“No hay disparo al rostro que ciegue nuestros sueños”: Matías Orellana denuncia ante la ONU las violaciones a los DD.HH. cometidas en Chile
Empezó en Génova la gira de Matías Orellana por Europa, exactamente el 21 de febrero. Su objetivo: visibilizar las graves y sistemáticas violaciones de derechos humanos que están ocurriendo actualmente en Chile, desde que el 18 de octubre del año pasado se desató el estallido social.
Bruselas, Londres, Madrid y Berlín, son algunas de las ciudades de la gira. En la agenda están previstos varios encuentros, entre ellos, uno que se realizó el pasado miércoles y que fue organizado por la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos-Desaparecidos (FEDEFAM) en el contexto de la 43° sesión del Consejo de Derechos Humanos, que se está realizando actualmente en la sede de las Naciones Unidas de Ginebra.
El Desconcierto recogió parte del relato de Orellana en esa instancia, quien sufrió la mutilación de su ojo derecho producto del accionar de carabineros con bombas lacrimógena. Su caso de daño visual fue el 401 a nivel nacional y este medio publicó su historia, en formato escrito y audiovisual, en enero, dando cuenta de la brutalidad del ataque y las consecuencias en su salud y fuente laboral.
Orellana también quiso que el resto del mundo supiera lo que está pasando en Chile y por eso viajó a Europa a dar testimonio de su caso. Acá, las principales ideas que planteó el pasado miércoles:
“Entre el turismo, las playas y los restaurantes que se encuentran en la costanera, miles de personas viven sin agua o luz acampadas en los cerros. Hoy vengo a relatar mi historia como testigo de la violencia de Carabineros, Ejército, y la Armada de Chile. Soy la victima 401 de traumas oculares severos que han ocurrido desde el estallido, pero he sido golpeado y reprimido desde antes de nacer como la mayoría de mis compatriotas”.
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Así empezó Orellana su discurso, quien fuera víctima durante la noche del año nuevo de la violencia policial de Carabineros de Chile.
“Quería ir al Cerro Alegre después de medianoche. Nos juntamos con mis amigos en el cerro Barón y caminamos por calle Brasil. Llegando a la feria de artesanía a la altura de la plaza cívica nos damos cuenta que habían muchísimos carabineros, fuerzas especiales, guanacos y zorrillos. Nos dimos la vuelta por Condell, pero allí tampoco había un camino seguro. Teníamos miedo que nos hicieran una encerrona. El enfrentamiento estaba súper fuerte, y nos quedamos mirando un rato. Veo un destello muy fuerte como fuego artificial y me tiro al piso por acto reflejo. No por la lacrimógena, sino que por susto”.
“Lo último que alcancé a ver fue un mar de sangre por todos lados. Sentí como si mi sangre me estuviera ahogando. Allí me transportaron y sentaron en la pérgola. Pedí a todos que me apretaran, pero nadie se atrevía a ponerme la mano sobre la herida. Sentía mi polera súper pesada por la sangre. Es allí cuando llega un chico y me venda, eso fue el alivio máximo”.
“Como pueden imaginar, esta injusta agresión y sus dolorosas consecuencia me han hecho pensar mucho en las circunstancia de mi vida. Nací y crecí escuchando las historias de las dictaduras y viendo el miedo que sigue causando en mis padres. Sin embargo, en mi generación, el sentimiento es distinto: poco a poco la sumisión se ha ido tornando en indignación. Esta energía se manifiesta bajo el estallido social, en su masividad y duración. Esta energía reúne la mal llamada clase media, la clase trabajadora, que ha visto familiares morir esperando durante meses horas de atención en el hospital, y las familias que han pasado toda la vida ahorrando por una vivienda que jamás podrán comprar”.
“Eso no es algo nuevo de la historia chilena. La historia de nuestro país ha sido así desde la invasión española, marcada por masacres y matanzas; primero de indígenas, luego de obreros y, hoy, en 2020, de pobladores y ciudadanos”.
“Cada vez que el pueblo y la clase trabajadores ha intentado organizarse para obtener mejores políticas públicas y el respeto de sus derechos, la respuesta del gobierno siempre ha sido la represión. Lo que cometieron los españoles, y luego el Ejército, hoy lo comete la policía militarizada a través de los carabineros”.
“¿Cómo explicaré a mis estudiantes de 7, 8 o 9 años que me falta un ojo? ¿Se asustará la gente de noche cuando me vea con la cara cortada? ¿Podré encontrar trabajo nuevamente?”.
Las preguntas con las que Orellana cerró su discurso rondan su cabeza desde esta fatídica noche de año nuevo, cuando el impacto de una lacrimógena en su rostro estuvo a un paso de quitarle la vida por el solo crimen de caminar en una noche de verano.