Mon Laferte: Pobla y corazón
Estaba en su contrato que tenía que abrir las puertas de su casa, contar sus penas, las miserias familiares, narrar con detalle la épica de la chiquilla de Gómez Carreño, la cantante de “la Gómez”, la de esa parte de la ciudad bella que no es tan bella y mostrar en cámara el dolor sincero de una a la que le faltó todo antes de convertirse en una estrella. O algo parecido a eso que era lo que proponía el programa Rojo, Fama Contrafama, donde la viñamarina se empezó a hacer un nombre en el mundo del espectáculo chileno con el ingrato apodo de “La Chica de Rojo”, porque seguro que algún creativo debe haber pensado que aquella ocurrencia era suficiente para hacer justicia con el talento de esta provinciana de ojos negros y risa desconfiada que cantaba mejor que todos.
Norma Monserrat Bustamante Laferte lo supo muy temprano. Que al menos hasta ese momento en este mundo siempre había que ceder algo para conseguir lo que se busca. Y en ese cruel bautismo televisivo con espíritu de reality y animadores inquisidores buscando la lagrima fácil y la emoción impostada supo lo que tendría que vivir hasta llegar al lugar que ella quería llegar.
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Quizás por eso, porque tuvo que responder demasiado cuando más bien quería callar, es que guardó silencio. Lo hizo en 2017 y lo hizo anoche frente a distintos animadores, pero con relatos similares. Ella, que ya no les va a dar nada, que sólo va a hablar con su público, guardó silencio frente a preguntas con respuestas demasiado evidentes. Su emoción de triunfar en ese escenario, lo significativo de que lo consiguiera en su ciudad natal, el evidente estremecimiento que debe sentir una mujer como ella con la reacción del público, el recuerdo familiar, el importante paso en su carrera. Frente a todo eso, silencio, porque Mon Laferte, lo vio todo Chile anoche, habla incluso cuando calla con una presencia que es tan magnética como incómoda para los que no la quieren. Aquellos que se intimidan con esta mujer empoderada y desafiante, los mismos que la deben seguir viendo como la chica de “la Gómez”, la “Mon LaFlaite”, como decían algunos en redes sociales, molestos con tanto tatuaje, tanto zurderío, tanta mujer arriba del escenario, un espectáculo tan de rotos, tan inapropiado para los tiempos que corren.
La viñamarina, la ex Chica de Rojo, la flor que nació donde no florece nada, anoche fue la dueña. La patrona de la misma industria que la quiso moldear, del mismo mundo que falló en el intento de domesticarla. Porque lo de Mon Laferte, le guste a quien le guste, y le moleste a quien le moleste, es puro talento y sensibilidad de una artista conectada con su entorno. Sensible con lo que pasa a su alrededor. Ayer, sobre un escenario que ocupó con rotunda propiedad, admitió haber sentido miedo en la previa y habló de lo insólito que es que se intente castigar a un artista que habla de lo que pasa en su país y de lo difícil que es para ella, que supo lo que era sentir hambre, no empatizar con los que menos tienen. Y como es así, pura pobla y corazón, terminó alentando los gritos contra los mismos Carabineros que la quieren ver declarando en Fiscalía, llamando a sus fans a que se “portaran bien” cuando le seguían el juego y hasta regalando sus Gaviotas, algo que no hizo por desaire ni por falta de respeto, sino simplemente porque los símbolos para la gran ganadora del Festival de Viña hoy son otros. Monserrat Bustamante, la misma que entró a Rojo en 2003, la que quizás en esa época debe haber soñado con recibir esos trofeos, anoche decidió regalarlos porque en el duro camino que recorrió para convertirse en una artista de verdad aprendió que lo valioso se gana con su voz, con sus silencios y con esas canciones que ya son clásicos en el corazón de miles de chilenos como ella, la chica de “la Gómez”.