda y protegida—, admite.
Si algo le ha dado tranquilidad en este tiempo, ya en su casa, ha sido volver a tomar contacto con personas con las que se había enemistado, algunas amistades que ha vuelto a llamar y ha retomado las relaciones.
Duda sobre lo primero que quiere hacer cuando se recupere y se levante la cuarentena, sí sabe que será con su familia, tal vez pasear o hacer alguna reunión con todos. Quiere retomar el yoga y también las costuras, una actividad que partió una vez pensionada. Por ahora los médicos le recomendaron caminar bastante dentro de la pieza, tomar bastante líquido y comer sano. Ahora su pasatiempo dice serán los libros, novelas que nunca dejan de acumularse sobre su velador. También extraña el yoga que ha sido un ejercicio sanador, y que también le ayudó, dice, a enfrentar de mejor manera esta enfermedad.
Cree que las miles de muertes que está dejando esta pandemia refleja el fracaso del sistema de salud público en el que ella misma se atendió y siente una tristeza profunda por esos adultos mayores que, a diferencia de ella, no pudieron ganarle la batalla a este virus. Ella se siente una privilegiada.
Juan Carlos se emociona, se queda un rato en silencio. Lo único que quiere es estar tranquilo. Cuando se levante la cuarentena no quiere más que disfrutar a su familia y apunta al patio por donde andan jugando sus nietos.
La enfermedad le ha cambiado la perspectiva de las cosas, ha sido todo muy complicado de afrontar, sobre todo porque todo está fuera de su control. Dice que hay que ser fuerte e intentar quedar bien, aunque a él le diagnosticaron pequeña falla pulmonar que le están tratando con corticoides. Eso hace que se canse y se ahogue, en esos casos recurre al oxígeno.
—Puedo quedar con alguna cosa no tan complicada, mmm con una pifia ahí—, explica.
Juan Carlos también piensa en los adultos mayores que no han podido ser atendidos en condiciones dignas, se reconoce privilegiado de haber asistido a una clínica privada y reconoce que le da susto lo que pueda venir, una debacle para el sistema de salud.
—Ojalá mañana se termine esta cuestión, pero lamentablemente no es tan auspicioso. Veo lo que ha pasado en Italia producto del colapso de los hospitales, donde no hay camas, donde están todas ocupadas. No quiero ni imaginar eso.