[#Viña2020] Silenciosa, libre en el surco: Mon Laferte en cuatro actos
I. Santiago, enero de 2004
Mon Laferte no existe. Al menos no públicamente. Nadie podría preguntarse quién es esta cantante pues no está en las opciones de ningún productor discográfico, promotor de talentos, director de televisión o espectador. Pero si está. Mon Laferte duerme bajo los trajes de la chica de rojo. Aparece a veces, cuando Norma, conocida por el público como Monserrat, practica con su guitarra el repertorio de Violeta Parra y recuerda las viejas canciones que de pequeña le enseñó su abuela en su modesta casita costera de la Quinta Región. Una vez, incluso, apareció públicamente en una calurosa noche de enero de 2004 durante su actuación en la Gala del programa Rojo (Fama Contrafama), cuando interpretó con fuerza, pero con temor, la canción ‘It’s oh so quiet’ de la cantante islandesa Björk.
Pero Mon volvió a dormir, porque la gente no quiere ver a Mon Laferte. No todavía. Esa noche Monserrat no ganó, conformándose con el segundo lugar y un premio al esfuerzo por su “dedicación, responsabilidad, disciplina, entrega, abnegación, afán de superación, rectitud y actitud positiva ante los desafíos”, como reconoció el animador. Monserrat llora de felicidad, pasmada y sin palabras. Poco antes había recibido un disco de platino por su disco debut, que ingresó a los rankings en el puesto n°1. Premios por acá, premios por allá, es tanto el éxito que la joven cantante debe asimilar su transformación en personaje público sin poder liberar su fuego más auténtico y personal.
Así que Mon espera su momento camuflada en el rostro risueño de la joven porteña del programa de talentos que acompaña a la familia a la hora de la once. Mon duerme tras la sonrisa intranquila y a ratos complaciente de Monserrat, que llegó a la capital a cumplir sus sueños, pues, para los que nacieron con la vista en el mar, dejar la tierra natal e irse a tocar las nubes es siempre una posibilidad.
II. Ciudad de México, diciembre de 2011
Mon Laferte está a punto de subir a un avión con rumbo a Chile para mostrarse públicamente por primera vez, promocionando su primer disco solista y como jurado en un programa de talentos. Acá es una imagen, con suerte. Imagen chocante, por cierto. Mon es un falso recuerdo de Monserrat, la joven risueña, pero convertida en una versión gótica, transgresora y rockera. Rara. Sus antiguos fans no la entienden. En verdad, los fans que le quedan, pues con el cierre del programa de TV donde actuaba, la hecatombe se hizo sentir poderosamente en toda su generación. Ninguno pudo triunfar fuera del programa que los hiciera famosos. Ninguno volvió a ser ídolo otra vez. Ninguno sobrevivió. Mon fue uno de ellos. Más bien Monserrat, porque Mon es otra artista, de ojos delineados, minifalta rota, pelo al aire, tez blanca, voz rasposa, guitarra sucia.
La gente se entera de a poco quien es Mon Laferte, la cantante que de pronto es golpeada con un cáncer de tiroides que casi la deja sin voz y que afortunadamente logró superar, más no ha tenido la misma suerte para hacer explotar su carrera. Mon sabe que producirá impacto cuando regrese a Chile, pero está preparada en caso de pasar desapercibida. Sabe que existe una posibilidad para que asomen las típicas preguntas que penetran el cuerpo como fuego enemigo. “¿Por qué, Monserrat? ¿Por qué te fuiste tan lejos? ¿Por qué cambiaste tu nombre? ¿Por qué cambiaste tu apariencia? ¿Por qué tuviste que tocar en cantinas y en el metro de la ciudad más grande de Latinoamérica para hacerte un nombre que no te ha llevado a ninguna parte?”. También sabe que del cariño que recibió en las galas del extinto programa de TVN ya queda poco, que la franquicia ha ensuciado su nombre al descubrirse polémicas y delitos, algunos de índole sexual, donde estuvieron implicados productores que en su momento no permitieron florecer a Mon, encerrándola en un estéril clan de jóvenes cantantes sin más apremios que el camino rápido al éxito.
En el avión, Mon piensa en un balance y contempla que su camino no ha sido fácil, que merece el esquivo reconocimiento y que la frase “nadie es profeta en su tierra” nunca había tenido tanto sentido. Pero pese a todo está contenta de al fin ser Mon y haberse desprendido de la esclavitud de un sistema cultural paternalista, pobre, mediocre y miope: Nadie iba a conducir su camino desde ahora en adelante.
III. Viña del Mar, febrero de 2017
Nadie estaba preparado para asimilar la velocidad en que Mon Laferte se transformó en un fenómeno. Entre las dudas de los críticos musicales, de los promotores de la industria y del público en general, no había certeza de lo que acontecía con la joven cantante que años atrás mostraba sus canciones en televisión abierta. ¿Era Mon Laferta la artista que al fin conglomeraría a generaciones de manera transversal inscribiéndose a fuego en el ADN de la cultura popular chilena? ¿Iba a ser un fenómeno fugaz que, como tal, debíamos aprovechar mientras durara? ¿Era posible evitar la confrontación entre quienes se dejaban encantar por su actuación y la emergencia del chaqueteo que ladró desesperado mientras la historia pasaba frente a sus ojos? De lo que no había dudas es que ya no era Monserrat, era Mon: la hija prodiga del pop chileno, que luego de años de reconversión regresaba para presentar un disco que se transformaría en clásico ineludible.
Mon defendía sus credenciales el sábado 25 de febrero en la sexta noche del Festival de Viña del Mar 2017. Siente que se debe al público y demuestra un agradecimiento sincero a la vida por permitirle estar ahí. Es posible que recuerde que un modesto Teatro Cariola en mayo del 2016 asomó como el primer hito en su reconciliación con la lejana patria del sur y que todavía no lograra explicarse cómo, hace poco más de un mes, fue uno de los números estelares en la Cumbre del Rock Chileno encabezando el cartel junto a Jorge González y Álvaro Henríquez. Mon no lo tiene tan claro y esa noche, desbordada en emoción, no le importa mostrar sus manos temblorosas en televisión, porque realmente le cuesta creer que ha cumplido su sueño y, sobre todo, que lo ha sellado en su tierra natal.
Por una noche, el Festival de Viña volvió a ser el escenario donde se imprimen los momentos más importantes de la música popular chilena, con la joven cantante en el centro custodiando la larga biografía colectiva de canto pasional femenino de mujeres como Violeta Parra, Cecilia, Palmenia Pizarro y Myriam Hernández, porque pareciera que todas viven y se expresan a través de su voz cada vez que Mon alarga las notas, evita el falsete o imprime un vibrato. El público, los televidentes y las redes sociales caen rendidos e intentando devolver ese amor sincero, explicando a Mon que son ellos los agradecidos por haberles devuelto la emoción y la fe en las canciones. Se desataba la Monmanía, dejando una postal que se convirtió en el hito musical definitivo de la década del 2010.
IV. Las Vegas, noviembre de 2019
Artista de carácter mundial y de estatus prioritario para su sello, sus canciones han marcado tendencia global en las plataformas streaming, sus presentaciones dan qué hablar en importantes festivales como Lollapalooza y Coachella, dos discos con una crítica que no se detiene en elogios, nominaciones a los premios más prestigiosos del mercado internacional y colaboraciones con destacados artistas de diversos estilos. Ha pasado mucha agua bajo el puente desde que Mon Laferte regresó a Chile como figura, mientras acá su público no para de crecer, girando de norte a sur, llenando el Teatro Caupolicán, el Movistar Arena y provocando la confirmación del anuncio para una segunda presentación en el Festival de Viña del Mar del 2020.
Es un buen año para Mon, pero no puede desasirse de lo que ocurre en su país. La respuesta del gobierno al estallido social se redujo a una dura y sistemática violación de los Derechos Humanos contra los manifestantes. Mon conoce su posición como figura mediática y, aún más profundo, percibe el amor de los chilenos y chilenas que despertaron de tanto abuso, por lo que toma una de las decisiones más arriesgadas, conscientes y consecuentes de su carrera: escribe en su pecho desnudo una denuncia que mostraría desde la alfombra roja de los Latin Grammy sobre lo que ocurría en el gobierno de Sebastián Piñera. “En Chile violan, torturan y matan”. En frente, los disparos de las cámaras fotográficas de todo el mundo.
Las represalias sobre la inscripción no demoraron. “¿Qué necesidad de llamar la atención tiene una cantante pop en el mejor momento de su carrera? ¿Por qué hacerlo mostrando los senos? ¿Qué sabe ella, si hace años vive en México?”. Mon los ignora y justifica su protesta: “Obvio que quería llamar la atención”, “en mi familia no nos alcanzaba ni para mitad de mes”, “la desigualdad le dio forma a mi vida”. No es que Mon Laferte ya no sea la cantante frágil de Viña 2017 que asimilaba la emoción frente al público en pleno show, pero tanta injusticia y violencia no pudo sino provocarle valentía y coraje combativo, traduciéndose, además, en nuevas canciones, declaraciones a través de las redes sociales contra Carabineros y apariciones en la zona cero de la protesta capitalina.
Mon Laferte ya no solo existe, sino, es una de las artistas más exitosas de nuestra historia, símbolo transgeneracional que alcanza amplios sectores de la sociedad e importante eslabón en la historia de la música chilena internacional. La cantante comprometida políticamente, capaz de alzar la voz con fuerza, como hicieran otros en nuestro pasado más crudo. La artista chilena más relevante de su tiempo, que entró de lleno en el corazón del pueblo que la vio crecer, caer y levantarse.
Mon Laferte existe. Afortunados nosotros.